La nueva edición de Raíces históricas de La vorágine (Panamericana Editorial) se publica con el vehemente deseo de que ciertos hechos históricos, criminales e inhumanos cometidos por la infausta Casa Arana —en las entrañas de la selva amazónica, en contra de los caucheros, colonos y tribus indígenas del Caquetá y del Putumayo— no queden en el olvido. Además, la celebración del centenario de la publicación de La vorágine, que en manera alguna debe pasar inadvertida.
Por Jefferson Echeverría / Escritor
Nos queda la prueba irrefutable de que la gran obra del escritor José Eustasio Rivera, La vorágine, es mucho más que una travesía aplicada a los confines de la imaginación. Con el paso del tiempo, nos hemos dado cuenta de su valioso aporte a la literatura, cuyas páginas no solamente han logrado un alcance prominente gracias a su riqueza narrativa y minuciosa, sino también siguen explicando a través de secretos inauditos, pero veraces, el concepto de sociedad pese a su atributo ficcional.
Al parecer, la realidad detrás de sus páginas es mucho más que una simple visión de Arturo Cova a sus penosas limitaciones de supervivencia. Dentro de su amplio panorama, enriquecido por la fuerza de una prosa auténtica, se esconden también los más terribles secretos que exponen una suerte de infamia promovida por los poderosos y su afán de riquezas. Tales componentes suponen sin pudor ni censura un primer paso fundamental en donde abandona los terrenos de lo fantástico y afianza los horrores de la realidad.
Son muchas las evidencias cartográficas, compuesta de recursos históricos y de testimonios materiales que se incorporan a la búsqueda definitiva de la verdad transcrita en la novela de Rivera. Pero hay una de ellas que plantea un valioso ejercicio de investigación a base de evidencias concretas en cuyo contenido nos obliga a confrontar el pasado de un modo directo y eficaz. Este libro, que en su segunda edición ha sido publicado por Panamericana Editorial con el fin de conmemorar el centenario de la publicación de La vorágine, es un recorrido letal, práctico y minucioso, en donde se expone un sinfín de atrocidades impuestas por los caucheros más inhumanos del siglo pasado.
No obstante, los años transcurridos desde su publicación, en 1924, La vorágine sigue siendo una de las obras más ponderadas y divulgadas de la literatura latinoamericana.
Raíces históricas de La vorágine, obra escrita por el investigador Vicente Pérez Silva, es una recopilación magistral que profundiza los hallazgos de ese ayer oscuro en la historia colombiana. Su contenido explica, a través de diferentes fuentes bibliográficas y testimonios fidedignos, la trayectoria de un periodo quizás desconocido para varios personajes de aquella época, pero imprescindible para nuestro presente en el que se nos permite desnudar en cierto modo la infamia ocurrida en los rincones más remotos de nuestra geografía.
El valor de su evidencia nos indica la veracidad de los hechos que comprueban una vez más la ambición por el “oro negro” o el caucho y, cómo un grupo de gente atribuyéndose un poder territorial, logró corromper a una sociedad a un nivel extremo de ensangrentar sus comunidades. En su obra, Pérez Silva trasluce los detalles más esenciales acudiendo al origen de los sucesos, luego al desarrollo del contexto y finalmente a la crítica elocuente sin perder el horizonte de los antecedentes. Cada capítulo es un tejido de evidencias en el que los lectores podrán apropiarlas a la percepción de la novela y de paso argüirlas a su propio enriquecimiento de la historia, pues, si desglosamos una parte del título, las raíces permiten desentrañar los fenómenos culturales y, a su vez, nos aproximan a interpretar una parte de esa noción de identidad hoy por hoy tan disuelta.
En primera medida, encontramos la inspiración etimológica, literaria y, por supuesto, histórica, en la que José Eustasio Rivera logró forjar los primeros pasos como fuente de inspiración para su gran obra. Conocer esta faceta del autor, más que importante, es también una labor fascinante. Para los amantes de la investigación siempre será una obsesión particular el hecho de extraer toda clase de curiosidades que contribuyan al origen de un evento específico, y el conocer a un José Eustasio Rivera recopilando cada información durante sus conversaciones fructíferas con don Custodio Morales, cuyo nombre no solo aparece en La vorágine sino también se sabe que fue un testigo directo de la explotación cauchera en el Caraparaná; y posteriormente emprendiendo sus viajes como diplomático por las diferentes zonas selváticas de nuestra geografía, nos abre una brecha ejemplar que confirma una vez más por qué es considerada una de las novelas más importantes de nuestro país.
Durante los siguientes capítulos, Pérez Silva se aleja un poco de las intenciones literarias de Rivera y explora otros territorios más complejos, mayormente revestidos de acontecimientos similares o peores que los descritos por el poeta Arturo Cova. La finalidad de mencionar varias obras de carácter histórico, exaltando a través de múltiples fragmentos, testimonios y crónicas, los crímenes cometidos desde tiempos inmemoriales durante el proceso de fabricación del caucho, nos introduce en una suerte de realidad difícil de asimilar. El recorrido central se origina a partir de la peculiar incursión de Larrañaga quien, junto con su socio, el peruano Julio César Arana, consolidan una especie de sociedad enfocada en la exploración y explotación del caucho por diferentes territorios selváticos. Inicialmente denominada La Chorrera; posteriormente y sin reservas de origen, La Casa Arana, esta alianza es el punto de partida para que varios investigadores de aquel entonces, en su mayoría extranjeros, emprendan una búsqueda incansable por el esclarecimiento de crímenes y atentados cotidianos contra la condición humana.
«Raíces históricas de La vorágine, obra escrita por el investigador Vicente Pérez Silva, es una recopilación magistral que profundiza los hallazgos de ese ayer oscuro en la historia colombiana.»
Libros, reportajes y evidencias repletas de un carácter auténtico, dilucidan miles de prácticas que, a pesar de su voluntad inhumana, estos artífices de la maldad lo hacían parecer tan común como si correspondiera a un espectáculo popular. Su frialdad no conocía límites: incineración de cuerpos con kerosene, múltiples denuncias de desmembramientos causadas por la explotación laboral, disminución sistemática de tribus indígenas y constantes violaciones a la libertad, representan una vergüenza mundial dentro de las páginas de nuestro pasado.
Leer cada fragmento y explorar las diferentes etapas de investigación en la obra de Pérez Silva implica apropiarnos de nuevas voces quizás silenciadas por el olvido y la ignorancia, pero rescatadas por el valor intelectual de la historia. Dentro de dichas voces podemos aproximarnos a El libro rojo del Putumayo de Norman Thompson; El libro azul británico, un informe que habla sobre el Putumayo, publicado por Sir Roger Casement; El proceso del Putumayo de Carlos A. Valcárcel, La Amazonía colombiana de Demetrio Salamanca y, por supuesto, las múltiples denuncias publicadas en Iquitos por el periodista peruano Saldaña Roca. Desde luego que es sólo por mencionar algunos ejemplos, pues la riqueza bibliográfica de la obra de Pérez Silva comprende muchos más en la que cada lector podrá apreciar y de paso rechazar la crueldad sistemática a la que fueron sometidas las tribus de la época con el mismo repudio manifiesto que ocurre con las injusticias de nuestros tiempos.
Tras leer esta magistral investigación, puedo concluir que en La vorágine se presentan dos etapas de lectura: en la primera, uno se encuentra con la expectativa fantástica, cuyo enfoque está más orientado a la travesía del poeta Cova y su obsesión por Alicia; si bien hay pasajes de abusos, crueldades y flagelos, por momentos se cree que es más una evocación del novelista por recurrir a la exageración que por un interés directo de ventilar la realidad. Pero en la segunda etapa, sobre todo cuando nos encontramos con evidencias históricas del nivel de Pérez Silva y con personajes de la novela que en verdad sí participaron dentro de este periodo oscuro, uno corre el riesgo de ver con otros ojos la obra de José Eustasio Rivera a tal punto de coincidir con las palabras dichas por el maestro Rafael Maya quien, durante una emotiva conmemoración al ilustre autor en 1929, pronunció el siguiente discurso: “Defendamos la obra de Rivera porque constituye una preciosa parte de nuestro patrimonio moral, y porque ella sola contiene más elementos de soberanía nacional que la ficción misma del Estado”.