El intelectual y la sociedad

No. 6.914, Bogotá, Miércoles 17 de Diciembre de 2014

El intelectual y la sociedad

Antonio Acevedo L.
El intelectual y la sociedad, esto es, el papel del intelectual en la transformación de la sociedad es un viejo debate de los años setenta, reunidos en la Habana en 1969 los poetas e intelectuales latinoamericanos, Roque Daltòn, Rene Depestre, Edmundo Denoes, Roberto Fernández Retamar, Ambrosio Fornet y Carlos Maria Gutiérrez, debatieron el tema una noche en la casa del pintor Mariano en Cuba (El intelectual y la sociedad. Autores varios. Siglo XXI, México, 1969) Son célebres igualmente los debates de Oscar Collazos con Julio Cortazar y Mario Vargas Llosa. (Literatura en la revolución y revolución en la literatura, Siglo XXI, España, 1975). Pero en la Colombia actual parece recobrar vigencia ese viejo debate por las condiciones políticas y la relación entre el intelectual y la sociedad, como quiera que ya se viene señalando por parte de algunos intelectuales que no han perdido su postura crítica, es decir, que mantienen en firme esa vieja idea del papel crítico del intelectual o el artista en la sociedad, el intelectual o el artista como la conciencia crítica de la sociedad, que la autocensura intelectual hace parte componente de la impunidad porque la intelectualidad critica ha desaparecido en los medios. En la antigua Grecia eran los filósofos quienes ejercieron una postura crítica en el marco de lo que de denominó la Paideia. En la Edad Media fueron los monjes y los sacerdotes que ejercieron el rol de celosos guardianes de la sabiduría y la verdad. El intelectual o el artista contemporáneo es un crítico de la barbarie, de la estupidez o de la ceguera del poder, aunque muchos intelectuales y artistas se hallan autocensurado en esta función social que les corresponde. El verdadero intelectual comprometido, viejo término que hizo parte de la polémica de los años setenta, su compromiso fundamental era pensado en términos políticos, esto es, un compromiso con el pueblo o con la ideología política que pretendía su reivindicación social, pero el verdadero compromiso era en realidad con su obra El deber revolucionario de un escritor es escribir bien, dijo García Márquez. La obra tiene que ser una obra literaria antes que una obra política, es decir, una obra donde se resalte más la belleza estética que la ideología política, sin dejar el escritor o el poeta de tener una postura crítica pero que sin que convierta en un panfleto su obra literaria. En su dimensión crítica de la sociedad el intelectual está creando una concepción del mundo y de la vida, que será una nueva concepción de la nueva sociedad que quiere construir sobre los escombros de la sociedad vieja que quiere minar con su obra. La conciencia crítica es el resultado de la inteligencia ilustrada, aunque para los años setenta esta idea era insuficiente, se hacía necesario un compromiso político del escritor porque estaba en juego era la revolución, pero las revoluciones algunas triunfaron, otras abortaron y las más nos quedamos todos a la espera y su fracaso histórico hoy es evidente. La obra de arte no cambia la sociedad pero puede ser testigo de la transformación de una sociedad o de su estado de descomposición y sus síndromes de violencia y el intelectual no puede ser ajeno a las condiciones sociales y políticas de la sociedad de su tiempo.

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