Fernando Soto Aparicio

No. 6.578, Bogotá, Jueves 16 de Enero de 2014 
La poesía debe ser un poco seca para que arda bien, y de este modo iluminarnos y calentarnos. 
Octavio Paz

Fernando
Soto Aparicio
A sus ochenta años…un camino que anda
Por:
Jorge Consuegra (Libros y Letras)
Fernando Soto Aparicio continúa vigente y más
ahora que ha cumplido ochenta años, con una Casa Museo en Bogotá cargada de
recuerdos, nostalgias y decenas de manuscritos, además de fotos y, obviamente
libros, no sólo propios, sino de decenas de amigos que le han autografiado sus
obras a lo largo de su vida.
– ¿Por qué cree que sigue vigente su novela La rebelión de las ratas?
– No es solo esa novela. Son todas las más de
30 que he publicado. Como persona, envejezco porque no me queda otro remedio;
pero mis libros siguen vigentes, beligerantes, combativos, e indispensables
para conocer el mundo en que nos ha tocado vivir, y para sacar adelante el  propósito de reescribir la verdadera historia
de esta América. Además, la tragedia de los mineros de carbón se repite, en
Chile, aquí en Colombia, en China, en todo el mundo; y la injusticia con que se
paga al obrero su fuerza de trabajo, 
sigue siendo  vergonzosa, y sobre
ella los pocos ricos del planeta edifican su reino.
– ¿Qué lo inspiró en aquella época para
escribir el libro?
– Un libro no nace de la inspiración sino de
la disciplina. Todo libro literario necesita de una investigación previa,
seria, completa; si la investigación falla, el libro se cae. Yo hice una
investigación sobre el terreno, trabajando en una mina de carbón de La Chapa, en Paz del Río. Y de
ahí salió la  novela. Lo curioso, es que
iba a tener un final muy distinto; pero a 
medida que la escribía, el final se fue imponiendo, diferente  al planeado inicialmente, hasta llegar a la
rebelión  con que acaba la obra.
– ¿Cómo fueron sus primeros años con libros
en la mano?
– Leí desde mis cinco años todo cuanto iba
cayendo en mis manos. A los 8 años encontré algunos libros de mi padre: Balzac,
Sthendal, Flaubert, Alejandro Dumas, Eugenio Sue, Julio Verne, Zola,  Vargas Vila. Y una edición completa de Los Miserables de Víctor Hugo, que fue
el libro que me marcó y que me convirtió en escritor. Fui un lector voraz, y
sigo leyéndome, y disfrutándolos, al menos dos libros por semana. Para  mí, la lectura de un placer. Y la lectura de
lo literario, es un placer que educa.
– ¿Qué temas abordó literariamente en su
adolescencia?
– A los once años escribí dos novelas: La aurora del amor y El gran viaje. Y tenían aventuras,
romance, intrigas. Había muchas cosas mías, propias, auténticas, pero se veía
también la influencia de Dumas, de Sue, de Zola. Un día, en una de esas
depresiones que nos acompañan a los escritores, las quemé. Ha sido algo que no
acabaré de lamentar nunca.
– ¿Qué libro lo graduó como escritor?
Los
bienaventurados
, una novela que escribí a los 2l años, y que 4 años después
de una lucha inútil para publicarla en Colombia, ganó en Madrid un premio
establecido por Aguilar. Dos años después, La
rebelión de las ratas
ganó otro premio mundial en Barcelona.
  ¿La siembra de Camilo fue un
homenaje  al “cura guerrillero”?
– Fue recoger sus palabras, y a partir de
ellas, investigar cómo habían calado en el pueblo. El protagonista, Florentino
Sierra, es un pegador de afiches, que acaba siguiendo a Camilo hasta su muerte.
La novela, pues, no se refiere a Camilo Torres como persona, sino a lo que
sembró con sus palabras en el alma de los desposeídos.
– ¿Por qué decidió un día hacer poesía?
– Lo primero que escribí, por allá a mis 6 o
7 años, fueron poemas. La poesía me ha acompañado a todo lo largo de mi vida.
He publicado cerca de l5 libros de poemas en diferentes épocas. Mi poesía ha
estado muy cercana a lo clásico, a la necesidad de tener forma, rima, ritmo,
ideas. La poesía es la forma más hermosa de la utilización de la palabra.
– ¿Cómo pudo combinar la literatura con los
guiones de televisión en “Dialogando”?
– “Dialogando” fue solo un programa, en el
que escribí cerca de mil libretos. Pero escribí otros cuatro mil durante 30 años:
telenovelas, series, comedias, etc. Y del trabajo en televisión aprendí a
agilizar los diálogos y a manejar el suspenso. Por eso, quien empieza a leer
uno de mis libros no lo deja hasta terminarlo.
– En 
80 años, ¿cuántos libros ha logrado publicar?
– He publicado todos los que he escrito: 60
libros. Novelas, cuentos, ensayos, poesía, teatro, literatura infantil y
juvenil. El libro más reciente (no el último, espero) apareció en octubre, y se
titula El duende de la guarda. Es un
libro de poemas y fábulas para adolescentes de l0 a 90 años, y tiene una
edición preciosa, de antología.
– ¿Qué libros le han dado enormes
satisfacciones afectivas?
– Es muy difícil citar dos o tres entre
sesenta. Pero tengo una leve preferencia por Y el hombre creó a Dios, por los grandes problemas que me ha traído
con  las diferentes religiones del mundo.
Y por Camino que anda, que
reconstruye la historia de América desde la época precolombina hasta nuestros
días. Por lo demás, cada libro  es un
mundo; y al terminarlo,  se siente una
impresionante  afirmación de poder
personal, el poder de la creación.
– ¿Tener una casa-museo es un logro más en su
vida profesional?
– Es una manera de compartirse. Los lectores
(uno o cien millones) acaban siendo no los dueños  de un escritor, pero sí sus amigos, y a los
amigos no se les niega el acceso a la intimidad.
– Igual que Pablo Neruda, ¿“Confiesa que ha
vivido”?
– Sí, y he tratado de hacerlo encontrándole a
la vida toda su magia y su maravilla. He entendido que la obligación suprema de
todo ser humano es buscar la felicidad: la propia y la de los otros.
– En estos maravillosos ochenta años de su
vida, ¿ha “Vivido para contarla”?
– Tal vez mejor he vivido para escribirla.
Publicar 60 libros; y fuera de eso trabajar en muchas cosas para sobrevivir con
éxito y con dignidad, implica que uno esté ocupado a más del l00% de sus
capacidades. Pero ha valido la pena.
– ¿Considera que usted, como dice el título
de una de sus novelas, es un Camino que
anda
?
– Sin ninguna duda. El epígrafe de esta extensa
novela, dice: “Como el hombre, que en fin de cuentas sólo es un camino sin
punto de partida ni punto de llegada, y que no tiene importancia ni por su
origen ni por su fin,  sino por el solo
hecho de ser camino y estar andando, es decir, de ser vida y estar viviendo”.

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