No. 7153, Bogotá, Martes 11 de Agosto del 2015
El verano nunca llegó…
Fragmentos memorables salvan el más reciente libro de William Ospina, pero no sé si a la novela.
Por: Alfonso Carvajal/ Tomado de El Tiempo/ Bogotá.
William Ospina es un magnífico ensayista y poeta. Como novelista, su propuesta narrativa es ambigua y en los albores del siglo XXI esto no es un asunto despreciable. Esperaba más de El año del verano que nunca llegó; no en el lenguaje ni en las ideas, que maneja con brillo, sino en la estructura novelesca, en las voces, en construir personajes y darles vida. El verano está lleno de descripciones galantes, mas la tensión dramática se difumina. Sé que a finales del siglo XVIII el romántico Friedrich Schlegel habló de la disolución de los géneros literarios; no obstante, en la novela, así converjan otros géneros como el ensayo, la anécdota, la imagen poética, las ideas filosóficas, el motor narrativo siempre debe primar sobre la forma. El solo sustento en el artificio, en la frase melodiosa, en el apunte lúcido, no es suficiente en un ente de largo aliento.
Sabemos de Shelley, Mary y Byron, y los demás personajes, por un narrador en tercera persona, que exhibe su erudición, mas no conocemos la psicología de los personajes, están distantes de la emoción del lector. De otro lado, como novedad escuchamos la voz del autor en primera persona y, aunque le da un matiz diferente a la narración, su protagonismo es intrascendente en el argumento dramático. Sí, la arquitectura del texto es prodigiosa, pero la sangre interna de la narración bombea frágilmente. Quedamos a merced de pinceladas como “era sobrio, era casi imperceptible para quien solo se detiene en el ruido y los grandes gestos”. Mientras que en la saga anterior Ospina se sostiene en una poesía retórica, en la exaltación del conquistador ante una naturaleza salvaje, aquí es el tono ensayístico y autobiográfico el que alimenta un episodio europeo; no hay conflicto entre los verdaderos personajes, entonces prevalece un parlamento ad infinitum; hay alguien que nos cuenta todo, mientras los protagonistas de la ficción callan: son almas del silencio. Figuras detenidas en un tiempo ya remoto, estéril. A eso me refiero.
La carpintería con el lenguaje y la investigación son luminosas, pero el núcleo narrativo de este momento que marcó la literatura mundial en una lejana Villa Diodati nos deja expectantes. Fragmentos memorables salvan el libro, pero no sé si a la novela. Aquí podemos parodiar a Shakespeare: To be or not to be, novela o no novela, allí radica la vieja cuestión.