Conversé con el poeta costarricense Álvaro Mata Guillé sobre su libro Más allá de la Bruma, que se presentará en la Casa del Poeta Ramón López Velarde el 9 de agosto a las 19 horas.
Por: Sidharta Ochoa
Conocí a Álvaro Mata hace algunos años mientras trabajaba con Edgar Krauss en ese maravilloso proyecto que recuerdo con mucho cariño Ediciones Hypathia, en la Casa Refugio Citlaltépetl dirigida por Phillipe Olé Laprune. Ahí estaba este espécimen extinto entre los escritores contemporáneos: un autor políticamente informado, gestor de causas que nadie quiere tocar, e intelectual de una época que pensaba lo social.
Después de muchas sobremesas y pláticas interminables surgió la publicación de Más allá de la Bruma, en el sello independiente que dirijo: Casa Editorial Abismos. Frente al surgimiento de estrellitas de pacotilla y la pereza autogestiva, fue una sorpresa darle un salida internacional al libro, y que esto no fuera un peso sobre la espalda del editor, Álvaro Mata entiende que el trabajo editorial, no es aquel que nos hizo creer el boom: no todos son (o pueden ser) Gabriel García Márquez y tener sus privilegios. El trabajo editorial es esencialmente colaborativo y pragmático. Digamos que después de muchos descalabros encontré a un autor que entiende los vericuetos de la gestión editorial. Siempre los autores de mayor calidad son los que menos peso representan para una editorial independiente, y así ha sido la experiencia que llevó este título a Buenos Aires, Lima, Costa Rica, México, abriendo diálogos necesarios en Latinoamérica.
-¿Cuáles son tus principales influencias literarias, primero latinoamericanas y después universales?
-De niño me preguntaba, sintiéndome solo, por la inmensidad del universo, quedándome en las noches absorto mientras escudriñaba en la oscuridad del infinito, buscando, entre los destellos que parpadeaban en la bóveda del firmamento, nuestro origen, nuestros inicios, el aquello que había acontecido en un lugar sin tiempo, en un lugar sin lugar más allá de la lejanía, pero también incursionando en la sensación de extrañeza que me embargaba, el por qué la nostalgia, el por qué la niebla, qué era la lluvia o el viento. Mi asombro, ante el misterio que rodea las cosas, se extendía a las calles, al caminar por ellas imaginaba la cotidianidad de quienes las habían habitado, qué había en esos lugares antes de las ciudades o las poblaciones, cómo se había formado lo que éramos, buscando una respuesta entre los fantasmas que pululaban en ellas, en los vestigios transformados en imágenes, que presentían las rutinas del pasado, en el antes del antes, en el allá que al regresar al aquí mezclaba la remembranza al presente.
“En ese tránsito intentando descubrir esto, lo otro o aquello, aparecieron otras inquietudes que se ligaban a la formación de la cultura, a los inicios de las sociedades, al cómo llegamos a ser lo que somos, de dónde veníamos, cuáles los acontecimientos que nos habían forjado, procurando, por lo tanto, en las primeros garabatos que escribí, atrapar la ambigüedad que nos rodea y posee, escapándose en la fugacidad de los nombres, de nosotros mismos en ellos buscando decirnos, descubriendo, a su vez, que las palabras se desvanecen con sus sonidos al nombrarlas. Luego, si hay un antes o un después, puesto que más que la linealidad del acontecer, lo que ocurre en nosotros es lo simultáneo, aparecieron los libros, que más que influenciarme, me acompañaron.
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Álvaro Mata Guillé |
La literatura explora en nuestras experiencias, nos exploramos a nosotros enfrentando nuestra extrañeza, al otro en nosotros que se expresa, reducirla a un esquema o a una definición, sólo empequeñece lo que inquieta, banaliza el misterio, vacía nuestra nuestras imágenes, nuestra voz
“Primero novelas, las que lograban decir por mí mismas lo que sentía y pensaba, que junto a las descripciones de la historia, de los viajes espaciales, de la genética o la paleontología, ayudaban a conciliar mis titubeos, pero lográndolo, especialmente con la música, pues la música, como la danza o el teatro, son formas de leernos y leer, de escucharnos y escuchar, de indagarnos, de reencontrarnos. Fue a través de Bach y Beethoven, con las novelas de Jorge Amado, Terra Nostra de Carlos Fuentes o Pedro Páramo de Juan Rulfo, que combinándose como otros muchos autores: Milan Kundera, Octavio Paz, Thomas Bernhard, Bertrand Russell; Kafka, Celán, Holan, Jabés, Rafael Cadenas o Eugenio Montejo, dieron voces, diálogos a lo que sentía, a lo que preguntaba, encontrándome, muchas veces, en un lugar del que no quería volver. Más que influencias, lo relatado por todos ellos, en la música o los textos, son permanencias, conversaciones que se mantienen en el tiempo, que nos hacen sentirnos menos solos.
“Escribir, cuando es literatura o se aproxima a ella, emerge de la condición humana, siendo el lugar donde podemos asumir nuestra transitoriedad, el saber que estamos de paso, el no saber. La escritura no nace de las teorías, del sentimentalismo o el comercio, nace de la necesidad, de la vivencia, de la orfandad, permitiendo redescubrir las cosas, redescubrirnos y dar un sentido a nuestra permanencia”.
-¿Con qué autores dialogas en el título Más allá de la bruma?
-Las sensaciones, las que siguen ahí en nosotros como sombras, se transfiguran no sólo en preguntas, también en personajes, en ausencias, en deseos; se reflejan como una luminiscencia en el lenguaje, dando significado al algo que percibimos en nosotros y en el entorno, como las imágenes primeras de nuestra especie, las que permitieron descubrir y descubrirnos al personificar las cosas: nuestros miedos, la zozobra, el desasosiego, la percepción del entorno.
“Diálogos en nosotros, diálogos con el otro y lo otro, que nos acompañan en la ambigüedad de lo real mezclado a lo irreal, en la normalidad y lo anormal, permeando lo que escribimos, humedecen el pensamiento y la necesidad de decir, convirtiéndose en presencias, con las que no sólo conversamos, vivimos con ellas y dudamos, sufrimos en ellas o reímos.
“En el libro Más allá de la bruma estos diálogos se transfiguran en nombres, en historias de otras historias, es Mathías, el personaje de Claus y Lucas, la novela de Agota Kristof; es Eunice Odio, Jorge Arturo, la reclusión de Osip Mandestam en compañía de Nadiezhda y la pérdida de la esperanza; es Thomas Bernhard contando de su niñez en un sótano, buscando el origen, como lo hace Arvo Pärt con el mito uniéndolo a las sonoridades y los rituales; soy yo mismo siendo el otro, viéndome a lo lejos, en otro niño que trataba de escuchar a las brujas por las paredes, descifrándose en los recuerdos que subyacen, como reverberaciones, en otros libros que llevan a otros libros, a Debajo del viento, a Un país sin nombre a Sobre los fragmentos, los dibujan los cimientos de un lugar sin ser un lugar, un valle entre ríos junto y una laguna muerta, en otras calles y ciudades, en voces de otras voces. Todos ellos mutan en los relatos de Más allá de la bruma, conversan ante el vaciamiento del lenguaje y la necesidad de encontrar un sentido ante el sin sentido y la barbarie; vasos comunicantes que se reencuentran con otros diálogos, con lo que se dijo, se pensó, lo que vivieron y que nos hace vivirlo, palparlo, saber de nuestra crueldad y nuestra intemperie”.
-Heidegger decía, lo poéticamente habita el hombre… ¿Qué relación guarda la poesía con la “vida real?
-La literatura explora en nuestras experiencias, nos exploramos a nosotros enfrentando nuestra extrañeza, al otro en nosotros que se expresa, reducirla a un esquema o a una definición, sólo empequeñece lo que inquieta, banaliza el misterio, vacía nuestra nuestras imágenes, nuestra voz. Escribir, hacer danza o teatro, se inserta en las necesidades vivenciales del ser humano, en su condición de incertidumbre, en nuestro no saber.
“Del no saber y nuestro tránsito, de esa mezcla de lo incierto ante el abismo, nace la poesía, como un reflejo que busca decir y decirse, comprender y comprenderse, volviendo al silencio, al antes del lenguaje que se revela en su misterio, que al romper el mutismo que inunda el entorno, provoca que el otro nos perciba, se aproxime; siendo ahí, en ese lugar donde se paraliza el tiempo, que nos reencontramos, permitiendo que lo humano vuelva a lo humano.
“La relación entre poesía y sociedad es estrecha, no hay convivencia, más allá de lo formal, sin ella, pues al percibir su canto penetrando en nuestras entrañas, al percibirlo humedeciendo nuestros adentros, se revela nuestra soledad y la otra soledad, el otro grito, la otra angustia, al otro, yo mismo en el lenguaje revelándome. Al volver a los cimientos de lo humano, al regresar a las raíces y vínculos que dieron paso a lo cultural, al internarnos otra vez en la primariedad que subyace cubierta de signos y convertir su vitalidad en canto, en escritura, en danza, también se traspasan los mandatos, se sobrepasa la moral y las convenciones, se confronta la censura, la ortodoxia, la indiferencia. La pulsión que habita nuestras entrañas se transforma entonces en un nuevo lenguaje, en significados que dan paso a otros significados, a otro titubeo, a otro lugar, a otro tiempo, es decir, la poesía –el escucharse a sí mismo y a los otros en el no tiempo, en el no lenguaje– no sólo es un lugar de reencuentro, un lugar de comunión de escucharnos y sentirnos, lugar de relación entre lo individual y el otro, entre lo particular y lo plural, también el lugar de la reformulación, del pensamiento crítico, del asombro, del disentir.
“Olvidar el canto, la poesía, por más que el término esté prostituido por la frivolidad, la impostura, la presunción, sólo refleja nuestro propio olvido, la mutilación que derruye lo social, destruye la convivencia, nos destruye; nos indica que dejamos de lado los elementos que nos han hecho ser lo que somos, que olvidamos el abismo que nos habita, la incerteza de nuestro tránsito y su fugacidad, pero sobre todo a nuestro cuerpo preguntándose ante el entorno y su no saber, haciendo evidente que la barbarie se impone en todos los ámbitos, su rostro de sombras, la oscuridad que nos habita”.