César Díaz: “La juventud está sobrevaluada”

Un café en Buenos Aires con César Díaz


Por: Pablo Hernán Di Marco*

Tras una
engañosa fachada de sencillez y brevedad,
César Díaz ha escrito un
libro de memorias, reencuentro, agradecimiento y ajuste de cuentas con su
propia historia. Puedo imaginar lo complejo del desafío: volcar el pasado al
papel debe parecerse mucho a reabrir un viejo álbum de fotos: imposible saber
si lo que veremos nos conmoverá o nos derrumbará. Lo cierto es que
César Díaz superó con creces el desafío, al punto
que En la semilla ya está el aroma resultó
una de mis lecturas favoritas del año.


—Te escuché decir que escribís porque no solés sentirte cómodo
hablando. Alguna vez los tímidos deberemos agradecerle a la literatura todo lo
que hizo por nosotros, ¿no creés?

Totalmente de acuerdo. Hay infinidad de
cosas que me veo bastante impedido de transmitir en el cara a cara
. Lorrie
Moore
decía que la literatura es “solitaria y esperada, un casamiento de
pájaros, una conversación entre ciegos”. Es compartir con un extraño mis
sentimientos más íntimos y que les llegue como una botella arrojada al mar.


—Hay algo que me llama la atención de la literatura contemporánea
argentina: el poco espacio dedicado a los escritores mayores de sesenta años.
Es más, la mayoría de quienes hoy publican son menores de cincuenta. Esto me
resulta entre llamativo y patético, teniendo en cuenta que no estamos hablando
de deportistas o de estrellitas de la tele sino de escritores. Vos, que acabás
de publicar un libro a tus sesenta y seis años, ¿notás esto que señalo?
 

En estas épocas, decirle a alguien gordo
o viejo tiene toda una intencionalidad despectiva. Alguien gordo o viejo es
alguien desechable, fuera del sistema. Charly García, gordo y viejo, quedó
invalidado. Sólo se habla de cuando era joven y flaco. Me doy cuenta de cómo
estoy afuera del sistema cuando veo propagandas. Excepto para pañales para
adultos o pegamento para dentaduras postizas, los viejos no existimos para el
mercado. Se confunde lo bueno con lo nuevo. Una amiga hizo un tratamiento para
adelgazar al mismo tiempo que se recibía. Toda la gente con la que se
encontraba la felicitaba por lo linda que estaba, y hasta que parecía más
joven. Nadie se tomaba el trabajo de felicitarla por haberse recibido.

Leer a Chéjov o Dostoyevski
le da prestigio al lector, en cambio Dalmiro Sáenz o Abelardo
Castillo
o Conti mismo, tienen un lenguaje viejo. En cien años
supongo se verá en forma despectiva a los autores actuales. Me da la impresión
de que la juventud está sobrevaluada. Son ciclos en donde los jóvenes o son
los mejores o son los peores. Mientras tanto todos los líderes y gobernantes
superan los sesenta o setenta.


—Tal vez el origen de esta falencia sea que ya casi no hay editores
mayores. ¿Dónde están? ¿Qué hizo el mundo literario argentino con ellos?

Se los comió el sistema. No hubo un real
recambio generacional. Estaban los viejos editores, los grandes maestros, que o
murieron o entraron a decaer antes tanta crisis económica. Existe recién ahora
un recambio generacional con editores menores de cincuenta que le están dando
pelea a las grandes editoriales. Es algo maravilloso y de mucha generosidad
instalar hoy una editorial. Muchos libros importantes están hoy saliendo a
través de estas vías alternativas. Se la están jugando y creo que son el sostén
del futuro de la literatura nacional.


—Hablemos de tu libro más reciente. En la semilla ya está el aroma es, entre otras cosas, un libro de
memorias. Más de una vez yo quise escribir algo netamente autobiográfico, pero
me lo impidió el temor a la reacción de mi familia y amigos. ¿Cómo superaste
esta cuestión? ¿Maquillaste situaciones? ¿Te viste obligado a autocensurarte en
algunos pasajes? 

El primer impedimento fue el hecho de ser
psicólogo y mostrarme de esta manera tan frágil y desnudo. Inmediatamente me di
cuenta que ya hace rato que he dejado la supuesta imparcialidad y distancia del
analista tradicional. Creo firmemente en la intersubjetividad y en la
horizontalidad del vínculo.


«En cien años supongo se verá en forma despectiva a los autores actuales. Me da la impresión de que la juventud está sobrevaluada.»

—Eso con tus pacientes. ¿Y con tus familiares cómo te manejaste?

Con mis familiares fue un poco más
difícil pero traté de ser lo más honesto posible. Por supuesto que me
autocensuré en muchas cosas, en especial en aquellas en donde quedaba demasiado
mal parado o donde podía ofender a alguien.


—Tras publicar el libro, ¿te encontraste con preguntas y reclamos?

No. Hubo un respetuoso silencio. Sé que
en algún familiar no cayó del todo bien, pero nadie me dijo nada. Lo que me
asombró realmente fue la cantidad de pacientes que me llamaron para decirme:
ese del libro soy yo, no?


—Tu libro ofrece muchos pasajes conmovedores. Te leo una de las líneas
que subrayé: “Mi padre no conoció a mis hijos, y mis hijos no llegaron a
conocer a su abuelo”.
Mientras leía el libro te imaginé
llorando durante la escritura de más de un pasaje. ¿Me equivoco?  

Todavía me pasa. A veces releo algún
capítulo de la novela y me vuelvo a emocionar. Escribir la novela fue un acto
sanador pero muy duro.


—Terminar de escribir un libro obliga a un autor a comenzar con la
segunda parte del trabajo: encontrar al editor adecuado. ¿Cómo llegaste a También
el caracol? 

A través de un conocido, el Maestro Ariel
Bermani
, que me contactó con la editorial. Fue como tirar una botella al
mar. Me encontré con una editorial y con unos editores maravillosos. 


—Es cierto, es muy valioso el trabajo que están llevando a cabo en
esa editorial. Vamos con las dos últimas preguntas, César. A
lguna vez Vargas Llosa dijo que el día
más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables.
¿Cuál fue el día más feliz de tu vida, César?

Todos aquellos
en los que tomé conciencia, en el momento, de que era un instante de felicidad.
En general uno los recuerda en pasado, como qué feliz fui en tal o cual
momento. En la novela hay un momento así. Tomar conciencia que hoy, ahora, soy
feliz, es lo más cercano a una epifanía.


—Te regalo la
posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época.
Contame quién sería y a qué bar lo llevarías.

Tuve el
privilegio de hacer un taller de escritura con Guillermo Saccomanno,
autor no reconocido como se lo merece.


—Me nombraste a Saccomanno y me vino a la mente El oficinista, buen libro ese. Disculpá,
te interrumpí. ¿Dónde lo llevarías a Guillermo?

A Los
Angelitos.


—Cerca de casa. Si me invitás me sumo.

Claro que sí,
Pablo. Estarías invitado.


—¿Y qué le preguntarías a Saccomanno?

Casi no le
preguntaría nada. Hablaría con él de literatura, de historietas, de sus
aventuras con el Gordo Soriano, de cómo nacieron sus libros y sus
guiones. Una vez, hablando de Poe, tuve la torpeza de comentarle de una
historieta de Breccia, basada en William Wilson. Saccomanno me
miro con tristeza y me dijo: el guión lo hice yo, boludo. Solo pude decirle que
me disculpara, que a veces me olvidaba que estaba hablando con Guillermo
Saccomanno.

 


En la semilla ya está
el aroma
.

César
Díaz

Editorial
también el caracol.

90
paginas 

*Pablo Hernán Di Marco.  Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras 




Deja un comentario