El Rincón del Poeta

Una caja con payé 
Miguel Hachen 
Soy un salvaje. A los 10 años fui arrancado de la selva misionera y llevado a Buenos Aires. Una ciudad vacía, despoblada de árboles y definitivamente abandonada por los duendes. Mis zapatos nuevos allí se veían viejos, tuve que despojarme de ellos como me despojé de mi vocabulario y de mi acento “portuñol-guaraní”. Allí la pipoka o maíz pororó, pasó a llamarse palomitas de maíz; las guainas, pibas y los guríes, pibes. 
Allí, al ver por primera vez un televisor en blanco y negro, quedé deslumbrado y atemorizado por la violencia y el salvajismo de las personas que se mataban dentro de esa caja llena de payé. Después me di cuenta que la violencia provenía del lado de afuera y que esa caja tan temida solo reflejaba o imitaba la realidad externa. Ahí fue cuando nació mi temor a las personas civilizadas: las más ilustradas parecían las más salvajes; perdón, mejor sería decir crueles o tiranas. También me di cuenta que la justicia, el poder y la verdad eran propiedad privada de aquellas personas que mejores argumentos tenían, las que atesoraban montañas de enigmáticas palabras para mi casi incomprensibles. 
Cuando pude comprender algunas de esas palabras me fui “civilizando” y a cambio de ello perdí un poco de mi agreste inocencia. En lugar de bañarme libremente en el arroyo tenía que frecuentar una pileta pública; remplacé mis juguetes caseros de madera, tacuara o carreteles de hilo por héroes de plástico importados, comprados en jugueterías; dejé los caballos o el sulky para montar en trenes, colectivos y subtes repletos. Sin quererlo sustituí la naturaleza que me rodeaba, con sus árboles centenarios, sus mariposas, tucanes, cuatíes y cascabeles por las pintorescas ilustraciones de los libros de ciencias naturales y por los animales embalsamados que se exponían en los museos. Allí mi selva se transformó en mapa y la naturaleza que yo creía descifrar en la práctica, en materia teórica de estudio.


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