El Rincón del Poeta

Fucuchima
José Liceider C. (Colombia)

El sol viaja a la voz, al alma de la tierra.
Viene rimando creaciones desde el infinito. . .
Brota en la vena pulsada, en el nervio agitado,
Emana como el canto rompiendo silencios, quietudes.
Es hilo tejiéndose en átomos, en sustancias.
Es vórtice donde el éter cual relámpago emerge
Creando desde lo intangible, desgranándose en expresiones
En magia de múltiples urdimbres, en bocas ahítas de vida.
Una mano viaja al racimo, a los cántaros palpitantes.
Otro relámpago; la idea. Se empatria en la neurona.
Y; habría de tomar esa neurona, esa mano
Las sombras lunares, los solares rayos;
Para edificar sobre el riel del tiempo
Las ánforas de su conciencia, sus propios astros.

Y; toma esa mano el sol en vasija de nieve
para llenar sus arcas y multiplicar enajenante engaño.
Para creer que puede asir el sol en una gota;
Y, que al ver la mar sin signo de resistencia
Duermen los núcleos sin que especie alguna muera,
Sin que los bronces, mateados en absurda ignorancia
Puedan tañer sus propios gritos. Sus cantos.

Creadores, De arcilla hechos; liman el tiempo
Y ocultan su debilidad en arrogantes posturas
Pretendiendo gobernar el elemento
Sin noción de su naturaleza.
No conocen el trueno, no miden la voz del volcán
Y; ufanos atrapan soles en vasija de barro. . . de nieve.
Son Columnas de arena creyendo detener los vientos.

Ese que gime cuando la mar lava la tierra
Es el mismo liliput que rige el orbe;
Sin que tendón de su memoria le recuerde
Que el ejercicio de obrar se lo enseñó natura.
Ese dios descabellado de rancio aliento
Va arrebatando fincas y derechos, almas;
Y cree poder viajar como luz con su pesada materia.

Ese nipón que ha sufrido del yerro los estragos
Es el hombre de toda raza, de todo continente.

Esa etnia, esas arenas, esos bronces, esa sangre
Soy yo. Atisbando desde su condición de muerte
Por esa ventana pavorosa de la tragedia;

Cómo la limalla del tiempo son tan solo trozos de alma
Derretidos amargamente bajo el cieno de la tierra.

El orbe se rompe, toda gota aborta su curso.
Y; como alcatraz por petróleo envenenado en La Florida

Las cicatrizadas razas, las usadas manos, los cegados cerebros. . .
 Esperan indefensos de su múltiple cáncer el desenlace.

Aquellos que han vendido el bienestar humano,
Los dueños del pan para milenios y de los futuros derretidos,

Los amos de latifundios agrietados, de arideces.
No podrán digerir la envenenada harina
Que diseñaron en sus ababelados laboratorios

Y no han de sobrevivir como el día tampoco a la noche que ha llegado.

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