Jorge Franco habla en Argentina

Nota: el diario Página 12, de Buenos Aires, dialogó con Jorge Franco sobre su novela El mundo de afuera (Alfaguara). Acá publicamos la introducción de la entrevista hecha por Silvina Friera y una de sus preguntas. 

“La literatura debe poner el dedo en la llaga” 

La novela ganadora del Premio Alfaguara “muestra la herida que empieza a brotar porque es una historia de contrastes”, señala el escritor. Transcurre en la Medellín de los años ’60 y ’70, antes de que se desatara la violencia del narcotráfico. 
El recuerdo vuelve, atrapado en un tiempo que nunca termina de apagarse. La luz del mediodía ilumina con una intensidad extraordinaria el marco azabache de los ojos de Jorge Franco, esas cejas voluminosas que no cultivan el bajo perfil. Respira hondo el narrador colombiano mientras aglutina en los archivos mentales las palabras de una evidencia inexcusable, como quien pega ladrillos con una resignación al borde de lo risible. “No puedo escapar de Medellín, ha sido mi salvación literaria, la fuente de mis historias. Me siento como un caracol que va con su casa a cuesta. Las ciudades de la infancia –época en la que se forman los vínculos afectivos con las personas y los lugares– las vas a llevar por el resto de tu vida, estés donde estés”, confiesa el escritor que nació en esa ciudad, pero hace más de dos décadas que reside en Bogotá. Aunque ha intentado fugarse de esa prisión literaria, todavía no lo ha conseguido. “Los personajes me empiezan a hablar con el tono ‘paisa’ y me piden las calles y los lugares de Medellín”, cuenta el autor de El mundo de afuera, novela que ganó el Premio Alfaguara. 
La novela transcurre en la Medellín de los años ’60 y ’70, antes de que se desatara la violencia del narcotráfico. Don Diego, uno de los protagonistas, es un aristócrata conservador que ha gastado su fortuna en viajar por el mundo y promover la cultura. Hasta que lo secuestran, vive junto a su esposa Dita, una alemana muy liberal para la mentalidad de la época, y su hija Isolda, una suerte de princesita que habita una burbuja de aislamiento. En el otro mundo está El Mono Riascos, el líder de la banda, un hombre que más allá de las apariencias va desplegando una serie de debilidades como la sumisión, la fragilidad y ambigüedades de todo tipo, incluida la sexual. El Mono es tan torpe como los delincuentes que lo acompañan en la peripecia y pierde el control del secuestro. 
Franco confirma que El mundo de afuera está inspirada en un secuestro real que ocurrió en agosto de 1971. “El personaje de don Diego existió, el castillo también. Yo fui vecino de ese castillo, vivía a un par de cuadras. Ese castillo era como entrar a un mundo fantástico. Había una especie de mito urbano alrededor de Isolda, la hija de Don Diego, que ya había muerto. Llegaron a decir que la tenían sentada frente al piano, embalsamada. Todo esto nos causaba curiosidad, fascinación y miedo –recuerda–. El secuestro y la muerte de Don Diego fueron un despertar para los que éramos más niños; en ese instante se había roto la imagen de esa Medellín idílica en la que jugábamos hasta altas horas de la noche. Nos sentimos vulnerables a la violencia. A mediados de la década del ’70 comienzan en Medellín los primeros brotes producto de la violencia del narcotráfico; el secuestro como una herramienta del narcotráfico y posteriormente de la guerrilla y de todos los grupos al margen de la ley. Lo que fue un caso aislado se convirtió en nuestro mayor dolor y vergüenza”. 
– En la novela se menciona al poeta Julio Florez, de principios del siglo pasado, y a Gonzalo Arango, del movimiento nadaísta. ¿Por qué eligió dar cuenta de estos nombres en la novela? 
Arango fue el fundador del nadaísmo, una corriente contestataria y controvertida que surgió dentro de una sociedad muy conservadora; intenté reflejar a través de los poetas y la poesía el estado cultural del momento. Medellín ha sido tradicionalmente una sociedad conservadora, muy religiosa. Cuando el nadaísmo proclamó la nada como tema, estaba contra la lírica y la poesía más convencional, la poesía costumbrista, bucólica. Julio Florez, por el contrario, es un poeta muy anterior; era romántico, melodramático; un poeta que renegó de la Iglesia y la sociedad, que iba a los cementerios a inspirarse, a recitar poemas. Era un hombre muy bohemio que la gente del pueblo veía en las cantinas y los bares populares. Y tuvo un calado hondo en la clase obrera, que recitaba sus poemas. 
Gabriel García Márquez declaró que inicialmente le interesó el nadaísmo… 
– No estoy seguro de si es así, pero no me extrañaría porque el nadaísmo tuvo mucha importancia. El mismo creador del nadaísmo, Gonzalo Arango, años después dijo: “El nadaísmo ha muerto”. El mismo se encargó de sepultarlo. Todavía sobreviven algunos poetas de ese grupo. La poesía colombiana tiene una deuda muy grande con el nadaísmo. El nadaísmo fue el primer movimiento que sacudió la base de una sociedad muy reacia a los cambios, a las innovaciones y a una visión más honesta de lo que somos. En lo que tiene que ver con la poesía, nunca he sentido la tentación de escribirla, aparte de algún otro poema que se escapó en la adolescencia. Mi escritura de-sembocó en la narrativa. Me fui a Londres a estudiar cine y ahí encontré la escritura como alternativa porque todo tenía que hacerlo a partir de la palabra escrita: la descripción de personajes, la sinopsis, el mismo guión. Me sirvió mucho el hecho de haber sido un buen lector desde niño, creo que eso fue fundamental.

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