Por: Álvaro Mata Guillé.
El Gulag, los campos de concentración con sus crematorios y cámaras de gas, lugares destinados a suprimir el alma, la personalidad, el yo (la psique, nuestros adentros, el sentido de nosotros), experimentando con reclusos, tratados como despojos, como no-personas, usando sus dientes–piel, cabello– de forros para libros, de pantallas para lámparas, de almohadas; donde la tortura, las formas de hacer sufrir y asesinar, pusieron en tela de juicio la evolución cultural, a la humanidad engreída de su progreso, creyendo que ya había dejado atrás al salvaje que le habita. El humo emanando de los crematorios, las fosas comunes, el hacinamiento del disidente tratado como loco, destruyeron las promesas de futuro basadas en el formalismo que creía que con “leer”, “ser más cultos”, “educados” o “tener más consciencia”, nos convertiríamos mágicamente en seres de “provecho”, “mejores” y “más buenos”, haciéndose evidente las carencias del liberalismo humanista, del progresismo y su fracaso, que al confrontarse con el horror de la barbarie no pudo eludirlo ni evitarlo, olvidando que el sadismo, la perversión, el proceder del sonámbulo, son parte de nosotros, quea nuestra alma la posee tanto lo sublime como lo siniestro.
Muchos han escrito sobre la costumbre de odiarnos y destruirnos, mucho se ha escudriñado en lo que hacemos, intentando denunciar nuestros romanticismos y fantasmas, nuestras aberraciones y desvaríos, redescubriéndose, cada vez, al primate dominado por el miedo y la obsesión, incapaz de ver más allá de sí mismo, al paquidermo que permanece en nosotros asechando con su indiferencia y avaricia
De pronto, el sin sentido arropó las calles, poseídas por la sospecha y la desconfianza hacia el otro–hacia nosotros mismos–dominadas por el absurdo que empañaba las cosas, haciéndoles perder su color, los matices, lo particular, ilustrando el inicio de una época sin época de legiones y consignas, sin pasado ni futuro,quecomenzaba disgregando vínculos y referencias, como así lo mostraban Beckett y Ionesco en sus obras, cuando inmerso en el destino sin esperanza ni destino, Godot observaba el alba o el crepúsculo posándose en el horizonte, transfigurados en lo mismo, pues ya no había ni mañana ni tarde, sólo la espera mutando en el absurdo; o a la masa autómata, el desfile de paquidermos al que se unían, por conveniencia o convicción, poetas, filósofos, intelectuales, “los cultos”, “los buenos”, “los mejores”, integrándose al sonambulismo de las bestias que reaparecían reencarnadas en rinocerontes, donde “los buenos”, “los malos”, “los poetas”, “los filósofos”, “los mejores y los peores” se mezclaban en la barbarie, en el acontecer que hace de todo un despojo y se transparenta en la igualdad de lo mismo, no viéndose en la lejanía, en la niebla que se posa en el horizonte, la que miraba Godot, sino en la sombra, nuestra sombra, la que nos convierte en hacedores, en verdugos, en cómplices.
Muchos han escrito sobre la costumbre de odiarnos y destruirnos, mucho se ha escudriñado en lo que hacemos, intentando denunciar nuestros romanticismos y fantasmas, nuestras aberraciones y desvaríos, redescubriéndose, cada vez, al primate dominado por el miedo y la obsesión, incapaz de ver más allá de sí mismo, al paquidermo que permanece en nosotros asechando con su indiferencia y avaricia. George Steiner en El castillo de barba azul, intentando revelar los nudos que reproducen, desde los adentros mismos de la cultura, la barbarie, su imposibilidad ante el sadismo, su taparse los ojos ante el horror, reencontrando en cada respuesta, fetichismo, parcialidad, odio y más dogmas, que junto al vaciamiento del lenguaje, de la persona y la dictadura de lo políticamente correcto, acompañan el proceder fósil de las burocracias culturales y educativas, que sumados al desprecio–la egolatría, el afán de poder, la conveniencia– de los “artistas”, “los poetas, “los filósofos”, convierte, a eso que llamamos “cultura”, en algo hueco, poseída por la mezquindad, la presunción, por lo muerto, perpetuando su condición de accesorio, su estatuto de deshecho, su pertenencia a lo inútil. En la misma línea, Peter Sloterdikj, en Normas para el parque humano, ahonda en la construcción formalista de los estratos culturales, comandados, según nos dice, por los “interesen literarios” de grupos de “amigos”, que como todo clan, secta o ceguera, sólo ve su propio rostro, solo se escuchan entre ellos, sumidos en un soliloquio que mutila la voz y la mirada del otro; élites –agrego– que imponen preferencias, destruyen “enemigos”, manipulan premios y concursos, se adulan, se odian, se desprecian, aligual que las mafias, actúan sin escrúpulo ni sonrojo, buscan perpetuar, a costa de lo que sea, sus intereses, sus egos, su mezquindad, sus negocios, imbuidos de una falsa humildad que pretende tapar su deseo de fama, pero además, a este extenso muestrario de los cimientos que empañan el hacer cultural, hay que adicionarle el adormecimiento de lo vital, la exclusión de lo vitalmente humano que permite el crear, el hacer, la ironía, el pensar, que ahondanuestra condición en las sombras.
Las críticas e interrogantes de George Steiner y Peter Sloterdijk llegan al aquí y ahora que hizo de“poetas”, “pensadores”,“filósofos”, abalorios postrados, muchos a conveniencia, en el quehacer de las burocracias culturales y educativas, en el sentimentalismo, lo trivial, lo frívolo, pero también en el silencio, un silencio que va más allá del silencio en la época, la nuestra, que reproduce sin contemplación bestialismo y decadencia, el horror, la destrucción, la barbarie que se refleja en el espectáculo de mujeres descuartizadas, de secuestros y supresión de periodistas, de venta de órganos y trata de personas, de violencia y más guerras, de amedrentamiento, miedo, más indiferencia; hechos, que igual que los campos de concentración, desnudan la precaria condición ética de la sociedad y su humanismo, en este caso a los “hacedores de cultura”, preocupados en dádivas, lisonjas o premios, cómplices también del cinismo que no le importa la destrucción del otro, la destrucción de nosotros mismos, permaneciendo, sin más, en el tránsito de las sombras, invisibles en la nada.
Foto: Ileana Bolívar R.
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*ÁLVARO MATA GUILLÉ.
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