Foto: Ileana Bolívar
Por: Álvaro
Mata Guillé*
Mata Guillé*
La cultura nace del cuerpo, de nuestras necesidades
y miedos, de la exaltación proyectada en lo otro: a la selva, al entorno, al
bosque, a la inmensidad del desierto; de nuestra ignorancia enfrentada al
misterio, a la muerte, a lo ausente. Relación entre nosotros y el aquello (de lo que no sabemos) que se
impregna al cuerpo convirtiendo la sensación en imagen. La imagen (la vivencialidad
de nuestro deseo en función de la sobrevivencia convertida en signo), se
transforma en sentido, en significado, en construcción de lenguaje, un lenguaje
que emerge vinculando nuestras entrañas al acontecer, al entorno, a la
inmensidad, a lo finito.
y miedos, de la exaltación proyectada en lo otro: a la selva, al entorno, al
bosque, a la inmensidad del desierto; de nuestra ignorancia enfrentada al
misterio, a la muerte, a lo ausente. Relación entre nosotros y el aquello (de lo que no sabemos) que se
impregna al cuerpo convirtiendo la sensación en imagen. La imagen (la vivencialidad
de nuestro deseo en función de la sobrevivencia convertida en signo), se
transforma en sentido, en significado, en construcción de lenguaje, un lenguaje
que emerge vinculando nuestras entrañas al acontecer, al entorno, a la
inmensidad, a lo finito.
En esa relación que busca explicarse y explicar lo
que sentimos ante lo que acontece, nace el mito, el ritual, lo sagrado, en los
que se revela el ansia de explicar lo que no sabemos y sentimos ante el
entorno, a través de símbolos, como ocurre en los sueños, donde todo sucede sin
suceder: los muertos vuelven, los hechos pasados se repiten, convivimos
nosotros ahí, en ese lugar, sin estar, padeciendo otras cosas, las que no solo
regresan o vuelven, se revelan y reencuentran, nos reencuentran, haciendo del
sueño una proyección que va más allá del sueño, como lo hace el mito con los
atavismos contados a través de las historias (de Sísifo, de Antígona, de Quetzalcóatl,
de Sibú), o lo sagrado que une la imagen sin explicación al acontecer, a lo que
acontece ante nosotros: es el allá que permanece en el aquí (regresa); el otro
lugar con otro tiempo que pernota entre nosotros.
que sentimos ante lo que acontece, nace el mito, el ritual, lo sagrado, en los
que se revela el ansia de explicar lo que no sabemos y sentimos ante el
entorno, a través de símbolos, como ocurre en los sueños, donde todo sucede sin
suceder: los muertos vuelven, los hechos pasados se repiten, convivimos
nosotros ahí, en ese lugar, sin estar, padeciendo otras cosas, las que no solo
regresan o vuelven, se revelan y reencuentran, nos reencuentran, haciendo del
sueño una proyección que va más allá del sueño, como lo hace el mito con los
atavismos contados a través de las historias (de Sísifo, de Antígona, de Quetzalcóatl,
de Sibú), o lo sagrado que une la imagen sin explicación al acontecer, a lo que
acontece ante nosotros: es el allá que permanece en el aquí (regresa); el otro
lugar con otro tiempo que pernota entre nosotros.
El mito, el sueño, la poesía, son lugares donde el tiempo sin tiempo acontece, transcurre sin transcurrir, donde las cosas pasan sin pasar; en ellos nos olvidamos del yo…
El tiempo que transcurre en el mito (en el ritual, en
la fiesta, en el sueño), lugares donde el pasado, convertido en futuro, vuelve
al presente; lo que acontece regresa para mutar otra vez en pasado, ser de
nuevo futuro y otra vez presente, ciclo eterno que habita en el ritual, dio
contenido al sacrificio, alimenta el canto, a la danza, el sueño, porque al
soñar (al revivirse el mito o la revelación que sobreviene en lo sagrado), reaparece
la otra realidad, la otra orilla, como
señalaba Octavio Paz, el otro yo,
donde las cosas vuelven sin volver y conversamos (corremos, vivimos, sentimos)
mudando en lo otro, en el todo, en la sed de absoluto; el otro tiempo donde
podemos permanecer, reencontrándonos con lo ido, con nuestras sensaciones, con
nuestra voz leyéndonos y leyendo el entorno.
la fiesta, en el sueño), lugares donde el pasado, convertido en futuro, vuelve
al presente; lo que acontece regresa para mutar otra vez en pasado, ser de
nuevo futuro y otra vez presente, ciclo eterno que habita en el ritual, dio
contenido al sacrificio, alimenta el canto, a la danza, el sueño, porque al
soñar (al revivirse el mito o la revelación que sobreviene en lo sagrado), reaparece
la otra realidad, la otra orilla, como
señalaba Octavio Paz, el otro yo,
donde las cosas vuelven sin volver y conversamos (corremos, vivimos, sentimos)
mudando en lo otro, en el todo, en la sed de absoluto; el otro tiempo donde
podemos permanecer, reencontrándonos con lo ido, con nuestras sensaciones, con
nuestra voz leyéndonos y leyendo el entorno.
En el sueño (el mito, lo sagrado) la noche nos
posee, somos la noche, está afuera y dentro nuestro, como ocurre también en la
poesía (el teatro, la danza), como ocurría (y ocurre todavía) en la
cotidianidad vivida por las antiguas culturas de América o de África (Aztecas,
Mayas, Incas, Bribris Suris, Boroboros, Egipcios o Himbas), donde lo otro no
solo se revela, está presente siempre, construye la rutina, el hacer de lo
cotidiano, los vínculos que ordenan el conocimiento y la memoria, los que
establecen el orden de las cosas, la relación entre vida, muerte y nosotros.
posee, somos la noche, está afuera y dentro nuestro, como ocurre también en la
poesía (el teatro, la danza), como ocurría (y ocurre todavía) en la
cotidianidad vivida por las antiguas culturas de América o de África (Aztecas,
Mayas, Incas, Bribris Suris, Boroboros, Egipcios o Himbas), donde lo otro no
solo se revela, está presente siempre, construye la rutina, el hacer de lo
cotidiano, los vínculos que ordenan el conocimiento y la memoria, los que
establecen el orden de las cosas, la relación entre vida, muerte y nosotros.
El mito, el sueño, la poesía, son lugares donde el tiempo
sin tiempo acontece, transcurre sin transcurrir, donde las cosas pasan sin
pasar; en ellos nos olvidamos del yo, de la pisque, del usted o el vos, es
decir, dejamos de ser para volver a ser, nos fugamos del nosotros para poder ser
nosotros: regreso al origen, al caos, a un antes del antes poseído por el
no-lenguaje: el principio, el regreso a la oscuridad del útero y la caverna, a la
oscilación del agua mutando en sonido y voz, a la nada.
sin tiempo acontece, transcurre sin transcurrir, donde las cosas pasan sin
pasar; en ellos nos olvidamos del yo, de la pisque, del usted o el vos, es
decir, dejamos de ser para volver a ser, nos fugamos del nosotros para poder ser
nosotros: regreso al origen, al caos, a un antes del antes poseído por el
no-lenguaje: el principio, el regreso a la oscuridad del útero y la caverna, a la
oscilación del agua mutando en sonido y voz, a la nada.
La poesía (la danza, el teatro), en sus inicios,
eran medios que ayudaban a preservar la memoria: lo que éramos, las conclusiones
efímeras que se sucedían entre el instinto, el pesar y el recuerdo. A través de
la construcción de personajes, de historias o cantos, volvíamos a vivir (a
convivir) con nuestras preguntas, con la incertidumbre que provoca el misterio,
con el vacío del no saber, con la muerte, reencontrando (buscando, dando) un
sentido que nos permitiera permanecer y estar. Revisión del lenguaje, de lo que
somos inmersos en lo que nos rodea y acontece, en nuestra intimidad fracturada
y la convivencia: lugar de comunión, que a través de las metáforas y símiles, a
través de los movimientos o las acciones, se revela nuestra orfandad en busca del
absoluto, un volver a ser que sabe que no es, que al enfrentar lo incierto,
descubre el rostro del otro y descubre su propio rostro, lo que somos:
ambigüedad plural de lo singular, animalidad, pulsión, grito, sensación, imagen
hecha lenguaje ante la presencia de lo ausente.
Nota: Una
versión de esté artículo se publicó en la revista Lepan África Revista bimestral sobre la cultura típica de
África.
eran medios que ayudaban a preservar la memoria: lo que éramos, las conclusiones
efímeras que se sucedían entre el instinto, el pesar y el recuerdo. A través de
la construcción de personajes, de historias o cantos, volvíamos a vivir (a
convivir) con nuestras preguntas, con la incertidumbre que provoca el misterio,
con el vacío del no saber, con la muerte, reencontrando (buscando, dando) un
sentido que nos permitiera permanecer y estar. Revisión del lenguaje, de lo que
somos inmersos en lo que nos rodea y acontece, en nuestra intimidad fracturada
y la convivencia: lugar de comunión, que a través de las metáforas y símiles, a
través de los movimientos o las acciones, se revela nuestra orfandad en busca del
absoluto, un volver a ser que sabe que no es, que al enfrentar lo incierto,
descubre el rostro del otro y descubre su propio rostro, lo que somos:
ambigüedad plural de lo singular, animalidad, pulsión, grito, sensación, imagen
hecha lenguaje ante la presencia de lo ausente.
Nota: Una
versión de esté artículo se publicó en la revista Lepan África Revista bimestral sobre la cultura típica de
África.
*ÁLVARO MATA GUILLÉ.
Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía. Leer más AQUÍ
Síguelo en
Twitter: @alvaromataguill
Instagram: alvaro.mata.guille