La desaparición es una puerta al infierno: Jorge Franco sobre su libro “El vacío en el que flotas”

Un acto terrorista en el que desaparece un niño atraviesa las historias de cuatro particulares personajes de El vacío en el que flotas, la más reciente novela del escritor Jorge Franco Ramos, quienes se verán confrontados a vivir en medio de la soledad, el miedo y la culpa. (Video entrevista)

Después de cinco años de la publicación de El cielo a tiros (2018), el autor colombiano Jorge Franco Ramos regresa con El vacío en el que flotas, una novela poderosa que explora la manera en la que un acto de violencia puede alterar para siempre la cotidianidad de miles de personas que se ven enfrentadas a vivir en medio de la incertidumbre al tener desaparecido a un ser querido.

En El vacío en el que flotas, el autor reflexiona sobre los efectos secundarios que deja un atentado terrorista en el que un niño es raptado en el momento en que estalla una bomba y crece en la incertidumbre al no saber quién es él y desconocer su pasado, pasado que le ha sido inventado a partir de retazos con muchísimas contradicciones, marcado por la ausencia de sus padres biológicos con la particularidad de ser criado por un personaje muy complejo quien resulta incómodo hasta para los mismos lectores.

“Una muerte puede dejar efectos devastadores, puede ser demoledora, pero en últimas es una verdad que permite establecer conclusiones muy claras e incluso permite sobrellevar un duelo. El problema de la desaparición es que no cierra ese episodio y siempre queda una gran incógnita en la vida de quienes están esperando a las personas que han desaparecido”, afirma Franco Ramos en este diálogo que sostuvimos, en el que insiste, alejándose un poco del contexto político que tienen las palabras víctima y desaparición en Colombia, que la verdad puede ayudar a sanar.

En este escenario se entrelazan cuatro historias que son contadas de manera independiente con una estructura no convencional que brinda una narrativa muy lúdica en términos del manejo del tiempo con un ritmo expectante y misterioso y un lenguaje directo y muy visual.

Con la soledad, el duelo, el miedo y la culpa no solo lidiarán los personajes de esta novela, también los lectores que se verán confrontados entre lo que está bien o mal.

—Lo que tienen en común los personajes de El vacío en el que flotas es la soledad en la que viven y las culpas con las que cargan, ¿cómo nacen sus historias?

Soy un convencido de que la solidez de los personajes y el músculo que tenga cada uno en una historia es fundamental para el desarrollo de la escritura. Muchas veces, ejemplos que se han mostrado en la literatura, los personajes son, en la mayoría de los casos, quienes perduran en el mundo literario. A veces olvidamos las anécdotas, las líneas narrativas de una historia, pero siempre conservamos en la memoria y en el corazón a esos personajes con los que nos identificamos, queremos u odiamos, pero son personajes que por su fortaleza perduran en la memoria del lector. Soy muy consciente de que esos personajes deben ser sólidos y por eso tengo mucho cuidado en su construcción y les dedico mucho tiempo a su psicología para que sean convincentes al momento de contar la historia.

En la novela tengo cuatro personajes a quienes les cambia la vida de maneras muy diferentes a partir de un momento en particular, casi que les cambia la vida en un segundo con diferentes consecuencias. Dos de ellos comparten un mismo dolor, una misma soledad, una misma tristeza; son un padre y una madre jóvenes de un niño pequeño que desaparece en un atentado terrorista con la particularidad de que no aparece ni muerto ni vivo. Lo que quise mostrar a través de ellos es como cambiaba la vida de tantas personas a partir de un acto violento y en cuestión de un segundo sus vidas no iban a volver a ser las mismas y como esas tragedias, lo digo en la novela, tienen una especie de efecto dominó. Más allá de su dolor por la pérdida de su hijo, hay una alteración de su vida privada, de su vida íntima, de su vida de pareja, de su vida profesional. Siento que como ellos hay millones de personas en el mundo que han pasado por situaciones así de trágicas y adversas quienes no vuelven a ser los mismos a partir de ese instante.

El cuarto personaje es muy complejo y difícil de definir porque produce en los lectores reacciones muy opuestas. En estas semanas que he estado en contacto con los lectores me he dado cuenta de que la percepción hacia este personaje se mueve en extremos opuestos: lo odian, lo quieren o de alguna manera justifican lo que hizo. A mí como autor me ha gustado mucho esa controversia que ha generado porque eso quiere decir que el personaje tiene ese músculo del que hablaba al comienzo para hacer convincente y verosímil una historia.



Precisamente me llama la atención Uriel, el personaje complejo, porque representa, por ejemplo, a quienes se han sentido discriminados por su género y nos hace reflexionar sobre lo que está bien o mal, ¿por qué decidió contar parte de la historia desde la mirada de Uriel?

Para mí era importante la incomodidad que despertaba este personaje; inicialmente no lo pensé para los lectores sino para los otros personajes porque a Uriel no lo hubiera podido hacer una persona convencional o normativa. Él es una especie de monstruo y al mismo tiempo es un personaje lleno de color que tiene su forma de ver la realidad, de manifestar cariño o amor, en su forma de perseguir su sueño en la música y en el canto. No es un personaje que, probablemente, lo encontremos en la realidad, pero a mí me permitía mostrarlo como una zona gris muy amplia en el que era casi imposible juzgarlo como alguien bueno o malo, y eso es algo que quise hacer muy intencionalmente. Pero, al mismo tiempo, esa ambigüedad del personaje con las contradicciones en las que vive se volvía un poco incómoda para ese niño que estaba criando. Este niño venía de un hogar convencional y de pronto se ve enfrentado a un personaje que le genera muchísimas inquietudes y dudas en todos los aspectos que a veces lo percibía como un padre y, otras, como una madre. Al comienzo lo veía como un extraño, además con un comportamiento extraño. Yo sentía que esa incomodidad me iba a ayudar a que Anderson, este niño, creciera con muchas dudas y grandes vacíos. Era algo que necesitaba para afianzar este personaje con el fin de que nunca encontrara cierta comodidad en su relación y que no sintiera que esa casa fuera realmente su verdadero hogar por una razón muy importante que era mantenerlo en esa inercia de flotar en la incertidumbre, en el miedo y en la inseguridad, por eso lo necesitaba con tantas debilidades que también lo fortalecen para el momento que después llega tan sorpresivamente para él y es el éxito que consigue a través de la escritura.

Con el riesgo del manejo del personaje de Uriel tenía que establecerle muchos límites morales a pesar de que nunca quise juzgarlo moralmente, pero en su construcción tenía muy claro que Uriel jamás podía permitirse una mirada diferente que no fuera paternal, una caricia o un tocamiento que no fuera más allá de lo paternal porque cualquier suspicacia en ese sentido me habría arruinado al personaje. Simplemente posee una vocación inmensa de ser padre y madre al mismo tiempo que le da esa ambigüedad de género que tiene, pero con la claridad que para ese niño quería lo mejor y hacerlo sentir como un hijo y ganarse su amor.

Es un personaje que está mortificado por la culpa que no deja de martillarle a diario. Ahí entra un elemento muy de nuestra cultura: el aspecto religioso. Precisamente Uriel trata de menguar su culpa a través de la religión invocando a los Santos y a sus vírgenes de jaculatorias, en términos convencionales, de ser un buen cristiano sin llegar a perder su esencia, tampoco se deja doblegar por la religión. Ahí aplicaría un dicho muy colombiano cuando decimos que el que peca y reza empata, creo que eso es algo que Uriel siempre buscó como personaje. 

—La novela mantiene un ritmo expectante y misterioso que entreteje cuatro historias, ¿cómo fue la construcción de El vacío en el que flotas? ¿lo tenía planteado así cuando la empezó a escribir?

Fue clave para poder contar esta historia encontrar una estructura que no fuera tan convencional. Como lo dije ahora, me interesaba mucho contar los efectos secundarios que tuvo la historia de cada uno a partir de ese acto terrorista. Estaba plenamente convencido de que ese momento aterrador para ellos iba a tener comportamientos diferentes de enfrentar y ver la vida. Una cosa es la madre que como toda mujer que es madre tiene un tipo de relación y de vínculo diferente con sus hijos. No en vano, todo el proceso de una maternidad, un embarazo, de engendrar un hijo es diferente al de los hombres que somos padres y no por eso dejamos de sentir un gran amor y un apego a nuestros hijos, marca una diferencia muy concreta entre un hombre y una mujer, y así lo quería presentar, también, en el niño y en Uriel.

De pronto fue surgiendo una estructura un poco lúdica y extraña. A veces la veía como un juego de matrioskas, esas muñecas rusas donde hay una muñeca grande que contiene una más pequeña que a su vez tiene otra más pequeña y así sucesivamente. Yo, básicamente, necesitaba como de cuatro cajas para meter en cada una la historia. Algo que ya había aplicado en novelas anteriores era una narrativa muy lúdica en cuanto al relato del tiempo y aquí hay unos tiempos que avanzan más rápidos que otros. Bajaba un poco la velocidad para contar el mundo de Sergio y Celmira, los padres, mientras que el mundo de Uriel y Anderson avanzaba y se movía un poco más rápido a medida que este niño crecía. Ese juego me permitió entrelazar las historias. Cuando mi editora leyó la novela me dijo: “Jorge, hiciste un triple salto mortal, pero caíste parado”, me tranquilizó mucho cuando supe, con esa aclaración, que había caído parado porque estaba convencido de que, efectivamente, la novela hacia el final da unos giros inesperados, pero siempre procurando la verosimilitud en esos giros. 


Jorge Franco Ramos, escritor colombiano
Jorge Franco Ramos, escritor colombiano (Foto: archivo particular)

—“La muerte cierra; la desaparición, en cambio, deja siempre una puerta abierta, una puerta que asoma al infierno”, una frase de El vacío en el que flotas que hace referencia a la verdad que buscan las víctimas, ¿cómo se puede conciliar una sociedad que ha perdido la credibilidad en la justicia? ¿Cómo ve la creación de instituciones como la JEP que buscan la verdad sobre los desaparecidos?

Es un tema muy complejo, Ileana. Tengo el pleno convencimiento de que lo más importante en estos casos es la verdad porque de alguna manera puede ayudar a cerrar episodios, sobre todo, en el caso de las desapariciones. Una muerte puede dejar efectos devastadores, puede ser demoledora, cualquier tipo de muerte es un momento de profundo dolor, pero en últimas es una verdad que permite establecer conclusiones muy claras e incluso permite sobrellevar un duelo y ver como sigue la vida.

El problema de la desaparición es que no cierra ese episodio y siempre queda una gran pregunta, una gran incógnita en la vida de quienes están esperando a las personas que han desaparecido. Lamentablemente es una tragedia que perdura en las personas, en los familiares, en los seres queridos hasta el final de sus días, y el hecho de no poder cerrar esa historia, como lo digo en la novela, es un infierno.

Quiero hacer una aclaración a esta historia porque es justo con otro tipo de víctimas en el país. Quise alejarme un poco del contexto político que tienen las palabras víctima y desaparición en Colombia no por restarles importancia, sino porque creo que hay miles de personas que tienen este tipo de tragedia de desaparición en otros escenarios y son personas de a pie, del común y corriente, personas que ni siquiera son reportadas o recogidas por las estadísticas, por los medios de comunicación, y creo que eso buscaba con la creación de Sergio y Celmira que son unos padres que se ven enfrentados a una situación y a un dolor profundo, pero que tienen que encontrar la manera de seguir pedaleando la vida porque no hay más alternativas. Curiosamente estaba haciendo un programa en Medellín y visité el monumento que se construyó donde quedaba el edificio Mónaco de Pablo Escobar. Ahí hay un mural con 46.000 agujeros que simbolizan a las más de 46.000 víctimas que se dieron en un periodo de 11 años, de 1983 a 1994. Hay 46.000 víctimas que, tal vez, nunca oímos nombrar, nunca conocimos sus nombres y que perdieron negocios y a sus seres queridos. DE pronto hay una verdad, murieron víctimas de una guerra demencial, una guerra sin sentido como lo son casi todas, pero es un poco hacia donde quería apuntar esta historia, hacia las víctimas del día a día. 

En el libro también se refiere a la prensa. ¿En tiempos de guerra, cuando ha habido una tregua, cree que la prensa ha aprendido a narrar la paz o está más preparada para contar la guerra?

He sido muy aprehensivo y hasta un poco crítico con el uso que se le ha dado a la palabra paz en Colombia, sobre todo, en los últimos años. Sé que es un anhelo para todos pero es una palabra que genera tantas expectativas porque implicaría, casi, la eliminación de cualquier hecho violento en nuestra historia y en nuestro comportamiento diario. Siento que nosotros, y  no me refiero solamente a los colombianos, como condición humana, como seres humanos seguimos muy atrancados en episodios como la violencia, hemos superado muchísimas cosas a lo largo de los años incluso me atrevo a decir que ahora somos menos violentos que antes y me refiero no solamente a décadas, sino a siglos atrás, pero todavía seguimos patinando y aún sigue en nuestras mentes esa palabra paz que siento ha sido muy manoseada en detrimento, precisamente, de todos estos intentos de conseguirla. Esa palabra se está volviendo parte de un paisaje al que nos estamos acostumbrando a ver, incluso está perdiendo credibilidad. No sé qué responsabilidad tenga ahí la prensa. Echarle la culpa no tiene ningún sentido. Creo que quienes le hemos fallado realmente a la paz hemos sido los ciudadanos, los colombianos con un proceder que realmente no ha mostrado una verdadera voluntad para lograrla. Es tal la cadena de hechos violentos que el uno va opacando al otro. Lo menciono en la novela. El caso del niño despertó mucha curiosidad en la prensa, hubo apoyos, manifestaciones de solidaridad en los medios de comunicación, pero como muchos otros casos van pasando y quedando rezagados. Estos casos sobreviven gracias a la búsqueda de familiares y de seres queridos de las víctimas que insisten en su búsqueda, pero en su mayoría, lamentablemente, el tiempo se los va tragando también. 

Puedes ver la entrevista completa en video aquí.

¿Y desde la literatura cómo cree que se ha narrado la violencia del país?

Creo que se está narrando bien y se está contando con responsabilidad y respeto. Lo que para mí es muy importante y quiero aclarar, refiriéndome solo a la ficción, es que no es muy aconsejable ejercer como jueces morales de las situaciones que estamos planteando, sobre todo, la violencia.

Nosotros desde la ficción tenemos el deber de mostrar la situación desde la humanidad de los personajes, desde su intimidad y desde las mismas situaciones. Tratar de no dejarnos llevar por un maniqueísmo de decir aquí hay buenos y hay malos. Creo que se trata de mostrar lo que nos confronta y nos sacude y dejar, mejor, ese juicio moral en el lector. Eso lo digo desde el punto de vista de la ficción, porque desde la no ficción creo que es permitido un juicio moral de quien está proponiendo en un texto alguna idea o está contándonos una crónica de alguna situación relacionada con la violencia.

Desde la ficción yo apuesto mucho por la neutralidad. Podemos utilizar personajes comprometidos con situaciones o comprometidos políticamente o que están claramente marcados en un lado, sea el bien o el mal, pero el tono y en la forma de contar la historia es donde debemos de ser un poco más neutrales por el bien de la literatura y de la misma historia porque traspasando, quizá, esas fronteras y tomando partido es muy fácil caer en lo que es el panfleto, y el panfleto literario yo lo siento como un género realmente que no le aporta a la literatura. La literatura está contando las grandes heridas y fisuras y los grandes errores de la humanidad. A veces nos hemos metido en esa zona gris de los victimarios, pero creo que debe quedar en el lector la opción de si lo condena o lo absuelve. Es un poco lo que procuré hacer con Uriel, este personaje complejo de mi historia, y era no juzgarlo moralmente y más bien que sea el lector el que diga lo quiero, lo detesto, lo juzgo, lo perdono, lo entiendo, lo justifico.


Jorge Franco Ramos, escritor colombiano (Foto: archivo particular)

En El vacío en el que flotas aparecen dos personajes (Sergio y Anderson) que encuentran en la escritura una forma de sobrellevar sus vidas. Para Jorge Franco, ¿qué tanto terminar un libro representa un renacer? ¿cómo una página en blanco ha confabulado con la vida de Jorge?

Me leíste la mente porque ya iba a entrar a hablar un poco de ese tema. En la novela hay dos escritores que están buscando a través de la escritura una sanación o un entendimiento de sus vidas. Por un lado, Sergio quiere enfrentarse a ese dolor contando su propia historia. Y, por otro, tenemos a un joven escritor que termina siendo muy reconocido, exitoso, tratando de encontrarle un sentido a su existencia a través de este ejercicio de la escritura. También hay un escritor que no se nombra en la novela y está implícito en todo esto que soy yo. A veces siento que es una novela sobre un escritor, que soy yo, que escribe sobre un escritor. Hay una ambigüedad intencional que tiene que ver con esa estructura de la que hablamos inicialmente de quién cuenta quién; sin embargo, sentía que realmente era algo que no tenía mucha importancia en este caso, pues quería mostrar como la escritura puede ser un canal de sanación, cicatrización y búsqueda.

Más allá de los personajes, en mi caso siento que a veces la escritura ayuda a conjurar miedos. Recuerdo que en mi novela anterior se dio una casualidad no muy agradable. En esa novela yo conjuraba mucho el miedo a la pérdida del padre y cuando terminé de publicarla a los pocos meses falleció mi padre. Ahora que soy un padre protector, un padre que el azar me roba ese afán de proteger a mi hija, siento que con la escritura de esta novela intento conjurar también ese miedo a lo que es la pérdida de un hijo. Espero que nunca suceda y que ojalá nunca le suceda a nadie porque definitivamente es el mayor dolor.

Creo que los procesos de escritura nos llevan a conjurar miedos y a asumirlos en situaciones dentro de la ficción donde nos hace sentir un poquito más seguros y protegidos. 

También trae a colación el mundo literario que rodea a los escritores…

Eso tiene una línea narrativa con varias intenciones, por un lado, meter a este personaje que tiene un pasado lleno de incertidumbre y una vida familiar llena de baches en un mundo que le estorba y lo incomoda en donde se manejan egos y vanidades exageradas de los escritores, los festivales, las ferias del libro. Por el otro, estaba la intención de mostrar cómo ese mundo literario ha entrado en lo que se ha llamado, en los últimos años, la cultura del espectáculo. Es un mundo que ha tenido que entrar por necesidad en las redes sociales y en la banalización porque no puede quedarse atrás respecto a una nueva civilización que se está promoviendo por distintos canales de manera muy ligera y rápida, sin mucha profundidad y, lamentablemente, muchos sectores de ese mundo editorial también han caído en esa banalización. Ahí es donde yo aprovecho para burlarme un poco de eso empezando por mí mismo como escritor.