Texto enviado por León Gil.
Leyendo el contenido de uno de mis archivos me encontré con un texto leído no sé hace cuántos años en no sé qué blog (pues tiene dos… ¡Y con cientos de miles devisitantes!) de Elcy Rosas Crespo.
Se trata de un juego, una deliciosa parodia de las famosas Doce preguntas que suele entregarse a alcohólicos y drogadictos para que se autodiagnostiquen si padecen o pueden llegar a padecer la enfermedad del alcoholismo o la de alguna otra adicción.
El texto en mención también es un pretexto para que la autora nos comparta sus reflexiones y experiencias en torno a su relación con los libros.
Al final del post aparece un comentario (que solo hasta hoy vine a leer; pues no acostumbro leerlos), el cual constituye un estupendo ejemplo de lo que es un perfecto lector necio.
Acá van; pues, el texto de Elsy Rosas Crespo, las Doce Preguntas de A. A. y el comentario del lector necio:
Adictos a los libros y la lectura
Por Elsy Rosas Crespo
Yo pensaba que no se podía ser adicto a los libros pero sí, también se puede ser adicto a los libros y el adicto a los libros sufre.
Las doce preguntas (si responde de forma afirmativa a más de tres preguntas tiene serios problemas con los libros y la lectura).
Yo respondí de forma afirmativa a las siguientes:
¿Prefieres leer a solas, en lugar de hacerlo con otros?
¿Has tratado alguna vez de dejar de leer o leer menos y fracasaste?
¿Has empezado a leer por la mañana, antes de la escuela o el trabajo?
¿Te tragas las lecturas de un golpe?
¿Te has metido alguna vez en problemas cuando lees?
¿Te emborrachas cuando lees, aunque no sea esa tu intención?
¿Te parece una gran hazaña poder aguantar mucho leyendo?
El problema del alcohólico o el drogadicto casi siempre está relacionado con autoestima, falta de voluntad y gasto excesivo de dinero, pero ellos no tienen que sufrir con los delirios de las personas adictas a leer, a comprar, a cargar, a mirar y a pedir en préstamo libros de otras bibliotecas.
El adicto a los libros a veces los odia y regala los que tiene porque siente que tiene muchos que no ha leído, precisamente porque los tiene, no siempre lo mejor es tener los libros.
El adicto a veces odia el acto de leer, lo encuentra estúpido, le parece que no tiene «ideas propias», se las da de filósofo, reniega de todo lo que ha leído y se jura a sí mismo y en público tratar de ser una mejor persona a partir del momento en que toma la decisión.
El adicto a los libros es posesivo, celoso, obsesivo. Los mira, los organiza, los selecciona, siempre tiene en la mesa de lectura más de lo que puede leer. Es inconstante, promiscuo, hace falsas promesas, promete más de lo que puede cumplir, no tiene palabra, se deja enredar fácilmente por otra lectura y abandona una que él mismo creía la mejor, la imprescindible.
El adicto a los libros también los trata como a un ser amado, a la adicción se suma la tragedia de este sentimiento. El objeto que le da tanto placer cuando lo encuentra, es el mismo que lo desilusiona cuando lo conoce más a fondo; el mismo que parecía tan digno antes de conocerlo (por una reseña, por ejemplo), resulta ser un total fracaso, hubiera sido mejor nunca haber oído mencionar ni siquiera su nombre; las horas pasadas junto a él, que parecían las mejores, las más emocionantes, fueron en realidad un engaño, una pérdida de perspectiva lograda gracias al arte de las palabras pero no, no había nada diferente a lo demás. Las excepciones son mínimas, son muy pocos los libros verdaderamente amados y por esos pocos libros, por esos pocos autores, es imposible abandonar tanto sufrimiento, tanta esclavitud.