Por: Luis Hernán Rincón Rincón*
Supongo que a usted le interesa saber cuáles son esas muertes y cuál es ese lector. ¿Será usted ese lector que murió siete veces pero sigue viviendo? Le contaré aquí lo que entiendo de ambas cosas.
El libro Las siete muertes del lector es una obra de mi maestro, y amigo, excelente cuentista colombiano, el escritor Ángel Galeano Higua. El artículo escrito por él, con el mismo título del libro, es muy breve, tres páginas, y ha sido publicado en Medellín, y en otros lugares como Bogotá, y Naples (Florida, EEUU). En Támesis lo han difundido la Tertulia Fundadores y Támesis Asciende. El libro contiene también relatos diferentes de su autor.
Hay muchas personas que caminan y tropiezan pero no le sacan buen provecho a caminar ni a tropezar. Del mismo modo, hay personas que leen pero no le sacan buen provecho a leer. En general, lo que hacen esas personas, cuando creen que leen, es recorrer páginas “en una insensata carrera de obstáculos” que les apabulla, y de ñapa o adehala –los adultos- le echan culpas al joven acusándolo de perezoso y repitiéndole la obsoleta cantinela de que “la juventud de hoy no lee”.
El artículo de Galeano Higua hay que leerlo sin prisa y pensar en lo leído para asimilar el significado de cada una de las siete muertes en él narradas, y que en la vida son obstáculos que, sin mala intención, los adultos ponemos a los aprendices de lector. Veamos las siete “muertes”, que Galeano Higua también llama lápidas.
Entremos en materia. ¿Qué son y cuáles son esas siete muertes del lector? Esas “muertes” son “obstáculos” que los adultos les ponen a los jóvenes y que les van llevando a crecer odiando o evitando o haciendo aborrecible la lectura.
Primera muerte
Los adultos –profesor, maestro o promotor, o adulto familiar– “enseñan a leer” lo que creen que los niños o jóvenes “deben leer.” Los adultos imponen a su gusto y los niños o jóvenes ven esos libros que no les seducen, no les “gustan”. No los leen. Esa es la primera lápida.
Segunda muerte
Viene cuando en la escuela, el colegio o la universidad, los adultos fijan una fecha límite para leer un libro asignado. Quien no cumpla ese plazo “está perdido”.
Tercera muerte
Hay que leer un número de páginas en el tiempo fijado. Quien avance menos está perdido. Cada joven tiene muchas cosas qué hacer, tiene su propia velocidad de lectura y no podrá leer con provecho a la velocidad mandada. Decide no leer y dedicarse a sus intereses.
Cuarta muerte
Las tres muertes anteriores son más bien tres lápidas ya listas para un lector que pudo ser lector a lo bien. Pero si ha sobrevivido, hay un nuevo obstáculo refinado: la cuarta muerte, que es presentar un resumen escrito. Debe leer, y resumir por escrito, sin copiar de otros pero con las cortapisas y las reglas de otros.
Quinta muerte
La quinta muerte o lápida (para el futuro difundo de la lectura) queda labrada cuando se anuncia un examen sobre la obra leída. “No basta el libro impuesto, ni los límites de tiempo, ni el resumen escrito, ahora debe someterse a un interrogatorio, con el agravante de una calificación”.
Sexta muerte
Es responda “bien” y sepa que en el examen no puede “inventar”, debe responder lo que el adulto espera que responda. Con este obstáculo, a quien iba a ser buen lector “los libros empiezan a parecerle definitivamente odiosos”, afirma Galeano Higua.
Séptima muerte
Demeritar las lecturas sobre el idioma español. Se le dice a quien iba a ser lector a lo bien, que el español, (es decir, la lectura sobre el idioma español) es menos importante que la lectura sobre las matemáticas, la química, etc. Y se le agrava la situación diciéndole que no pierda tiempo leyendo literatura, poesía, y que se dedique a la “verdadera lectura”, como si hubiera falsa lectura. Queda, muy posiblemente, una persona que muere para la lectura.
*Tomado de periódico de Támesis Asciende, Antioquia.
Edición 292.
Luis Hernán Rincón Rincón Director.