El Otto Morales Benítez de Óscar Alarcón

Era Otto Morales Benítez de los últimos liberales que quedaba. Vivió casi todo el siglo XX defendiendo su país y las ideas de un partido, del cual solo hay historia. Lo representó en varios ministerios y en esa gestión dejó la invaluable huella de su deseo de servir y de innovar para el bien de la patria. Fue además un escritor prolífero, con más de cien libros, y una gran cantidad inéditos que una mañana me mostró, en originales, guardados un clóset de su casa. Pero además tenía una personalidad alegre, con una risa que se oía a kilómetros de distancia. Los vecinos de su oficina, ubicada en el edificio Colpatria, la extrañarán comenzando por la olvidada estatua de La Rebeca que se despertaba y extasiaba con el grito sonoro de esa risotada inconfundible.
Los ideólogos liberales, Fidel y Luis Cano, Uribe Uribe, Olaya Herrara, Eduardo Santos, López Pumarejo, entre otros, fueron recordados en varios de sus libros para mostrarle a las nuevas generaciones lo que significaba ser de su partido. Contrario a lo que muchos investigadores han sostenido sobre la decrepitud con que gobernó el anciano Manuel Antonio Sanclemente, Otto Morales en una de sus obras asegura que fue un presidente presto, informado de los más mínimos detalles de su administración.
Se fue sin ver al país en paz. Luchó por ella y presidió la comisión que la buscaba durante el gobierno de su amigo, Belisario Betancur. Renunció cuando se dio cuenta que estaban agazapados los eternos enemigos que ella tiene y que hoy esperan confiados en el fracaso de las conversaciones de La Habana.
Jamás dejó de vestir con vestido completo, chaleco, sombrero y paraguas, tanto que él mismo contaba que un domingo, con esa vestimenta, salió a caminar por la ciclovía, mientras un joven se bajó de su bicicleta y le gritó: “Oiga, señor, oiga señor ¿dónde compró esa sudadera”. Y él, naturalmente, no tuvo más que soltar su sonora carcajada. 
Adíos, doctor Morales, esperamos que desde allá escriba Otto libro.

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