Hoy: Nicolás Correa
Por: Pablo Di Marco/ Corresponsal L y L en Buenos Aires/ Última parte. Pasemos a otro tema: se me hace difícil pensar que un escritor pueda vivir a espaldas del contexto político que lo rodea. Pero también creo que son demasiados los escritores que sobreactúan indignaciones para simular ser quienes no son. ¿Coincidís?
Sobreactuación. Sí, coincido. Creo que el escritor debe callar y dejar que el libro hable, si es que tiene algo para decir. Hablar o actuar demás solo muestra inseguridades. Aunque hoy en día la imagen habla mucho, muchas veces es lo que vende: hay escritores que se disfrazan, otros que cantan la marcha peronista, otros que a los gritos detractan al kirchnerismo. Me parece bien, tienen ese derecho. Ahora, que sus obras digan algo, difícil. El tiempo lo dirá.
Paradigmáticamente, una representación que no encuentra sobreactuación, y funciona de una manera orgánica al momento que se vive políticamente, proviene del teatro y se llama La flor del Irupé de Julieta Ledesma. No es común que en estos días una dramaturgia nos lleve a una paradoja de tan compleja resolución, e interroga: ¿dónde reside la fuerza de la obra de arte que pone en abismos la historia nacional, el ser militante, el regionalismo, y por último, las pasiones del hombre? Existe una fuerza inusitada que parte de esa paradoja. La flor del Irupé conmueve, a menos que uno sea solemne como pedo de inglés; es el espectador a quien logra poner en cuestión de una manera difícil de esquivar.
Anoche terminé de leer Agua clara en el Alto Amazonas, una gran novela del colombiano Marco Tulio Aguilera. No tengo nada para leer esta tarde y encima es fin de mes. ¿Tenés algún buen libro para regalarme?
Tengo un par de libros buenos para regalarte, y de autores nuevos. En primer lugar El cangrejero de Javier Fernández. En segundo lugar La masacre del Reed College de Fernando Montes Vera; ambos libros, impresionantes. Distintos entre sí, pero con muchos vasos conectores. Y si me apurás: Los elixires del diablo de Hoffmann.
Mañana mismo paso por tu casa a buscar esos libros. Vamos a las últimas dos preguntas, Nicolás, que la noche está terriblemente fría. Alguna vez Vargas Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
Sin dudas hay dos momentos; el primero, cuando leí Los heraldos negros, de Cesar Vallejo. Es indescriptible la sensación que me dejó. El segundo es cuando empecé a leer Frankenstein de Mary Shelley. No exagero si digo que debe ser uno de los libros más influyentes en mis trabajos.
Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista (vivo o muerto). Contame quién sería, a qué bar de Buenos Aires lo llevarías, y qué pregunta le harías.
A Dante. A Dante Alighieri lo invitaría a tomar un café (y una ginebra). El bar, imposible que no fuera el Bar de Mingo, en el Hurlingham profundo.
Una pregunta de las muchas, es si me acompañaría al infierno.
Para terminar, volvamos al proyecto en el que estás inmerso. Súcubo ya está en la calle. ¿Cuándo pensás terminar la trilogía?
La segunda parte: Íncubo, se edita en 2014, y la tercera en 2015.
Me despedí de Nicolás, ajusté la campera al cuello y apuré el paso, la noche era de verdad muy fría. Al llegar a la esquina, me detuve y di media vuelta. Nicolás se alejaba haciendo equilibrio entre un fuerte ventarrón helado, uno de esos que soplan en buena parte de su novela Súcubo. Recordé sus palabras al comenzar nuestra charla: “Cuando abordo la escritura se acercan ciertas entidades que intentan que desista”.
Me ajusté todavía más la campera. Y pensé que tal vez no sea buena idea pasar mañana por su casa a buscar esos libros: cuando un escritor dialoga con sus demonios, el resto debe hacerse a un lado.