Por: Ileana Bolívar / Bogotá. Tusquets Editores acaba de editar Baila, baila, baila, la más reciente novela de Haruki Murakami, cuya obra fue publicada por el escritor japonés en 1988, escrita inmediatamente después de Tokio blues. Norwegian Wood. Baila, baila, baila alterna la intriga, el sexo y el rock and roll con los densos y poéticos silencios del mejor Murakami. Para que disfruten de su lectura, les damos un adelanto…
A ritmo de Murakami
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—¿Un día duro? —le pregunté.
—Sí. Bastante. Todavía no me he adaptado del todo al trabajo y como el hotel, como quien dice, acaba de abrir, los de arriba también andan nerviosísimos.
Puso las manos sobre la mesa y entrelazó los dedos. En el meñique de la mano derecha llevaba un pequeño anillo de plata, corriente y sin adorno alguno. Los dos nos quedamos mirando el anillo un instante.
—Con respecto a lo del antiguo Dolphin Hotel —siguió—, ¿no andará usted recabando información o algo así?
—¿Información? —me sorprendí—. ¿Por qué?
—Sólo preguntaba —dijo ella.
Guardé silencio. Ella dirigió la mirada hacia un punto fijo de la pared mientras se mordía el labio.
—Al parecer, el hotel se ha visto envuelto en algún lío y los directivos están alarmados. Especulación, o algo por el estilo, con medios de comunicación de por medio… ¿Entiende? Si se escribiera sobre el asunto, el hotel podría verse en apuros. La imagen del establecimiento saldría perjudicada, ¿no cree?
—¿Se ha publicado ya algo en la prensa?
—Sí, en un semanario. Acusaron a la empresa de corrupción y de utilizar a la yakuza o a miembros de la derecha radical para echar a aquellos que se negaban a marcharse del terreno.
—¿Y el antiguo Dolphin Hotel tiene que ver con eso?
La chica se encogió ligeramente de hombros y dio otro sorbo al bloody mary.
—Imagino que sí. Por eso el encargado de recepción se puso nervioso cuando mencionaste el nombre del hotel. ¿No te pareció que estaba nervioso? Pero la verdad es que desconozco los detalles. Una vez oí decir que al Dolphin Hotel le pusieron ese nombre porque guarda alguna relación con el antiguo hotel.
—¿A quién se lo oíste?
—A uno de los de negro.
—¿Los de negro?
—Los jefes, que siempre visten de negro.
—¡Ah! —dije—. Aparte de eso, ¿has oído algo más sobre el Dolphin Hotel?
La chica negó con la cabeza y empezó a toquetearse el anillo del meñique con los dedos de la otra mano.
—Tengo miedo —murmuró—. Me muero de miedo. Tanto que no sé qué hacer.
—¿De qué tienes miedo? ¿De que salga en alguna revista?
Sacudió brevemente la cabeza y se quedó un rato con los labios apoyados contra el borde de la copa. Parecía inquieta por no saber cómo explicarlo.
—No es eso. Que aparezcan cosas en una revista no me incumbe, ¿no te parece? Eso sólo le quita el sueño a los jefes. Yo hablo de otra cosa. Del hotel en sí. Y es que en ese hotel pasan cosas extrañas.
Anormales…
En ese punto se calló. Yo apuré el whisky y pedí otro más y, de paso, un segundo bloody mary para ella.
—¿Anormales…? —inquirí—. ¿Lo dices por algo en concreto?
—Claro que sí —respondió, un tanto molesta—, pero es difícil de explicar. Por eso no se lo he comentado a nadie. Lo que noté fue algo muy concreto, pero cuando lo intento describir, me da la impresión de que esa concreción se v diluyendo. Por eso no sé ni cómo empezar.
—¿Es como un sueño que parece real?
—No, tampoco. Cuando has soñado algo, con el paso del tiempo la sensación de realidad va desapareciendo. Pero con esto no pasa lo mismo. Siempre es igual, independientemente del tiempo. Siempre, siempre, siempre es real. Está ahí, tal cual, en todo momento. Salta de pronto ante mis ojos.
Me quedé callado.