Borges y la literatura: el filo de la espada

Por: Juan Silva S./ Especial para Libros y Letras.
En Borges latía un militar, bullía un tigre
Eso estaba dentro de sus posibilidades dadas: “la sombra militar de mis muertos“ (poema El amenazado), “Uno de mis antepasados, Christoph zur Linde, murió en la carga de caballería que decidió la batalla de Zorndorf” (Deutsches Réquiem), “Yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar” (El inmortal) etc., etc. 
Sin embargo, gracias tal vez a la literatura, Borges pudo renunciar a ser un chafarote y, en consecuencia, a la violencia –pero no a su predilección por los personajes violentos: cuchilleros, traficantes, asesinos, vengadores (y, según noticias de prensa, por el General Franco en España, por Videla en Argentina, por Pinochet en Chile…).
El tigre, el leopardo, el jaguar, la espada, también fueron sus figuras emblemáticas. 
Para fortuna nuestra, lectores inveterados, estos singulares elementos de su escritura, fueron entretejiéndose con otros, para dar lugar a las más fantásticas ficciones, artificios, inquisiciones, creaciones, imaginaciones, confabulaciones, de la más alta, cuidada, cultivada y exquisita erudición. El mejor ejemplo de esta peculiar transformación es el bellísimo cuento El jardín de los senderos que se bifurcan.
Borges pagó su deuda con la historia personal, llevándola a los confines de lo más humano,- lo ultra humano-; superando, de esta manera, una larga trayectoria de ascendientes guerreros, -como siguiendo los profundos designios de la sublimación de los impulsos agresivos, -propugnada, principalmente por Sigmund Freud y Herbert Marcuse.
Así que “el hombre sea un lobo para el hombre” deja de ser, en Borges, -por Borges-, un destino inexorable, (tal como lo popularizara Hobbes en su Leviatán), y pasa a ser sólo una sentencia y un prejuicio del pasado, -gracias a la valentía y lucidez de este escritor argentino que desafió las polémicas más agrias del siglo veinte, marcadas por las dos guerras mundiales y la llamada Guerra Fría.

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