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Julio Alberto Balcázar
Para ese entonces, ya nada importará aquí en tu isla.
Manhattan seguirá danzando a la deriva del tiempo,
Adornada con todas sus luces parpadeantes,
Y sus clubes clandestinos de jazz.
Con sus mujeres que velan la luna desde los suburbios,
Soñando ser otras, soñando manos que deshacen las costuras
De sus silencios y siembran sudor entre sus muslos:
Obsoletos, amnésicos,
Dejados por error junto a las revistas en la mesa de la sala,
Donde cualquier visita puede verlos,
Y hasta confundirlos con un cenicero, o una porcelana
De art deco, muy rara y costosa,
Aunque ellos tiriten con los años colgados del perchero,
Y las bocas a medio consumir en el refrigerador
(Envueltas en papel plástico para conservar alimentos),
Sigan acumulando escarcha.
Aunque los muslos miren a la ventana, y a través de ella,
Una vez más al cielo plomizo sobre los puentes,
Roncando perezosos, mientras un Chevy del 89 se roba todas las flores,
Y todas las manos, y todas las aceras
Donde la estadística marcaba una coincidencia,
Para venderlas en el mercado negro, junto a un par de cabezas de plutonio.
A pesar de todo, todo seguirá igual.
Manhattan estará ahí, con otro niño bateando su quinto
Home-run invisible de la temporada,
Desde la terraza de su edificio, alentado por el ladrido
De los perros, y quizás también por el rumor de las chicharras,
Importadas por la lluvia desde otra ciudad al sur,
Muy al sur de todas las calles que pudo cruzar
Con su gabán y un paquete de Luckie Strike en el bolsillo,
Entre la 76 y avenida Soledades (mirada perdida).
Más allá de lo que alguna vez imaginó a través de las venas
Del subte con sus camareras latinas del Bronx,
Y sus exhibicionistas con los ombligos enredados en la memoria,
Muertos todos de frío,
Frotándose contra la cara despelucada de aquel otro agosto,
Cantando canciones de amor que la plusvalía olvida
En el hall de este hotel,
Donde tú sigues en la ventana, viendo gente pasar.