Elogio al pedo

“¿Qué rumor es ése, Sancho? – Alguna cosa nueva debe ser…” Así conversaban el Quijote y su escudero sobre la más calumniada de las actividades humanas: el pedo. Y si, alguna cosa nueva ha de ser. Nueva porque el hombre jamás la ha mirado a los ojos. ¡Cuánta vergüenza ha de necesitarse para ser capaz de renegar de la naturaleza propia! El hombre ataca al pedo y atacándolo se niega a sí mismo.

Ese prisionero del cuerpo también es rehén de las artimañas del llamado “buen gusto”. ¿Acaso esa ínfima porción poblacional que promulga juicios sobre lo bello y lo desagradable es inmune a los pedos? De ser así, lamento su condición. Desconocen de un placer casi tan descomunal como el de orgasmo.

El pedo hace al trasero digno de existir ¿Qué tal que no existiera el pedo? ¿Cómo se aliviaría el dolor de un cólico? Es más, me atrevería a decir que esos nervios previos a la primera cita con una persona quedarían, en parte, resueltos con un pedo bien tirado.

El pedo es un desahogo del alma. ¿Es descortés? ¡Pero por favor!, descortés es tener que aguantarse las ganas de tirarse uno. Ese gas privado que de repente se hace público es una prueba de que estamos en confianza con las personas allí presentes. Les estamos regalando nuestra parte más íntima; aquello que proviene de lo más hondo de nuestro ser ¿Puede esta generosidad ser considerada como descortesía? Por supuesto que no.

Y como si esto no fuera suficiente para reivindicar la existencia del pedo, debo mencionar que cuando ese prisionero de las tripas por fin es libre, su efecto es inmediato: tan pronto suena el estruendo, las risas aparecen. Ese gas noble no es rencoroso: a pesar de las infamias, nos hace cosquillas en la nariz y en las orejas, y no queda contento hasta vernos carcajeando.

La sombra no nos acompaña en la oscuridad. El pedo sí. El pedo es la más fiel de las compañías. El hombre morirá y su cuerpo seguirá hablando por el culo algún tiempo.

En su Divina Comedia, Dante reconoce la potencialidad poética del pedo, cuando al referirse a un hombre condenado en el Infierno dice: “Y él había, del culo, hecho una trompeta”. Música, poesía, desahogo: eso es un pedo. Y si nada de esto basta para convencer a los aún reticentes, al menos no pasen por alto que hasta cuando Dios se hizo hombre tuvo que haberse dado el gustico de tirarse uno.

Por: Juan Sebastián Peña Muette

Estudiante de Comunicación social y LiteraturaPontificia Universidad Javeriana


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