Tomado de La República / Perú / Por: Ramiro Escobar. La Habana.
Leonardo Padura. Sobre Cuba y su obra habla uno de los escritores cubanos más reconocidos. Nos recibió en su propia casa habanera. Estará en Lima del 15 al 19 de abril para el II Festival de la Palabra.
Vive en el barrio de Mantilla, al sur centro de La Habana. Nunca se ha movido de allí y nunca ha querido migrar a otro país. Leonardo Padura, columnista de El País, notable periodista y escritor, creador de un ya legendario personaje detectivesco llamado Mario Conde, nos recibe, habla, evoca, reflexiona…
-¿Se le ha perdido el miedo a la palabra ‘cambio’ en Cuba, como escribías el año 2012?
Por lo menos en el discurso oficial se habla de la necesidad de cambio. Se empieza por la economía y se habla poco de la sociedad. Pero inevitablemente los cambios económicos provocan cambios sociales. Y luego provocarán cambios de percepción política.
-¿La vida anterior a la crisis de los 90 era más llevadera?
La década de los 80 fue un momento de cierta prosperidad. Un médico o un ingeniero ganaban un salario más alto que un trabajador no calificado. Tenían más posibilidades. Luego, Cuba se queda sin su gran socio, la Unión Soviética, y faltan el petróleo, la electricidad, la comida.
Colapso editorial
-¿Qué recuerdas de ese tiempo?
Afectó nuestra vida personal, en todos los sentidos. En los 80, el sistema editorial cubano era lento, aunque generoso. Tú entregabas un libro en el año ‘84 y salía en el ‘88. Pero se publicaba. De pronto, en los 90 deja de llegar a Cuba el papel. El mundo editorial colapsa.
-¿La cruda realidad se metía a tus textos?
Yo escribí entre el ‘90 y ‘91 la novela Pasado perfecto, la primera de mi serie del personaje Mario Conde. Los hechos ocurren en el año ‘89. Tenía que hacer avanzar las novelas en el tiempo, o mantenerlas en el ‘89. Decidí mantenerlas en el ‘89 y convertir cada historia en una de las estaciones del año: Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisaje de otoño. Porque la realidad era tan difícil que era imposible desarrollar una novela con una cierta lógica.
Una realidad imposible.
Me hubiera imposibilitado escribir una novela en la que mi personaje coge una guagua en este barrio y llega a El Vedado, porque no había esa guagua. O va a una esquina y marca un teléfono, porque no había teléfono. O va a un puesto de pizzas y se compra una, porque no había pizzas.
Como decía Orwell, cuando no se tiene qué comer, se pierde la visión de largo plazo.
Claro, una de las cosas más complicadas en Cuba es programar un futuro. Eso sigue hasta ahora. Primero, porque tu capacidad económica te lo impide y, segundo, porque hay una serie de decisiones que ocurren con independencia de lo que las personas pueden desear.
-¿Qué otro gran cambio ocurrió desde los 90?
Para los escritores una cosa muy importante fue que, sin que nadie lo autorizara, se permitió la libre contratación del trabajo literario fuera de Cuba. Hasta los años 80, para publicar un libro fuera tenías que hacerlo por medio de una agencia cubana. Pero hubo una desesperación porque no encontraban dónde publicar, ni cómo, y empezó la búsqueda de editoriales. Primero a través de concursos. Después se produce el encuentro con editoriales, sobre todo españolas.
Y mientras eso ocurría, la política…
La política no cambiaba. Y esencialmente no ha cambiado. Se produce la enfermedad de Fidel, el traspaso de poder, primero directo y luego refrendado por la Asamblea Nacional, a Raúl. Y Raúl sí comienza una serie de cambios. Llega con una perspectiva económica diferente.
Conmoción nacional
En este escenario, llega esta decisión de negociar con EEUU…
El 17 de diciembre fue un día de conmoción nacional. Había estado trabajando toda la mañana y me dijeron que a las 12 iba a hablar Raúl. Y Obama también. Ya incluso se había filtrado que habían llegado los 3 cubanos que quedaban presos en EEUU y que habían devuelto a Alan Gross. De pronto, Raúl dice que han decidido establecer relaciones diplomáticas.
-¿Qué sentiste?
Una conmoción. Mi mujer se echó a llorar. Su padre se fue de Cuba el año ‘59, en el primer año de la Revolución. Y ese hombre hizo su vida en EEUU. No podía regresar. A finales de los 70 le fue posible, pero ya no quiso volver. Y cuando ella fue por primera vez a los EEUU en el año ‘95 averiguó con una familia que lo conocía y se enteró de que había muerto.
-¿No te olías este cambio?
No. Siempre pensamos que se iba a empezar por desmontar el embargo y que, al final, iba a haber un arreglo. Lo que ha habido es un intento de establecer relaciones y un desmontaje del embargo que empezó a hacer Obama hasta los límites que él puede como Presidente.
-¿No hay vuelta atrás?
Yo creo que no. Cuba y España, por ejemplo, tienen una relación familiar, más que diplomática, y han habido momentos de gran tensión en los que uno dice “bueno, con lo que se han dicho el presidente de España y el de Cuba, ya no hay nada que hacer”. Al final llegan a un arreglo. Creo que esa sería la medida para que haya una relación entre Cuba y EEUU.
Hay muchos muertos en el clóset.
Históricamente, sí. EEUU ha tenido una política muy prepotente con Cuba. Pero esa prepotencia no tiene nada que ver con el ciudadano norteamericano. En Cuba, si hay un modelo de sociedad con el que los cubanos han soñado es el norteamericano.
-¿Amor-odio?
En Cuba tú le preguntas a una persona “dime el nombre de un escritor”. Te va a decir José Martí, el héroe nacional cubano. “Dime otro” y te van a decir “Hemingway”, porque es como el modelo del escritor, porque vivió aquí varios años.
-¿Tus personajes ahora se meten en la realidad actual?
Sí. Aunque últimamente he escrito 3 novelas que tienen un gran contenido histórico –La novela de mi vida, El hombre que amaba a los perros y Herejes-, todas terminan en la contemporaneidad cubana. El hombre que amaba a los perros termina en pleno periodo especial.
-¿Has pensado en emigrar?
Hemos tenido oportunidades de emigrar e incluso ofrecimientos laborales para hacerlo. Pero hemos decidido seguir en Cuba, sobre todo porque yo tengo un fortísimo sentido de pertenencia a esta realidad, a esta forma de vivir. A esta casa, a este barrio, a la familia. Para mí, migrar sería realmente desgarrador. Yo soy un escritor cubano y no voy a ser otra cosa en el resto de mi vida.
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