Foto: Libros y Letras
Por: Álvaro Mata Guillé*
En su libro, El arte de la novela, Milan Kundera, se preguntaba, hace
unos años, después de las invasiones soviéticas por él vividas, luego de la
segunda guerra mundial y los campos de concentración, por el futuro de la
novela, es decir, por el futuro de las manifestaciones humanas ligadas a la
existencia, a las preguntas, al misterio, a nuestro no saber, tomando para
ello, como telón de fondo, las conferencias que Husserl pronunciara en 1935, en
Praga y Viena, en las que hablaba de la crisis de la humanidad, pues el mundo,
enunciaba Husserl, había sido reducido, gracias al “carácter unilateral de las
ciencias”, a un “simple objeto de exploración técnica y matemática” (a números,
fórmulas, abstracciones), que al igual que la ideologización, ya sea económica,
religiosa o política, excluye “el mundo de la vida”: a las personas, lo
subjetivo, la pluralidad de lo humano que interactúa en la cotidianidad con sus
diferencias, lo disidente entre hombres y mujeres, hundiéndonos profundamente,
en lo que Heidegger denominó, “el olvido del ser”: el olvido del nosotros, de
lo que somos, de nuestro rostro, de nuestro sentir.
unos años, después de las invasiones soviéticas por él vividas, luego de la
segunda guerra mundial y los campos de concentración, por el futuro de la
novela, es decir, por el futuro de las manifestaciones humanas ligadas a la
existencia, a las preguntas, al misterio, a nuestro no saber, tomando para
ello, como telón de fondo, las conferencias que Husserl pronunciara en 1935, en
Praga y Viena, en las que hablaba de la crisis de la humanidad, pues el mundo,
enunciaba Husserl, había sido reducido, gracias al “carácter unilateral de las
ciencias”, a un “simple objeto de exploración técnica y matemática” (a números,
fórmulas, abstracciones), que al igual que la ideologización, ya sea económica,
religiosa o política, excluye “el mundo de la vida”: a las personas, lo
subjetivo, la pluralidad de lo humano que interactúa en la cotidianidad con sus
diferencias, lo disidente entre hombres y mujeres, hundiéndonos profundamente,
en lo que Heidegger denominó, “el olvido del ser”: el olvido del nosotros, de
lo que somos, de nuestro rostro, de nuestro sentir.
La descripción que Husserl
hacía de los elementos que fundaban aquella época, se extiende hasta la
nuestra, llegando a la contemporaneidad embebida, cada vez más, de la continua
especialización estéril, del fragmento y el exacerbado reduccionismo de la
tecnología, las corporaciones y el consumo, vistiéndose asimismo de un acérrimo
individualismo, que unido a la dictadura sentimental de lo políticamente
correcto, impide la duda y el rubor; conformismo sin vínculos ni memoria, que
se conjuga con el vaciamiento de los referentes, que al inundar toda cosa lo
convierte en lo mismo: tanto un brazo, como un libro, una piedra o un ojo, son
cosas, objetos, productos, tienen precio, instaurando el mundo sin alma de las
cosas sin alma que se padece en la actualidad, que se suma también a la
incierta búsqueda de otro lenguaje, de otra manera de explicarnos y vernos en
lo distinto, que transforme los parámetros que nos han construido, de aquello
que creíamos y creemos ser: a la sociedad, al otro, a nosotros mismos, sin que
se encuentre todavía el modelo ni la respuesta que deje atrás lo que éramos.
hacía de los elementos que fundaban aquella época, se extiende hasta la
nuestra, llegando a la contemporaneidad embebida, cada vez más, de la continua
especialización estéril, del fragmento y el exacerbado reduccionismo de la
tecnología, las corporaciones y el consumo, vistiéndose asimismo de un acérrimo
individualismo, que unido a la dictadura sentimental de lo políticamente
correcto, impide la duda y el rubor; conformismo sin vínculos ni memoria, que
se conjuga con el vaciamiento de los referentes, que al inundar toda cosa lo
convierte en lo mismo: tanto un brazo, como un libro, una piedra o un ojo, son
cosas, objetos, productos, tienen precio, instaurando el mundo sin alma de las
cosas sin alma que se padece en la actualidad, que se suma también a la
incierta búsqueda de otro lenguaje, de otra manera de explicarnos y vernos en
lo distinto, que transforme los parámetros que nos han construido, de aquello
que creíamos y creemos ser: a la sociedad, al otro, a nosotros mismos, sin que
se encuentre todavía el modelo ni la respuesta que deje atrás lo que éramos.
“¿Quiere decir esto que, en el mundo <<que ya no es el suyo>> la novela desaparecerá? ¿Qué va a dejar a
Europa hundirse en el <<olvido del ser>>? ¿Qué sólo quedará la charlatanería sin fin
de los grafómanos, novelas después de la historia de la novela?”. “No lo sé”,
se responde Milan Kundera en La
desprestigiada herencia de Cervantes, primer capítulo del libro, para
continuar diciéndonos: “Sólo creo saber que la novela ya no puede vivir en paz
con el espíritu de nuestro tiempo: si todavía quiere seguir descubriendo lo que
no está descubierto, si aún quiere <<progresar>> en tanto que novela, no puede hacerlo sino en
contra del progreso del mundo.”
Europa hundirse en el <<olvido del ser>>? ¿Qué sólo quedará la charlatanería sin fin
de los grafómanos, novelas después de la historia de la novela?”. “No lo sé”,
se responde Milan Kundera en La
desprestigiada herencia de Cervantes, primer capítulo del libro, para
continuar diciéndonos: “Sólo creo saber que la novela ya no puede vivir en paz
con el espíritu de nuestro tiempo: si todavía quiere seguir descubriendo lo que
no está descubierto, si aún quiere <<progresar>> en tanto que novela, no puede hacerlo sino en
contra del progreso del mundo.”
Circunstancias y hechos, que al señalarlos, nos
confrontan con nuestro hacer y con nosotros mismos, obligándonos a
preguntarnos, ya no sólo por el futuro de la novela, sino por el de la poesía,
a la que también encubre, como una censura que la enclaustra en el mutismo y la
mutila, el olvido del ser, de tal forma (que si la poesía quiere seguir siendo
poesía, si quiere seguir vinculándose al canto que titubea en nosotros y se
abre ante lo incierto, ante la extrañeza que nos constituye, ante el sin
sentido que interroga el permanecer y nuestro tránsito hacia lo otro), surge la
necesidad también de revisar su relación con el entorno: la de nosotros con “lo
humano”, la de nosotros con lo otro y con nosotros, con lo que somos ante el vaciamiento
que socaba el lenguaje y lo convierte en la retórica de la banalización y el
cansancio, en la expresión de la decadencia y lo muerto. En ese sentido, la
pensadora francesa Annie Le Brunn, se adentra un poco más a estas
circunstancias que padece el lenguaje y escribe en su libro, El exceso de realidad: “poco a
poco las palabras se ven reducidas a un nuevo papel de comparsas destinado a
ocultar la ausencia de lo que hasta entonces habían significado”, para
ejemplificar diciendo: “cuando se evoca la libertad, es para disimular su
ausencia.
confrontan con nuestro hacer y con nosotros mismos, obligándonos a
preguntarnos, ya no sólo por el futuro de la novela, sino por el de la poesía,
a la que también encubre, como una censura que la enclaustra en el mutismo y la
mutila, el olvido del ser, de tal forma (que si la poesía quiere seguir siendo
poesía, si quiere seguir vinculándose al canto que titubea en nosotros y se
abre ante lo incierto, ante la extrañeza que nos constituye, ante el sin
sentido que interroga el permanecer y nuestro tránsito hacia lo otro), surge la
necesidad también de revisar su relación con el entorno: la de nosotros con “lo
humano”, la de nosotros con lo otro y con nosotros, con lo que somos ante el vaciamiento
que socaba el lenguaje y lo convierte en la retórica de la banalización y el
cansancio, en la expresión de la decadencia y lo muerto. En ese sentido, la
pensadora francesa Annie Le Brunn, se adentra un poco más a estas
circunstancias que padece el lenguaje y escribe en su libro, El exceso de realidad: “poco a
poco las palabras se ven reducidas a un nuevo papel de comparsas destinado a
ocultar la ausencia de lo que hasta entonces habían significado”, para
ejemplificar diciendo: “cuando se evoca la libertad, es para disimular su
ausencia.
Apenas se pronuncian las palabras amor o deseo, así fuese con fines
antagónicos, basta fijarse en quién habla para no querer saber con qué tontería
o con qué cinismo irrisorio se intenta entretenernos.”, y haciendo referencia
al hacedor y el hacer de lo “poético”, concluye: “si sólo quedaran los poetas
de este fin de siglo para darle sentido”, de finales del siglo XX e inicios del
XXI, “creeríamos”, que la palabra poeta, que la palabra poesía, “es sinónimo de
pose, vacío, pusilanimidad, suficiencia, incontinencia, hinchazón y, al fin de
cuentas, de profunda deshonestidad.”, describiendo plenamente la época del
vaciamiento que vivimos, en la que todo es lo mismo y no importa, en donde el
aedo, al igual que “la charlatanería sin fin de los grafómanos de la novela”
que señala Milan Kundera, dejó de buscar y preguntarse, de redescubrirnos en el
por qué, la tradición y la memoria, para recluirse y claudicar, en el mejor de
los casos, en la burocratización del espíritu, en paz y en armonía con el
progreso donde todo es “hermoso”, con el griterío sin fin del entretenimiento y
la barbarie del mundo, con el poder y las conveniencias, confinado a la
prebenda, al compadrazgo, al ansia de reconocimiento sin escrúpulo y a toda costa,
que usurpan el lenguaje y la buena fe, que derruyen la posibilidad de
reencuentro, de comunión, de ser el otro y descubrirse ante lo próximo, lo
incierto y lo finito, ante la angustia de nuestro tránsito sin saber ante el
misterio, pero además, y para ser justos con la pretensión de muchos, una cosa
es la mediocridad, el intento o el balbuceo y otra la deshonestidad, el cálculo
intelectual (del escritor, el poeta, el aedo) sin carne, sin entrañas, sin
titubeo; una cosa es el silencio que nos reencuentra con el origen, donde
volvemos a ser nosotros buscándonos en la penumbra, en el grito, en la
nostalgia, que llevan al pensamiento, a la conformación de la persona y lo
social, y otra muy distinta, la corrupción del lenguaje, la mezquindad que
vacía el alma y calla por conveniencia.
antagónicos, basta fijarse en quién habla para no querer saber con qué tontería
o con qué cinismo irrisorio se intenta entretenernos.”, y haciendo referencia
al hacedor y el hacer de lo “poético”, concluye: “si sólo quedaran los poetas
de este fin de siglo para darle sentido”, de finales del siglo XX e inicios del
XXI, “creeríamos”, que la palabra poeta, que la palabra poesía, “es sinónimo de
pose, vacío, pusilanimidad, suficiencia, incontinencia, hinchazón y, al fin de
cuentas, de profunda deshonestidad.”, describiendo plenamente la época del
vaciamiento que vivimos, en la que todo es lo mismo y no importa, en donde el
aedo, al igual que “la charlatanería sin fin de los grafómanos de la novela”
que señala Milan Kundera, dejó de buscar y preguntarse, de redescubrirnos en el
por qué, la tradición y la memoria, para recluirse y claudicar, en el mejor de
los casos, en la burocratización del espíritu, en paz y en armonía con el
progreso donde todo es “hermoso”, con el griterío sin fin del entretenimiento y
la barbarie del mundo, con el poder y las conveniencias, confinado a la
prebenda, al compadrazgo, al ansia de reconocimiento sin escrúpulo y a toda costa,
que usurpan el lenguaje y la buena fe, que derruyen la posibilidad de
reencuentro, de comunión, de ser el otro y descubrirse ante lo próximo, lo
incierto y lo finito, ante la angustia de nuestro tránsito sin saber ante el
misterio, pero además, y para ser justos con la pretensión de muchos, una cosa
es la mediocridad, el intento o el balbuceo y otra la deshonestidad, el cálculo
intelectual (del escritor, el poeta, el aedo) sin carne, sin entrañas, sin
titubeo; una cosa es el silencio que nos reencuentra con el origen, donde
volvemos a ser nosotros buscándonos en la penumbra, en el grito, en la
nostalgia, que llevan al pensamiento, a la conformación de la persona y lo
social, y otra muy distinta, la corrupción del lenguaje, la mezquindad que
vacía el alma y calla por conveniencia.
*ÁLVARO MATA GUILLÉ.
Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía. Leer más AQUÍ
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