Muros silente
Liliana Santacroce
Tengo que acostúmbrame al silencio de los muros que rodean mi fallido hogar, se me fueron muriendo lentamente todos los sonidos.
Ya no quedan más que algún bostezo, faltas de hambre, nostalgias del ayer
Dirán de mí que he fracasado y sí, es así.
Mi lengua voraz sin entendimiento gritó demasiado y por ello se fueron alejando con mucha premura: el amor, la ternura, el abrazo, la mínima amistad que podía dar.
Hoy abiertos, desgranados como mazorca de maíz, nos alimentamos como se pueda.
Injusta ésta vida de silencios que no me deja escuchar los otros ruidos, los de la vida, los que ruge el tigre, los que cantan los niños.
Voy silenciando las habitaciones de la casa, inerte veo cómo se me van cayendo los días.
El calendario ahora tiene abreviaturas.
No asume que ya no hay tiempo, solo angustia porque se me cierra la garganta y no me deja hablar.
Por eso escribo con dos o tres dedos sobre un teclado austero cómo la familia se me fue.
Una mañana cualquiera de los tres que vamos quedando seremos dos y talvez uno y después, nada.
Yo quedaré mirando los muros vacíos, ellos aún contienen algo de orgullo, sostienen paredes y techo.
Tal vez mañana me vaya yo también…
Y dirán la casa está fría, oscura, no queda comida en la alacena.
Esas palabras ya las escuché antes y también ellas se aferraron a los muros.
Doy por vencida la sinceridad. No supe ser, no pude ser.
Ahora los vientos de tierra sacuden los techos dejando una fina capa de polvo sobre los muebles.
Después otros habitantes extraños los limpiaran o quizás los limpie yo, para dar brillo y nada más.