Por: Reinaldo Spitaletta
Mire cómo cambian de colores según hablen de fútbol o de amores perdidos; se les va incendiando el rostro, las palabras se deslizan por precipicios o ascienden por torres de energía eléctrica. Es lindo verlos conversar. Ahí no más, en el café de la esquina, el de don Emilio, que es un señor muy sabio porque conoce cómo la cerveza les cambia el color de la cara a los clientes, es donde la conversación de barrio es un espectáculo.
Cuando voy, me pongo al pie del mostrador y es don Emilio quien me indica cómo es de reconfortante para él sentir la transformación de la gente al calor de una charla entre mesas metálicas y taburetes desteñidos. Hay contertulios, pálidos al principio, a quienes se les notan los cachetes colorados. “Es lindo ver cómo les sube el color”, dice.
Es un café sin música. Raro sí, porque los otros del barrio tienen pianola. “La música es la gente”, agrega, sin pretensiones, mientras me sirve una cerveza. Don Emilio, de delantal blanco y camisa roja, tiene manos gruesas, un anillo de piedra negra y una argolla matrimonial. En una pared, con neones rojos y azules, se lee: Café de Emilio, y cerca del aviso, cuadritos de equipos de fútbol, con uniformes decolorados, que dejan adivinar, sin embargo, que antes pudieron ser rojos o verdes. A veces, hay parroquianos que conversan en torno a las figuras, también deterioradas, de los cuadros. Los que de esto hablan, parecen sentir pesar de que el tiempo aquel se hubiera marchado.
La concurrencia junta sus voces y a veces hay un maremágnum de palabras que flota en el ambiente. Hay un hecho llamativo: las palabras, regadas, a veces algunas escondidas bajo las mesas, van pintando el lugar. Unas veces son amarillas, que corresponden, según don Emilio, a aquellas que se dedican al trabajo. Otras, violetas, cuando se habla de parientes muertos o de amigos que se han ido. No faltan las rosadas, de amores primeros, de amores que ya no son. Ni serán. Y están, ahí, volátiles, a veces chocan contra las paredes, las rojas, de pasiones intensas, de discusiones políticas o de religión.
Y las multicolores, se refieren a palabras de futbolerías. Por eso, el café de don Emilio no necesita pintura. Ni decorados. Está hecho para que los otros, los que allí discurren, se conviertan en artistas y cada vez, en cada encuentro, puedan crear en el lugar paisajes íntimos y luminosos.