El cerebro excepcional de algunos músicos

Por: Germán Borda, especial para Libro
y Letras
.
Un compositor que escriba menos de cincuenta obras, es considerado casi
improductivo. Es normal que los grandes escribieran varias centenas de
composiciones  que los copistas necesitarían varias vidas para llevarlas
al papel. Bach, Eisenach, Turingia, 21 de marzo/ 31 de marzo de 1685, –
Leipzig, 28 de julio 1750) el grande, firma un contrato que lo obliga a
producir una cantata semanal –y eso por años— con solistas y coro, amén de
orquesta. Además, presentarla cada domingo. Es decir lunes a miércoles,
composición, en la tarde y noche sacar las partes, jueves, viernes, sábado,
ensayos. Domingo presentación. Como si fuera poco en sus ratos de ocio escribe
otras obras. Y no fue el único que asumió una obligación semejante, digna de un
titán de la creación y del trabajo.
Mozart (Salzburgo, 27 de enero de 1756-Viena, 5 de .dic 1791)a los
cinco años escribe composiciones, algo elementales, pero ya salpicadas de
genialidad. Con algunos años más escucha la partitura secreta, guardada con
celo por el Vaticano, interpretada dos veces al año, el Miserere de Allegri. La
copia  de oído el primer día; y verifica que solo hay un error, el
segundo, lo que lo irrita sobremanera. Compone, como la mayoría, toda su
existencia, rara vez se retiran a uso de una buena pensión. Excluyamos el caso
del  simpático Rossini Pésaro, Italia, el 29 de febrero de 1792 y
fallecido en París, Francia, que se dedica a la cocina y abandona los
pentagramas, sabio hombre. Franz Josep Haydn, (Rohrau, Austria, 1732 – Viena,
1809) al servicio de los nobles Esterhazy, tiene que escribir a las órdenes.
Como una secretaria de notaría, a veces lo llamaban y le decían, en dos semanas
viene el  príncipe tal, el ama la flauta. Se cree flautista, escriba un
concierto con pocas cuerdas y menos dificultades. Luego, una señal le indicaba
que podía marcharse a sumergirse en los pentagramas.
En Viena deciden pedir a todos los compositores habitantes de la
capital danubiana una  variación sobre un tema de Diabelli (5 September
1781 – 7 April 1858). Deben hacerlo en breve lapso, todos se presentan con una,
menos Beethoven (-Bonn, 16 de diciembre de 1770 – Viena, 26 de marzo de 1827)
que escribe su monumental serie de variaciones sobre ese tema.
¿Qué pacto secreto tienen esos seres con entes del más allá, o
alienígenas? Que les permiten realizar esas labores ingentes, premiadas, por lo
general con el salario del miedo, las aulagas, el hambre. Plantean una
incógnita del mecanismo cerebral.
Se les premia, post mortem, convirtiéndolos en seres de piedra o
mármol, solitarios en plazas y parques. Acompañados, por lo general de aves
fugaces y desaseadas.
Descendamos. Dos fenómenos de la memoria, Herbert von Karajan y Dimitri
Mitropoulos, que se sabían casi la totalidad del repertorio para orquesta y lo
dirigían, aún en los ensayos, muchas veces, sin partitura. Señalando errores,
realizando, otra proeza, escuchar una nota falsa sacada del conglomerado de
cien o más instrumentistas.
Bajemos otro escalón.
Liszt Raiding, Imperio austríaco, 22 de octubre de 1811 – Bayreuth,
Imperio alemán, 31 de julio de 1886) se da cuenta en un concierto con orquesta
que el piano está desafinado y se producen disonancias terribles. Su cerebro
prodigioso transcribe la obra, la toca en otra tonalidad, acorde con la de la
orquesta y el deseo del compositor.
José Iturbi, pianista español, va a Ámsterdam a interpretar un
concierto sin ensayos. Vaya prueba. Hay demora en las conexiones, se cambia en
el vagón y llega instantes antes  de que el director mueva la batuta. Y oh
sorpresa, arranca con otro concierto al solicitado. Ha habido un error,
superado el segundo de angustia lo interpreta prodigioso.
Claudio Arrau, el genial chileno, conocía todas las partituras de
memoria importantes para el piano, las tenía listas para presentarlas en
cualquier momento. Llegaba a Bogotá y lo recibía el “che” Arensburg, eterno
agente de los mejores solistas. ¿Qué quieres que toque? —Tócate la 109, —esa ya
la toque el año pasado.— Bueno, entonces la Patética.— Bien y
que más. — La “Appassionata” y termina con la 111. —De acuerdo ¿cuándo es el
concierto? El Che dice; esta noche.
Marta Argerich, la monumental pianista argentina, comparte apartamento
con una colega. Su compañera prepara un concierto de Prokoviev, que Marta no ha
estudiado. Mientras debe escuchar  horas enteras de repaso de la obra,
fuma, toma refrescos, lee revistas intrascendentes, se hace espagueti. Pasan
las semanas al mismo ritmo, un día Marta se sienta al piano y le dice, así es
el concierto y lo toca integral perfecta, maravillosa, de memoria, sin 
haber visto jamás la partitura.
Los músicos, por lo general, no son seres sencillos. Existe el dicho,
que entre músicos te veas. Creo que su cerebro bien merece ser estudiado por
nuestro sabio especialista, el Dr. Llinas y valdría resucitar al famoso Freud,
para que nos expliquen su mecanismo. Por ahora permanecen amparados por la
incógnita y el misterio.

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