No. 7298 Bogotá, Sábado 23 de Enero de 2016
Del Paso y México
Por: Santiago Gamboa / Tomado de El Espectador / Colombia.
Tal vez el episodio cultural más importante del año 2015, como lector, fue ver reconocida con el premio Cervantes de las Letras 2016 la obra de uno de los escritores que mucho he admirado y leído a lo largo de mi vida: Fernando del Paso.
Desde la lejana José Trigo, publicada originalmente en 1966, pero que yo vine a leer hacia 1985, en esa vieja edición de Siglo XXI que tenía un tren de vapor debajo del nombre. Recuerdo las primeras palabras: “Era. Era un hombre. Era un hombre de cabello encarrujado y entrecano”. Uno de los principios de novela más cautivadores que conozco y que van metiendo al lector de cabeza no sólo en la historia del ferroviario, sino en un entramado de lenguaje que, visto desde hoy, extraña que no haya tenido aún más éxito del que tuvo, tan sólo tres años después de la publicación de Rayuela, con su propuesta de “libro espejo” en el que los capítulos del principio se reflejan en los de la parte final.
La verdad es que leí al revés sus tres grandes novelas. Primero Noticias del Imperio, que es de 1987 y que me sigue pareciendo uno de los mejores libros escritos en castellano, sobre todo en los capítulos del discurso delirante de Carlota de Habsburgo, que se cree amiga de Rasputín y de Charles Lindberg, esperando a su amado Maximiliano en el castillo de Bouchout, en Bélgica, y en el de Miramar, cerca de Trieste, a donde fui años después cual peregrino, no tanto por el castillo en sí ni por la historia de la propia Carlota, sino por la voz de la novela de Del Paso, y comprendí que un castillo en el que todas las ventanas dan al mar es una tortura para alguien que espera la llegada del amado en un barco, sobre todo si ese amado, Maximiliano, ya fue fusilado en el Cerro de las Campanas, en Querétaro, 60 años antes.
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Fernando del Paso |
Luego vino Palinuro de México, que es una novela río, de esas cuya pretensión es suplantar el mundo y que en esos años se llamaba “novela total”. Y su novela negra, Linda 67, en la que un personaje tenía un automóvil Porsche “color yema de huevo”, lo que dio pié a una de las más torpes reseñas críticas de las que tengo noticia, pues alguien en un periódico de Madrid dijo que no era realista porque el catálogo de Porsche no tenía ese color.
Evoco todo esto desde México, donde paso los días navideños, con la idea de la grandeza cultural que siempre tuvo esta nación desde la época prehispánica, y que se ve en la cantidad de figuras de talla mundial que ha producido y sigue produciendo, pues contemporáneos a Del Paso fueron Octavio Paz y Carlos Fuentes, Jaime Sabines y Carlos Monsiváis, y lo siguen siendo hoy autores de generaciones sucesivas como Juan Villoro o Jorge Volpi o Guadalupe Nettel. Y por eso un premio como el Cervantes de las Letras a Del Paso lo que hace es continuar una larga tradición, que sigue viva y que sin duda seguirá creciendo ahora que México decidió crear una Secretaría de Cultura —equivalente a un Ministerio— que le dará aún más recursos al sector de los que ya tenía con Conaculta, cuyo presupuesto, no olvidemos, era 11 veces superior al de nuestro Ministerio colombiano de Cultura. De ahí los increíbles resultados y la tradición. Pero es que acá en México, por poner sólo un ejemplo de lo que nos llevan, ¡Álvaro Uribe es un escritor!