Mis primeros ochenta años

Por: Germán Borda
Cuando salí era una madrugada huraña, el universo había concentrado toda su melancolía en un gris sinuoso. Se aferraba al vacío con tentáculos de tarántulas. Llevaba una mochila con dos partituras, Bach y Mozart, algún dinero; y el resto, pleno de ilusiones. Había trasgredido el recorrido cuando sentí una mano en el hombro, “haz camino al andar”, era mi padre. Ocultaba sus lágrimas mientras citaba al poeta andaluz, un día regresaré, y te prometo que está mochila estará cargada de acciones y realizaciones.
Lo abracé y partí sin mirar atrás, las lágrimas no siempre diseñan el dolor. Hoy seis décadas después he regresado. No hay casi dinero en la mochila y Bach y Mozart se perdieron en algún recodo de mi subconsciencia. Ya no existen ilusiones, las malgasté como un jugador de póker, atrevido y descuidado.
He arrevesado mi memoria y creo que voy a encontrar a mi interlocutor, mi progenitor, que busco entre la maraña de un mundo, ahora desconocido, hostil y diverso. “He cumplido la promesa, aquí estoy con mi vida a cuestas”.
“Me ubico frente al mar y preparo mi balance, voy a decirlo con voz queda al viento y miraré a las aguas, mí único publico seguro. Acompañante solitario y eterno que aplaude en silencio mis logros”
“Padre, soy, he sido, seré siempre un luchador y mientras el aliento acompañe mis huesos y les den vida, el músculo responderá a la contienda. Como el boxeador que nunca se rinde -así se le cuente el límite-, nunca tiraré la señal del cansancio. Aunque mi existencia sienta perdido el derrotero, engañado por las campanadas nocturnas de un faro hechicero, que lanza a los navegantes a su propia deriva. Y en las noches, cuando la existencia es el paraíso de los sueños, lloraré desconsolado cobijado por la sombra de una sombra de cipreses.
La música dejó su esqueleto en millones de notas, -más- en muchas más, que Jamás escribí. Yacen a la espera de una ninfa mágica que las traiga a la vida. Un pífano solitario, émulo de la noche, que las emerja de su caja milenaria. Hay madrugadas que regresan a mí y buscan sus estructuras en el laberinto de los sueños.
Yo no compuse ninguna de las obras, todas me las dictó un ángel, con forma de sílfide, mientras se bañaba en fuentes de esencias boreales.
Otro, quizás, que nunca vi, llevó mi mano por la inspiración y la poesía, Su imagen transformaba los rocíos, las arboledas, el viento y la calígine. Me hizo amar y comprender el misterio de las cosas, amé el recuerdo ignoto de seres jamás conocidos, y entoné un réquiem por algún ser desaparecido en el oleaje de la deriva.

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