“Cali está poblada de fantasmas que podrían explorarse más”: Andrés Arroyave

El libro Lo que pasó en el sepelio de Béla Lugosi mezcla personajes del cine B con la escena cultural de la Cali de los años setenta en una amalgama novedosa.


Para cualquiera que haya nacido y crecido en Cali entre las décadas del setenta y el noventa, y que además haya mostrado síntomas de inclinaciones culturales en la adolescencia, el grupo de Andrés Caicedo y compañía es algo con lo que debería estar más que familiarizado en algún nivel. Es una parte de la historia de la ciudad que logró atravesar fronteras y que el paso del tiempo no ha borrado e incluso ha cimentado con más fuerza, llegando a nuevas generaciones de lectores y curiosos (en otras ciudades y fuera del país) que siguen fascinados por esa generación enmarcada en la figura de Caicedo. En un ámbito documental se podría afirmar que ya se ha contado todo lo referente a ese grupo de Caliwood. Sin embargo, hay algo que no recuerdo al momento de escribir este artículo, que no había visto, y es una situación que tarde o temprano sucede con las leyendas: aparecer como personajes en la ficción de otros autores, con su historia y su persona más o menos distorsionada sirviendo a los propósitos de esa nueva creación.

Andrés Arroyave (Cali, 1992) ha hecho justamente eso en Lo que pasó en el sepelio de Béla Lugosi (La plena noche, 2024): escribir sobre los personajes emblemáticos de la escena cultural de Cali, mezclándolos con historias de famosos del cine B norteamericano, algo que no es tan descabellado cuando se analiza un poco. Por este libro desfilan los legendarios actores Béla Lugosi, Boris Karloff, Johnny Weissmüller (el primer Tarzán en el cine) y divas como Ann Savage, aparte de los mencionados Caicedo y Carlos Mayolo, entre otros. Hay referencias al padre del ciberpunk William Gibson, a películas como Dark City (1998) de Alex Proyas, e historias que salen de la Sultana del Valle. En esta, su primera obra, Arroyave logra una mezcla de géneros y emborrona los límites entre realidad, crónica y ficción de forma que logrará enganchar a más de un lector aficionado al séptimo arte.

A continuación, una charla que tuvimos con el autor.

-¿Recuerdas a qué edad empezaste a interesarte por el grupo de Caliwood?

No recuerdo una fecha exacta, pero recuerdo que en un cineclub en el que estábamos unas tres personas, vi a los 17 años La mansión de Araucaima de Mayolo, y eso cambió todo lo que pensaba o entendía del cine colombiano hasta ese momento. Sin embargo, quisiera aclarar que no concebí el libro como un homenaje al Grupo de Cali. No soy más seguidor que cualquier otro con curiosidad en el cine colombiano. Pienso más en la ciudad y en lo que sugiere y estos personajes como parte de ella. Dado el interés que tengo por la literatura especulativa, no podría obviar algo como lo que ellos propusieron. Me gusta pensar que escribo sobre propuestas pasadas. Tengo interés en el desarrollo de la literatura de terror y ciencia ficción colombianas. No quisiera que el libro se leyera, de todas maneras, desde el único filtro de Caliwood; creo que hay un par de cuentos que no hacen mención explícita a esos elementos.

Como dices, el libro no va solamente sobre el grupo de Caliwood; también hay historias sobre famosos de la era dorada de Hollywood como Béla Lugosi y el actor que interpretó al primer Tarzán en el cine. ¿Cómo fue esa mezcla de realidad y ficción?

Quisiera pensar que el libro es sobre lo que Cali sugiere por su atmósfera rara, en donde lo erótico siempre convive con el crimen y con la calentura propia de la ciudad (es curioso cómo esta palabra, calentura, puede usarse en un sentido erótico, pero también en otro en relación a la seguridad). Creo que hay mucho esnobismo en torno al rechazo que suscita a veces el tema en la ciudad (quizá, también, la gente en Cali tiene un poco la cabeza quemada con el Caliwood y estas cosas) y eso lleva a que no se entre con más profundidad en un tema que, no se sabe cómo, parece que agotamos sin experimentar más con sus posibilidades. ¿Cuántas ficciones del gótico tropical puede haber más allá de las tres películas del Grupo de Cali, por ejemplo?, ¿cuántas otras ficciones con la salsa de fondo, más allá de ¡Qué viva la música!? A mí la ciudad me sugiere escenarios de relatos policíacos, por ejemplo, de relatos un poco a la manera del gótico sureño de los gringos. Cali está poblada de fantasmas que podrían explorarse más: en el siglo XIX se creía que en los farallones había reuniones de brujas (esto lo sé porque una vez leí unos diarios de la época: El Ferrocarril, el periódico de Eustaquio Palacios, por ejemplo, tiene una nota sobre esto, de 1890), o la misma explosión de la ciudad en el 56, o la bomba que mató al padre de Ospina, fundador del M19 en los ochenta, o los fantasmas de la esclavitud antigua y actual de los campos cañeros y, más cercano, el terror que vivimos en el estallido social. Pero todos esos fantasmas suelen quedar como anécdota curiosa porque la ciudad se ve obligada siempre a bailar y a seguir derecho. Cali no tendría que haberse agotado en Caicedo; por el contrario, esa figura podría ser una apertura. A Caicedo le dan más bola fuera de la ciudad o, a veces, del país. También es cierto que su figura puede crear malas copias. Mi intención no es hacer literatura “caicediana”; solo tomar una referencia que está allí y ya. En el libro hay cuentos que se salen de Cali, o que no la nombran o que no están narradas desde esa escritura arrebatada del timbal. Para mí el libro pasa más por el lado de gente que ve películas de bajo presupuesto y prefiere hablar de eso.


Portada del libro Lo que pasó en el entierro de Belá Lugosi
Portada del libro Lo que pasó en el sepelio de Belá Lugosi

-¿Cuándo decidiste transformar estas anécdotas e historias de Caicedo y Mayolo en cuentos?

Cuando vivía en Tumaco, en 2017, me pasé un mes encerrado viendo películas B y en esa época escribí el primer cuento del libro, un poco pensando en que los personajes de una película conocían a otros de la vida real. Mayolo siempre me pareció un personaje muy interesante, más que el mismo Caicedo. Una vez leí algo que dijo: “Mi cine es como lo pude hacer” y eso nunca dejó de conmoverme. Hay algo muy digno allí, en el Mayolo artista, cierto dejo de derrota en cuanto a lo que implica hacer cine en un país como el nuestro.

Muchas de esas anécdotas son bastante conocidas (el viaje de Caicedo a Hollywood para venderle unos guiones a Roger Corman, los alias que utilizaba Ed Wood, etcétera). ¿Fue necesaria investigación adicional mientras estabas escribiendo?

Sí, me gustan ese tipo de anécdotas. A veces las guardo para usarlas en el futuro y poder resolverlas en la ficción. Me gusta verlas como se mira un documental de chismes sobre Hollywood, porque el chisme suele darle una trascendencia a veces a una anécdota simple; le agrega una carga que es, en sí misma, lo realmente interesante. Lo mismo con Ed Wood y el interés de alguien en adquirir una película que no tendría interés para la gente en general, pero sí para unos pocos.

¿Qué tan fácil o complicado fue narrar tu ciudad a través del prisma de la ficción?

No sé si yo pueda narrar una ciudad realmente. Me doy cuenta de eso estando fuera de Cali desde hace más de dos años, mientras trato de narrarles a mis amigos de Buenos Aires cómo es mi ciudad. Cali, sin embargo, tiene la cualidad de que la música ayuda a compartir su atmósfera, o por lo menos a intentarlo. Si ponés una lista de salsa con cuatro temas, podés compartir algo de ella. Cuando digo que Cali sugiere literatura negra o policíaca es porque lo creo realmente. Su cantidad de moteles, discotecas, bailaderos y metederos, por ejemplo, brindan muchos lugares variables. Creo que si quisiera narrar Cali o acercarme a eso lo haría desde algún relato de ese tipo. Siempre quise trabajar todo un fin de semana en alguno de los moteles del centro para ver todo lo que pasa allí, para ver más de cerca esa relación que atraviesa siempre la ciudad: erotismo y crimen.

Dark City es una de mis películas de ciencia ficción favoritas. ¿Cómo se te ocurrió mezclarla con la historia de Andrés Caicedo?

También es una de mis pelis favoritas. La verdad no sé si fue algo tan consciente. Para escribir me sirve mucho ver películas; a veces creo que eso me sirve más que leer. Veo varias en una semana, armo ciclos temáticos. Cuando escribía ese cuento había visto un ciclo de ciencia ficción de finales de los noventa. Después, se incluyó; no sé por qué realmente. Lo único que podría decir es que me gusta que en la literatura los personajes hablen de películas que vieron. La primera pulsión para escribir un libro así me la dio la lectura de El beso de la mujer araña de Manuel Puig, en el relato de dos presos que se la pasan hablando de películas; bueno, uno le cuenta al otro, pero creo que es el libro al que más le debo, no sé si es el libro que realmente me enseñó a escribir. 

El libro no se decanta por un solo género y esa es una de las cosas que lo hacen interesante: hay algo de periodismo, noir, ciencia ficción. ¿Cómo fue ese tránsito por los géneros?

Sí, es cierto. Me interesan esos géneros porque de entrada hacen una apuesta no realista. El cine noir, por ejemplo, no es realista porque toda su puesta en escena es muy plástica: las persianas de la oficina de un detective, la fotografía en blanco y negro. Los personajes son topos realmente y persiguen más o menos lo mismo siempre. En el otro extremo está el periodismo, que se supone que es realista o de no ficción; de este último me interesa tomarlo como forma, invertir y contar una ficción como una crónica. Con el cuento que titula el libro, por ejemplo, traté en un principio de hacer una falsa crónica sobre Béla Lugosi, pero cambié de parecer. Para concluir, muchas películas del cine B combinan los géneros y los codifican de otras maneras. Un buen ejemplo de todo esto es Pulp de Bukowski.

Podría pensarse que Caicedo y Caliwood fueron importantes en tu formación. ¿Lo que pasó en el sepelio de Béla Lugosi es una suerte de homenaje?

Por Caicedo tengo igual aprecio como por otros escritores que leí en algún punto. No es mi autor favorito y no fue importante en mi adolescencia, por ejemplo. No me abría a leerlo, supongo que por ese mismo esnobismo o prejuicio del que te hablé antes. Lo leí con seriedad siendo más adulto, después de haber comprado el libro de cine que publicó Debolsillo y que Ospina editó. Me voló la cabeza que a su edad hubiese escrito todo aquello sobre tantas películas. Después releí ¡Qué viva la música! y varios cuentos, y caí en cuenta del escritor del putas que fue. No sé si le faltó tiempo para desarrollarse, como dicen algunos. No me imagino a Jim Morrison viejo, por ejemplo, como no podría imaginarme a Andrés Caicedo escribiendo siendo uno. En fin, ni Caicedo ni Caliwood fueron tan importantes en mi formación, siendo honesto. En los últimos años, por mi interés en la nueva ficción extraña latinoamericana, he buscado en ellos como precursores; Caicedo podría ser un precursor de eso que llaman new weird latinoamericano, por ejemplo.


Andrés Arroyave (Foto: Mayra Caiza)
Andrés Arroyave (Foto: Mayra Caiza)

¿Has pensado qué habría sido de tus intereses o aprendizaje de haber crecido en otra ciudad, lejos de su influencia?

No sé, creo que no escribiría, sobre todo porque ahora estoy seguro de que mi formación emocional y sentimental me la dieron mis papás con la música que ambos escucharon siempre; mi mamá con sus baladas de Leonardo Favio y mi papá con su salsa. Esa misma música ambientó siempre los barrios en los que viví y todo eso se comienza a convertir en una imaginería.

¿Cuáles son esos autores que más lees y a los que siempre vuelves?

Suelo volver, por ejemplo, a un libro como El beso de la mujer araña, de Puig; también a algunos cuentos de Faulkner o a una novela como Mientras agonizo. Lo mismo para los cuentos de Philip K. Dick, Raymond Carver o Shirley Jackson. Felisberto Hernández es un autor que me gusta mucho y cada tanto releo su cuento “El balcón”. Ahora estoy leyendo mucha ficción extraña latinoamericana y colombiana. Luis Carlos Barragán es el autor que en el último tiempo me voló la cabeza. También suelo releer el libro sobre la escritura que tiene Ursula K. Le Guin.