Cuento de amor

Por: Rubem Fonseca
Cuando estuve en el ejército me volví especialista en bombas. Sé fabricar todo tipo de bombas portátiles, muy usadas por los terroristas. La bomba que estaba fabricando tenía que tener un efecto fulminante para que la víctima no sufriera. Y antes de la explosión era necesario que emitiera un rayo de luz radiante que hiciera que la víctima percibiera la inminencia de la explosión.
La persona a la que quería matar era mi hijo.
Mi mujer Jane estaba embarazada cuando me enviaron al extranjero con un contingente al servicio de las Naciones Unidas. Estuve ausente cerca de dos años. Le escribía constantemente a Jane y ella me respondía. Cuando nació mi hijo y le pusimos de nombre Joao, las cartas se volvieron muy extrañas. Me decía que necesitaba decirme algo muy serio, pero no sabía cómo. Yo le respondía impaciente para que me lo dijera de cualquier manera, pero ella persistía en la falta de claridad que cada vez era mayor. Al final Jane dejó de responder mis cartas.
Cuando volví de la misión en la ONU, corrí a casa en cuanto llegué al aeropuerto.
Jane me abrió la puerta. Su aspecto me sorprendió. Estaba envejecida, pálida, parecía enferma.
“¿Dónde está Joao?”, le pregunté.
Jane comenzó a llorar convulsivamente, apuntando hacia la puerta del cuarto donde se encontraba.
Entré al cuarto seguido de Jane.
Joao estaba acostado en la cuna, un niño lindo que al verme sonrió. Me lo puse sobre las piernas. Entonces, me llevé una sorpresa que me dejó atónito. Joao solo tenía una pierna y un brazo, eran los únicos miembros que poseía.
Jane me extendió un papel, todo arrugado, una receta médica en la que se leía: este niño sufre de focomelia, una anomalía congénita que impide la formación de brazos y piernas.
Jane cuidaba a Joao con el mayor esmero y con gran cariño. Pero ella estaba cada vez más consumida y murió cuando Joao tenía seis años. Me di de baja en el Ejército para poder cuidar a mi hijo. Cuando le preguntaba qué le gustaría hacer, me decía: “Quiero ir a la guerra”.
Su deficiencia física se agravaba con la edad. Tenía 15 años, pero no podía caminar, estaba imposibilitado para realizar las mínimas actividades físicas.
“Quiero ir a la guerra, papi”, me pidió más de una vez.
Entonces decidí que iría a la guerra. Fue cuando preparé la bomba.
Con la bomba en la mano le dije:
“Hijo mío, fuiste llamado a combatir en la guerra”
“Gracias, papá querido, te amo mucho.”
Yo lo amaba aún más.
Le puse la bomba en la mano.
“Esta bomba va a explotar. Es la guerra”, le dije.
“Es la guerra”, me respondió feliz.
Salí del cuarto en el que estaba. Poco después vi el resplandor.
Joao también vio ese resplandor, feliz, antes de que la bomba explotara, matándolo.
Yo amaba a mi hijo.

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