Se trata de uno de los cuentos que los Sres. Churreros cocinan cada día con los ingredientes que les pasan los lectores. A día de hoy www.cuentoscomochurros.com tiene miles de seguidores en redes y 15.000 entradas en la web.
Lo malo de tener la cabeza llena de pájaros es que por las noches, a veces, no siempre, se aparean. Plumíferos insaciables coreografiando su danza de apareamiento entre tus mechones. Se rondan y se cantan serenatas. Se acoplan piando afónicos. Ponen huevos. Nacen polluelos. Orquesta sinfónica de peladas cabecitas, que nunca cesa. Porque tienen hambre los polluelos. Siempre tienen hambre y siempre piden más. Y venga los padres a ir y venir. Aplauso de alas continuo. Ahora le toca a la madre, ahora le toca al padre. Y así.
Lo malo de tener la cabeza llena de pájaros es cómo te llenan la melena de ramitas y tierra seca y arañas y escarabajos y tijeretas, bichos en general. Todos los días, los polluelos se cagan y se mean. También, con más frecuencia de lo que uno imagina, vomitan. Como si la propia vida les diera náuseas. O a lo mejor es que les marean los trayectos en metro. Por si acaso, dejas de ir en metro. Por si acaso, aprendes a moverte con una lentitud de viejecita con tacatá. Y tu pelo, esa misma cabellera vanidosa que antes olía a Vidal Sassoon, y a eucalipto, y a acondicionador para rizos perfectos, ahora apesta a leche agria, a alcantarilla, a musgo agusanado. Para ventilar tanta peste, vas más al parque. Haces escapadas a la sierra siempre que puedes. Les gusta el campo, a los polluelos, parece que allí vomitan un poco menos, o eso crees tú, eso prefieres creer.
Lo malo de tener la cabeza llena de pájaros es el dineral que te dejas en fisioterapeutas. Porque crecen, los polluelos. Y pesan, los polluelos. Y te provocan tortícolis y dolor crónico en las vértebras superiores, los polluelos. Clases de yoga. Pilates. Sesiones de shiatsu. Sobresfuerzo muscular. Buscar el nirvana entre pío-píos. Conocer al amor de tu vida mientras ensayas la postura de la flor de loto. Hacer el amor con mucho cuidado, con miedo a que la pasión destroce el nido de tu cabeza, y todo sean ramitas sobre las sábanas, y tierra, y polluelos sin hogar.
Lo malo de tener la cabeza llena de pájaros es que, a tu jefe, tanto piar y tanto aleteo inexperto le parece poco profesional. Así no se puede atender la ventanilla veintitrés, te dice. Finiquito. Cola del INEM. Corbatas dobladas y guardadas en un cajón, a la espera de tiempos más propicios. Mañanas llenas de tiempo, que los polluelos dedican a ensayar sus trinos y a crecer y a engordar. Mudarse a un piso más pequeño con el amor de tu vida. Compartir gastos y cama estrecha. Cuanto más crecen, más chillones se muestran los polluelos. Llenar el pisito de plantas, con la esperanza de que el verde los narcotice un poco. Descubrir la botánica. Magia: coges una semillita, la entierras en tierra negra, la riegas, y al cabo de un tiempo se metamorfosea en un tomate.
Lo malo de tener la cabeza llena de pájaros son los sustos que te dan. Una mañana cualquiera, mientras estás preparando el desayuno, café con leche de soja para el amor de tu vida, café con leche de verdad para ti, ves caer a un polluelo frente a tu nariz. Tú gritas y mueves las manos, pero nunca alcanzas a salvarlo. Antes de estrellarse contra las baldosas, sin embargo, el polluelo remonta el vuelo. Ahora ya no es un polluelo, ahora es un pájaro. No mucho después, otro polluelo salta también. Y vuela también. Al día siguiente, salta otro. Y en seguida, otro más. Por fin, todos los polluelos dejan de ser polluelos. Se convierten en pájaros hechos y derechos. Los padres se pasan cada vez menos de visita. Un día, todos levantan el vuelo y se van.
Lo malo de tener la cabeza llena de pájaros es el silencio limpísimo que te dejan después, y la sensación de que ya no hay marcha atrás.