costarricense de 2018, el actual presidente invitó a un poeta a ser parte del
protocolo, cuya participación, motivada por la pose, la demagogia y el guiño a
la gradería, no fue más que eso: un símbolo hueco usado por la retórica
política, del vacío sobre el vacío que lo contemporáneo se empeña en cubrir de
abolorio, de máscaras, de correcciones, de censuras, de consumo. El
debilitamiento de las formas de expresión, de la idea de persona, de lo plural
o la democracia: derechos, constitución, el decir no, se vincula
intrínsecamente a la decadencia cultural que sufre nuestra época, donde el
quehacer poético junto al pensamiento (con sus excepciones) es un reflejo más
de ello, donde se unen la cursilería y el academicismo inútil, el compadrazgo y
el balbuceo, el griterío, la presunción, la falsedad, alejados del canto que
intenta expresar la condición humana, la vitalidad y el titubeo, las búsquedas,
la transgresión, la ironía, nuestro no saber.
decir, la estructura que sostiene la mirada del sistema económico-social que
padecemos (en el que todo se vende, a todo se le pone un precio o se utiliza),
desplaza a la persona como centro de la actividad cultural y la convivencia, no
diferenciándose gran cosa de la estructura de valores que mueve a las mafias
organizadas (al crimen) y a los estados paralelos que implantan dentro del
tejido social. En efecto, entre el mercader y el sicario hay un hilo común: en
ellos el fin justifica los medios, indiferentes a la suerte del otro (a). La
frialdad de sus valores, aunque sea ocioso señalarlo, no hay preocupación por
el desarrollo social, tampoco por los derechos, la igualdad o las equidades; en
ambos se exacerba el individualismo miope y egoísta, la usura, la avaricia, la
mezquindad; en ambos, el vaciar las cosas o a las personas que no pertenecen a
su entorno, es la norma y la costumbre, puesto que los otros (as) deben estar
al servicio de su gula, su indiferencia, su corrupción, si desean sobrevivir.
fraternidad”, nos decía Octavio Paz
“la democracia se extravía en el nihilismo de la relatividad, antesala de la
vida anónima de las sociedades modernas, trampa de la nada”. El sistema del mercader
que se impone actualmente por todas partes y en todo contexto, no solo es un
extravío que nos interna en la nada, proscribe la fraternidad, es decir, sus
valores (la construcción social que promueven) son ajenos al dolor y al
sufrimiento del otro(a), a la empatía, a la solidaridad y al bien común.
Carlos (presidente actual de Costa Rica) se hermana, sin sonrojo alguno, a
los pasos de Bolsonaro, Trump, Uribe o Vox, los que hacen de los prejuicios
ideología y dogmas; del odio sobre sí mismos una proyección que cae sobre sobre
los demás: no solo eliminan lo disidente (el pensamiento, la crítica,
protestar), vacían a la sociedad de sociedad,
a la persona de persona, nos regresan al oscurantismo, a la inquisición,
a la hoguera donde se quemaban herejes y brujas, al fascismo.
búsquedas, de redefinir cada cosa o cada referente, de replantearnos la
estructura de valores socioeconómicos que, en su médula (desde su raíz) nace
enfermo, pero por ahora, como ocurre con el quehacer poético, continuamos
vaciando el alma o llenándola de ruido, es decir, de nada.
“Sin fraternidad”, nos decía Octavio Paz “la democracia se extravía en el nihilismo de la relatividad, antesala de la vida anónima de las sociedades modernas, trampa de la nada.