Por: Fermina Ponce*
Aún no he terminado de bajarme de mi coche, y las luces fluorescentes, amarillas y algo rancias de este lugar me seducen. La cautela me acompaña, pues es un lugar desolado, atractivo en su nombre y desconocido.
Abro la puerta y salgo con mis llaves, mi cuaderno y un lápiz. Hay un poco de bruma y la calle apenas se dejó besar por la lluvia. Menos mal quea estos pantalones no les importa el agua, ensuciarse o quedarse pegados en la acera.
Y me siento en la orilla de la carretera a tomar nota, frente al Hotel Desierto, y lo huelo, leo y releo. Siento el dolor del autor a tres golpes, como una guerra anunciada a la que uno se le tira de frente y sin camisa.
Un batalla anunciada en cámara lenta o encubierta en impulsos, en besos, en amores de color negro y al filo de la derrota.
Debo respirar profundo y sostenido. Muero un poco, los versos cargados de desazón y agotamiento de pelear y no ganar —o de ganar tantas veces lo no deseado—me hacen escuchar la voz de los huéspedes impregnadas de tantas huellas.
Cruzo la mirada por los pasillos y me encuentro con un colchón en llamas y mi pensamiento se vuelve lumbre.
Entonces pienso en Kerouac: “Nuestras maltratadas maletas se amontonaban sobre la acera de nuevo; nos quedaban largos caminos por recorrer. Pero no importa, el camino es vida…”[3]
Poco a poco va llegando más gente, como usted, como ella, como él, como esa pareja clandestina vestida de ese “esta noche es la única y la última”, como tú mi amor.
Las veo entrar y pagar su estadía en este Hotel Desierto, en el que no hay puertas y en el que Carlos dejó su entraña en un sillón lleno de sudores. Observo a sus mujeres, algunas casi transparentes por el desuso, otras apenas si se acaban de marchar. Y no puedo dejar de pensar en Cortázar “(…) como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar…”.
Ellas desnudas, medio vestidas, despeinadas, que se lanzan por las ventanas sin vidrios, lamidas por besos jugosos.
Este Hotel Desierto es un laberinto de aciertos, una geografía que te atrapa en una muchedumbre ciega ante tanta ironía.“La aurora”[5] de Lorca observa una “Ciudad febril”:
No quiero incomodarlos más. No quiero seguir llenándolos de palabras innecesarias. Paguen su noche, caminen por los pasillos. Aquí todo vale la pena por su dualidad, simpleza, complejidad; por esta forma tan coherente de hilar historias, por esta manera tan fotográfica en cada letra.
¡Advertencia! Si entra al Hotel Desierto es bajo su propio riesgo, y corre el peligro de quererse quedar.
*Fermina Ponce. Poeta, autora de Al desnudo y Mar de (L)una.
[1]Carlos García Ruiz,versos del poema Corredor ciego de Hotel desierto, 2017.
[2]Carlos García Ruiz,versos del poema Información de Hotel desierto, 2017.
[3]Jack Keourac, En el camino, 1957.
[4]Carlos García Ruiz,versos del poema Sordo de Hotel desierto, 2017.
[5]Federico García Lorca, La aurora, Poeta en Nueva York, 1940.
[6]Carlos García Ruiz,versos del poema Ciudad febril de Hotel desierto, 2017.