Por Jack Farfán Cedrón*
En 1999 los felices lectores de Gabriel García Márquez recibieron la grata noticia de que estaba trabajando en la escritura de un libro subseguido de otras tres novelas; una de ellas, aparecida este año, es En agosto nos vemos (Random House, 2024), y da cuenta de una historia ágil, con el deslumbrante poder de persuasión con el que siempre tejió sus relatos el genio colombiano del realismo mágico. Su narrar frisa las 150 páginas. Consta de seis capítulos en los que el escritor cuenta las aventuras amorosas de Ana Magdalena Bach, una mujer de 46 años, quien cada año viaja a una isla a visitar la tumba de su madre.
El inicio de la novela, donde la protagonista vuelve a la isla caribeña un 16 de agosto, “a las tres de la tarde”, como en Cien años de soledad (1967), “en el sopor de las tres de la tarde”, es un sello atemporal en la narrativa garcíamarquesiana. Esa repetición de palabras: “sopor”, “ciénaga”, “ecuatorial”; más que una voz, preconiza una estilográfica que bosqueja elementos que todo lector de sus obras reconoce. Preparando el terreno, si se quiere, para lo que vendrá. Se trata de la bolsa dadaísta de frases hechas en que un azar, un caos que el mundo macondiano celebra en una explosión de pasajes que el común de historias, rara vez adelantan. El mar, la ciénaga, el polvo en el rostro, el neceser de piel de cabritilla, los pantalones vaqueros y esa forma tentadora de provocar del destino en una mujer madura enfrentada, sola a su soledad, eterno tema en la obra de García Márquez.
Asistimos en este primer capítulo al meollo del relato. La memoria traiciona, no el corazón. Menciona, luego de describir la llegada de la protagonista, como en el universo de José Saramago, “una avenida”, “un puesto de flores”, “un sendero”. Si en El amor en los tiempos del cólera (1985) daba cuenta, más precisa y detallada, del nombre de las calles (Parquecito de los Evangelios, Cementerio de las Ánimas); en En agosto nos vemos (2024) fluye la historia por sí sola, carente de estos detalles; que, si bien es cierto enriquecen la verosimilitud a lo lago de la trama, no por ello debilitan aquí, el hilo narrativo con que fluye la misma. De inmediato, grácilmente, el escritor inserta un elemento que acompañará al lector hasta el final del capítulo seis de la novela: el ramo de gladiolos que la mujer negra le entrega a Ana Magdalena Bach, mostrando la leche de sus dientes en la oscuridad de su rostro. Deja apurar el paso de la protagonista hacia el cementerio. Las ramas de una ceiba le indican la dirección adonde los pasos de la hija debían dirigirse, la tumba de su madre. En medio de la maleza que la dirige hacia ese más allá instantáneo, inmóvil; en este cementerio indigente, túmulos plagados por la hierba revelan, enredados por la maleza, lastres inevitables del olvido. Puerta de condenados. Reino de Hades. Los muertos arrastran con la red triste de su dolor a cuestas, a otros vivos enterrados entre sus tumbas. También la soledad y el olvido es reino de vivos.
Amén del tema que universalizó a esa historia de los amores contrariados, El amor en los tiempos del cólera, el grueso de los seis capítulos que conforman el corpus narrativo, es el juego del placer furtivo, aun en medio de un cementerio olvidado. Una voz de ultratumba, la de su madre enterrada, nada le reprocha. El sendero que derruye hacia la llegada a la tumba, es pedregoso. El sol, arde a través del sombrero. Una iguana la observa. La aridez de elementos descritos compagina un universo baldío, yermo, entregado al abismo que la soledad de los muertos padece.
Memoria de mis putas tristes, En agosto nos vemos, y la mejor novela, que según Gabriel García Márquez hubo de escribir; la más elaborada, El amor en los tiempos del cólera, todas entrañan amores seniles. En agosto nos vemos no es la excepción. A diferencia de los personajes que tejen el relato, aquí habitan personas a quienes la carcoma del tiempo todavía no las ha desgastado del todo. La madurez ha barnizado a sus protagonistas, con la luz sin hora, amarilla, flor de la edad, de mariposas amarillas parpadeando en el estómago. Ese goce hasta embeleso, con el que danzan sus siluetas enamoradas. El verbo preciso, a flor de labios en los diálogos caídos del cielo. Entregados al placer con que un volcán sexual se entrega, de sopetón, a los desafueros que la calentura acechante de los cuarenta arrebata, arroba, en sus elegidos. El sopor azul de la ciénaga rodea en este universo, a los amores contrariados.
![El tesón de la memoria. Reseña de "En agosto nos vemos", la novela póstuma de Gabriel García Márquez](https://www.librosyletras.com/wp-content/uploads/2024/04/El-teson-de-la-memoria-Resena-de-En-agosto-nos-vemos-la-novela-postuma-de-Gabriel-Garcia-Marquez-598x1024.jpg)
Fruto valeroso, titánico subterfugio de la memoria de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos representa una de esas expectativas literarias con que nos mantuvo en ascuas el galeote colombiano de Aracataca; quien nos llevó a conocer el hielo en aquella célebre aldea de aguas prístinas con piedras blancas como huevos prehistóricos: Macondo, el más universal de los pueblos tropicales ficticios.
El esfuerzo del artista empecinado y perfeccionista versus el deterioro de su memoria, significó un producto que no dejó satisfecho a García Márquez; tanto así, que ordenó destruirla antes de su muerte. A casi diez años de su deceso, el manuscrito fue desempolvado de los cajones del escritor. Se trata de un tesoro literario, con más méritos que falencias; por lo que fue entregado a las rotativas de imprenta, para beneplácito de millones de lectores del célebre Premio Nobel de Literatura, en 1982, quien pronunció un brillante discurso en la Academia Sueca, digno de los pergaminos eruditos de Melquiades.
Gabriel García Márquez representa para sus lectores planetarios, aquel genio capaz, inventivo; quien sacaba, como presdigitador, mago de la plasticidad léxica, la primigenia poesía habitada en la buena prosa y los mundos conocidos que todos los días contemplamos, pero que Gabo nos hace nombrarlos nuevamente, como si de objetos rotulados durante “la peste del insomnio” se tratara.
Con discurrir narrativo, que, desde la primera línea hasta la última atrapan al lector, cautivándolo, encantándolo con éxtasis inusual jamás encontrado en narrador alguno de estos rincones de la literatura latinoamericana, donde las situaciones más insólitas como surrealistas barnizan a diario no sólo libros bien alojados en los estantes de lo real maravilloso, sino también vivencias de seres comunes y corrientes e imaginarios, conviviendo con la realidad aplastante.
Esta novela póstuma, corregida cinco veces, como era característica de García Márquez, empecinarse en una sola página, por varias horas; con meticulosidad y ahínco hasta encontrar la versión perfecta, es, lejos de exagerar, digna de gritarse a los cuatro vientos del Parnaso de los amores contrariados y los polvos furtivos a la edad madura.
Cada uno de los amores que encontró o buscó en aquella isla caribeña Ana Magdalena Bach, representan encuentros fogosos, apurados, de una mujer madura, so pretexto de visitar la tumba de su madre cada año. Saliendo así, de la rutina matrimonial y de la caja de estampitas de las mujeres fieles.
El amor y lo lúdico de sus juegos secretos representan el más universal de los temas, el amor, en la narrativa garcíamarquesiana. Amantes tramando sus historias, seres que en el justo momento del flirteo se deslizan en la harina de la realidad, como leprecounts nórdicos hacia la maravilla encantada de lo que viven. Diálogos etéreos. Palabras con el verbo exacto se exprimen en la trama, hasta dar estoque en el justo meollo abriendo la noche erótica con que sus amantes, celebérrimos, aventureros, proxenetas, donjuanes de cano mostacho, sortean la edad solitaria enjugada con un brandy. Seres solitarios bebiendo ginebra, al soledoso crepitar de una cháchara acompañada por la ortofónica. Mujeres maduras y también seniles, han convocado a la sutil y bien cimentada arquitectura narrativa, la misma que nos acostumbró siempre a mostrar sus mundos sumergidos, proteicos, verbales, impredecibles; y con esa miel en los labios con que siempre sus personajes tienden la redada de la palabra justa en el diálogo, digna de ser leída en voz alta, como un canto florido del Trópico y de sus cenagosas detonaciones eróticas durante el sopor de los trémulos cuerpos sedientos, como dentro de un fiero aquelarre, digno de El jardín de las delicias de El Bosco, surrealista antediluviano.
«Mas, el talento narrativo con que hoy nos regala esta novela hasta hoy inédita de amores apurados, ya es parte del reguero de polvo que el rumor ha esparcido en el mundo: Nuestro Gabo, es inmortal.«
Fue un acto de traición, refieren Rodrigo y Gonzalo, hijos de Gabriel García Márquez, el haber priorizado el placer de sus millones de lectores, al deseo de su autor, cuya última palabra respecto a En agosto nos vemos, entrañaba una historia con visibles imperfecciones, de manera que sea destruida. Mas, el talento narrativo con que hoy nos regala esta novela hasta hoy inédita de amores apurados, ya es parte del reguero de polvo que el rumor ha esparcido en el mundo: Nuestro Gabo, es inmortal.
La esperanza, es seguro, de haber perdonado esta desobediencia divina, la publicación de En agosto nos vemos, está echada. El planeta entero ya está gozando de un último esfuerzo de genialidad padecida al escribirla estos últimos días titánicos de la memoria, que es frágil, que va dejando cabos sueltos sobre “el mar del horizonte”, distendido y universal, de los libros bien labrados con el dedo del corazón.
La principal herramienta del escritor es su memoria, esa caja de Pandora donde cantan por salir de la brecha silenciosa, todas las historias publicadas por los escritores. Cuando la memoria empieza a dar tropiezos, el laborioso mago de las palabras recurre a la poesía de la historia, burila a trompicones la trama que hala de los hilos de sus rebeldes paradigmas. Aquella historia que va dibujándose de a pocos, braceando por ya no ser imperfecta. Vasos sanguíneos bombeando el flujo globular de su narrativa, a buen puerto sacada a flote, como quien dibuja lo que narra.
Los lectores sabrán disfrutar de esta novela que honra más a su genio que a su frágil memoria, con la que se agarró a trompadas, a “perras palabras”, hasta el último respiro, demostrando que el genio no muere, hasta el último pelotón de fusilamiento.
Texto enviado por su autor para Libros & Letras.
*Jack Farfán Cedrón (Piura, Perú, 1973). Escritor. Socio Fundador de El Cabuyal Editores y de Kcreatinn Organización. Sus textos han aparecido en diferentes medios.