Amalgama

La vida que es comer, defecar y morir

Rubem Fonseca
Nota: escrito enviado por León Gil.
A finales del pasado mes de agosto se celebró en una importante librería de México los 50 años de trayectoria literaria del escritor Rubem Fonseca, y los 25 años de estar editando sus libros la Editorial Cal y Arena (“…única editorial mexicana con los derechos para publicar al célebre autor brasileño…”). 
El acto principal de la celebración fue la presentación de su último libro de cuentos, Amalgama.
Como es normal, la celebración no contó con la presencia del cuasi nonagenario escritor (89 años), pues de todos es sabido que no disfruta de este tipo de eventos, ni de las entrevistas, ni de los encuentros literarios; no obstante, en los últimos años ha debido asistir a la recepción de varios doctorados Honoris Causa, e importantes premios nacionales e internacionales, como el Juan Rulfo de la Feria Internacional de Guadalajara en 2003, que le fuera entregado por Gabriel García Márquez.
Amalgama es el décimo quinto (¡Quince!) libro de cuentos de Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, 11 de mayo de 1925). Es una amalgama de humor, sarcasmo, frustraciones, dolor, aversiones, absurdidad, tragedias, macabrismo, teratologías, amor, erotismo, insanias y casi todas las situaciones, sentimientos, pensamientos, “perversiones” y pasiones que animan y agobian al hombre de hoy y de siempre. Es una amalgama que se obtiene a través de 34 historias contadas de forma escueta, áspera, desprejuiciada y cruel; casi que cínica y agresiva; o al menos, sin piedad o consideración alguna por lector alguno.
En Amalgama hay algunos relatos en verso (¿poemas?), para los cuales su traductora; Delia Juárez G., contó con la colaboración del poeta Luis Miguel Aguilar.
De la traducción no podría decir nada serio; pues no soy traductor, ni conozco el texto en portugués; y menos aún, la encantadora lengua de su creador. Lo que sí puedo asegurar es que se lee como si el lenguaje de su escritura primigenia hubiera sido nuestro idioma. Hecho este que confirmaría de manera justa el conocido y perfecto símil del traductor con el buen árbitro de fútbol: mientras menos se note su presencia, mejor habrá sido su trabajo: aquí no se percibe dudas, tropezones, improvisaciones, alardes o exhibicionismos por parte del traductor; ni siquiera están las frecuentes y abrumadoras referencias y ‘N. del T.’ de pié de página. Solo hay cinco de estas últimas, de dos líneas cada una. Una de ellas al pie del primer texto en verso: “* Para la traducción de los poemas que aparecen en este libro se contó con las sugerencias del poeta Luis Miguel Aguilar”.
Delia Juárez G. también es escritora y editora (E-mail: deliajg@gmail.com, Web: www.edicionescalyarena.com.mx, tel.: 52 41 69 38). (Como esta nota no es precisamente una reseña, y mucho menos una reventa, no será necesario decir que el libro es un volumen de 22,5 cm. x 11.5 cm. x 0.11 cm., con 150 páginas, en rústica; y una, para mí, acertadísima carátula de la diseñadora gráfica e ilustradora Maricarmen Miranda Diosdado).
También quisiera anotar que; como bien es sabido, hay escritores que son considerados de culto (qué horror de palabra. “¡Vade retro!” estoy seguro que diría Fonseca); cuya obra pareciera estar dirigida tan solo a escritores, académicos e intelectuales, y; por supuesto, a esnobs y seudointelectuales: los libros de Rubem Fonseca no solo son apreciados y estimados por todos los anteriores, sino por personas de a pie; ágrafas y casi que analfabetas, como he podido comprobar leyendo sus cuentos en voz alta a una pareja de poetas y a una campesina que les colabora en sus las labores domésticas.
Rubem Fonseca, con sus 89 años, su portentosa inteligencia, su fantástica creatividad y la inobjetable maestría de su oficio exhibidas en esta dura pero dichosa obra, contradice a quienes piensan que estas facultades desaparecen o menguan con los años. Todo lo contrario, es un tremendo estímulo y una alegre esperanza para todos nosotros, los jóvenes creadores de sesenta o más años. Gracias, abuelo don Rubem.
Y quiero terminar; para probar el poderoso magnetismo de su prosa y el ineludible encantamiento de su palabra, retando a cualquiera a que comience a leer algo de este libro -el primer relato del mismo, por ejemplo-, y que intente abandonarlo después de las primeras líneas. Y otro reto más, que terminado de leer este cuento (El Hijo); que a continuación anexo, se abstenga de abrir el archivo adjunto y leer los otros tres o cuatro que en él incluyo. Con seguridad perderá, pero asimismo su “diversión” será segura.
-“…”
-De nada.

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