No. 6.460, Bogotá, Martes 10 de Septiembre del 2013
La poesía debe ser un poco seca para que arda bien, y de este modo iluminarnos y calentarnos.
Octavio Paz
A los 88 años, la sobrina
novia de Neruda rompe el silencio
novia de Neruda rompe el silencio
Por: Guido Carelly Lynch/Tomado de Revista de
Cultura Ñ/Argentina.
Cultura Ñ/Argentina.
La
muerte de Pablo Neruda, cuarenta años después, todavía es un misterio. El 23 de
este mes se cumplirán cuatro décadas exactas de su fallecimiento mientras que
forenses trasandinos y estadounidenses estudian muestras de los restos
exhumados del Premio Nobel para saber si lo mató el cáncer de próstata o
lo ultimó el régimen de Pinochet. Sobre algunos detalles
escabrosos se dio cuenta en estas páginas hace pocos meses. Pero también
hay amor, guiños, giros e ironías del destino.
muerte de Pablo Neruda, cuarenta años después, todavía es un misterio. El 23 de
este mes se cumplirán cuatro décadas exactas de su fallecimiento mientras que
forenses trasandinos y estadounidenses estudian muestras de los restos
exhumados del Premio Nobel para saber si lo mató el cáncer de próstata o
lo ultimó el régimen de Pinochet. Sobre algunos detalles
escabrosos se dio cuenta en estas páginas hace pocos meses. Pero también
hay amor, guiños, giros e ironías del destino.
Un
personaje en apariencia menor amenaza con llevarse los reflectores; al menos en
un capítulo. Se trata de Alicia Urrutia, la sobrina de Matilde (histórica
esposa del poeta), quien a sus 88 años rompió el silencio que se había prometido
a pedido del juez Carroza, que instruye la causa. Hace algunos años, Inés María
Cardone relató la historia de amor (y trampa) que cruzó al viejo y a la
jovencísima Alicia, que a fines de los años 60 con su hija Rosario y sin esposo
a la vista fue acogida por su tía y el marido famoso en la casa de Isla Negra.
Según relata Cardone en Los amores de Neruda (título y espoiler si
los hay), Matilde consideraba a Alicia como una empleada y, para peor, la
maltrataba. Dicen que al viejo le dio primero por la compasión y después por el
amor. Hasta que Matilde los encontró en su propia cama, Alicia voló y Neruda
terminó pidiendo una embajada.
personaje en apariencia menor amenaza con llevarse los reflectores; al menos en
un capítulo. Se trata de Alicia Urrutia, la sobrina de Matilde (histórica
esposa del poeta), quien a sus 88 años rompió el silencio que se había prometido
a pedido del juez Carroza, que instruye la causa. Hace algunos años, Inés María
Cardone relató la historia de amor (y trampa) que cruzó al viejo y a la
jovencísima Alicia, que a fines de los años 60 con su hija Rosario y sin esposo
a la vista fue acogida por su tía y el marido famoso en la casa de Isla Negra.
Según relata Cardone en Los amores de Neruda (título y espoiler si
los hay), Matilde consideraba a Alicia como una empleada y, para peor, la
maltrataba. Dicen que al viejo le dio primero por la compasión y después por el
amor. Hasta que Matilde los encontró en su propia cama, Alicia voló y Neruda
terminó pidiendo una embajada.
El
biógrafo del poeta Hernán Loyola ya había contado la misma historia y aportado
el dato de que la joven fue la musa del poeta a la hora de escribir «La
espada encendida» (1970) y «La rosa separada» (1972). Pero
Alicia, con códigos y un nuevo marido en su casa en Arica, nunca habló; hasta
ahora. Primero tuvo el gusto ante la Policía de Investigaciones y poco después
frente al honorable juez. Siempre acudió acompañada por su hija. Un perito de
los que estaba presente contó que ni la policía se animó a preguntarle a la
señora si ella y el poeta eran amantes. Se limitaron a pedirle: «Por
favor, relate sus encuentros». Alicia no fue explícita pero tampoco se
hizo la sonsa ni esquivó el bulto. «No recuerdo la fecha exacta, pero una
vez que regresó a Chile, días después, me reuní con él en la ciudad de
Valparaíso en el Hotel Miramar, en una oportunidad que asistió al hospital de dicha
ciudad, donde le estaban efectuando un tratamiento para su enfermedad». La
declaración oficializa la naturaleza de la relación entre el poeta y su sobrina
política, salvo que se encontraran en un hotel a escondidas del mundo para
hablar o jugar a los naipes. Manuel Araya, chofer personal del Nobel, cuyas
sospechas germinaron esta investigación, quiso despegar a Alicia del centro de
la escena, pero sin querer la devolvió al baile: «creo que debemos dejar
tranquila a la señora Alicia para no ocasionarle problemas con su actual marido
en Arica», dijo.
biógrafo del poeta Hernán Loyola ya había contado la misma historia y aportado
el dato de que la joven fue la musa del poeta a la hora de escribir «La
espada encendida» (1970) y «La rosa separada» (1972). Pero
Alicia, con códigos y un nuevo marido en su casa en Arica, nunca habló; hasta
ahora. Primero tuvo el gusto ante la Policía de Investigaciones y poco después
frente al honorable juez. Siempre acudió acompañada por su hija. Un perito de
los que estaba presente contó que ni la policía se animó a preguntarle a la
señora si ella y el poeta eran amantes. Se limitaron a pedirle: «Por
favor, relate sus encuentros». Alicia no fue explícita pero tampoco se
hizo la sonsa ni esquivó el bulto. «No recuerdo la fecha exacta, pero una
vez que regresó a Chile, días después, me reuní con él en la ciudad de
Valparaíso en el Hotel Miramar, en una oportunidad que asistió al hospital de dicha
ciudad, donde le estaban efectuando un tratamiento para su enfermedad». La
declaración oficializa la naturaleza de la relación entre el poeta y su sobrina
política, salvo que se encontraran en un hotel a escondidas del mundo para
hablar o jugar a los naipes. Manuel Araya, chofer personal del Nobel, cuyas
sospechas germinaron esta investigación, quiso despegar a Alicia del centro de
la escena, pero sin querer la devolvió al baile: «creo que debemos dejar
tranquila a la señora Alicia para no ocasionarle problemas con su actual marido
en Arica», dijo.
Más
allá del chisme, creen los colegas que siguen la causa que el dato podría tener
otro impacto, si se comprueba que la enfermedad del Nobel no estaba tan
avanzada como para impedirle dar rienda suelta a sus «bajos
instintos».
allá del chisme, creen los colegas que siguen la causa que el dato podría tener
otro impacto, si se comprueba que la enfermedad del Nobel no estaba tan
avanzada como para impedirle dar rienda suelta a sus «bajos
instintos».