El poeta José Luis Díaz-Granados despide a Armando Orozco Tovar

El 25 de enero falleció en Bogotá, a la edad de 73 años, el poeta, pintor, periodista y catedrático Armando Orozco Tovar, bogotano de origen chocoano, descendiente directo de Jorge Isaacs, y casado con María Isabel García-Mayorca, nacida en Guamal (Magdalena), de estirpe samaria, biznieta del general Joaquín Riascos, y poeta ella también de deslumbrantes duendes multicolores.
Orozco Tovar cumplió su destino poético de manera febril, poseído por un deseo furioso de convertir en palabra el ángel luminoso que se revolvía dentro de su alma. Su poesía, como su vida, fue accidentada y hermosa: hace pocos meses cumplió 50 años de ejercicio literario cotidiano —y de amorosa unión con Isabel—, donde la pelea con el verso era un reto permanente al igual que lo era con una sociedad envilecida por la codicia y la desesperanza.

Como la inmensa mayoría de los poetas, Armando Orozco Tovar sobrevivió cada día con oficios afines al de su creación: el periodismo, la cátedra universitaria y la militancia política, desde obrero en un Combinado de vidrio en Marianao, Cuba —país donde vivió con su familia durante cinco años y donde recibió el grado de Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana—, hasta jefe de redacción de la revista Margen Izquierda y colaborador permanente del semanario VOZ, en Bogotá, pasando por una fugaz candidatura a la Cámara por Boyacá en 1966. Jamás le sacó el cuerpo ni el alma, ni mucho menos la pluma, a lo que Neruda llamó «los deberes del poeta», esto es, la lucha sin tregua por lograr una sociedad más racional y más justa que la comedia de equivocaciones en que vivimos actualmente.

Cuando publicó su primer libro de poemas, Asumir el tiempo (1980), ya hacía diez años que había obtenido importantes galardones literarios como el «David» en La Habana y el de la Segunda Bienal de Poesía Novel, también en la capital de Cuba.

Este bello libro, escrito con gotas de ron y llanto, con la conmoción por el camarada muerto o por el amor reencontrado y conformado por los ideales supremos de su existencia, recoge veinte años de producción poética: 1960-1980. Orozco consigue allí presentar una colección de expresiones novísimas «con el sortilegio de una poesía llana —al decir del maestro Luis Vidales, prologuista del libro—, conversacional, de acentos familiares, de los que ha huido la resonancia grandilocuente de las viejas escuelas de la versificación que tanto encantaron el oído de generaciones pasadas…».

Posteriormente, Orozco publicó Las cosas en su sitio (1983), Eso es todo (1985), En lo alto del instante (1990), Para llamar a las sombras (1994), Visiones (1999), Del sonámbulo imaginado (2004) y Radar del azar (2010). Durante más de una década escribió unas amenas memorias a manera de crónicas semanales, bajo el título Notas amargas (como parodia de las Gotas amargas, de José Asunción Silva) e inició una ambiciosa y fulgurante novela autobiográfica que dejó inconclusa —intitulada Para no despertar a Isabel—, cuando la lucha por el pan de cada día, los fantasmas del país que se va y la entrañable bohemia le dejaban momentos de sosiego.

Sus más recientes libros presentan una poesía más depurada, donde el poeta se muestra dueño de su plenitud a través de una verbalidad serena y reflexiva. «Es una buena poesía revolucionaria», afirmó el sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, porque en sus versos Orozco Tovar recrea los temas de nuestro tiempo y trasmuta la horrible realidad actual en piedras preciosas de esperanza. Su poesía se prolonga en el amor a Isabel, a sus tres hijos: Alejandra, María Fernanda y Camilo Ernesto y a sus nietos Pavel y Manuel.

Armando fue un militante revolucionario de tiempo completo. Sus padres tutelares fueron Bolívar y Martí, Lenin, César Vallejo, Mariátegui, García Lorca, Fidel, el Che, Neruda y Luis Vidales. Su obra literaria y política es patrimonio de la cultura de Colombia, América Latina y el Caribe.



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