En París siempre se está en una mascarada

Ilustración de Carlos Díaz Consuegra

Un relato de misterio, de amor y de giros inciertos, El fantasma de la Ópera es una de las obras más célebres y aclamadas de su autor, Gastón Leroux. Adaptada a múltiples formatos, llega esta vez de la mano de Panamericana Editorial a los lectores de habla hispana, con la traducción de Juan Merino y con el destacado trabajo visual de Carlos Manuel Díaz.

Por: Mauricio Palomo Riaño. Profesor de literatura y escritor

El fantasma de la ópera aparece en el umbral de lo real y lo imaginado desde el principio en la novela de Gaston Leroux, que Panamericana Editorial trae en una hermosa edición, a la altura del gran rey de las trampillas que reposa en su interior como protagonista. El fantasma, de entrada, no es un mito, lector, pues termina siendo una realidad que se envuelve entre los mantos oscuros del amor y del terror.

Asistiremos a una novela dolorosa que enmarca en las artes el destino de sus infortunados personajes. Las descripciones que se hacen del fantasma de la ópera son gráficas y juegan tanto con el ejercicio imaginativo que al lector también le parece sentirlo acechando desde cualquier espacio oscuro donde ponga los ojos. El fantasma es quien domina y quien tiene el poder sobre lo que se genere dentro de la Ópera parisina. La desobediencia a sus solicitudes es castigada con hechos macabros y extravagantes por parte de su sombra.


Portada de El fantasma de la ópera de Gaston Leroux
Portada de El fantasma de la ópera de Gaston Leroux

El triángulo amoroso está protagonizado por Christine Daaé, una voz femenina mágica en la ópera que irrumpe para llenarse de aplausos y de reconocimientos; el fantasma, quien se enamora perdidamente de ella y el vizconde de Chagny, dueño del corazón y del amor real de la joven artista. En medio de este drama de fondo, muy Romeo y Julieta, muy Werther, muy Berenice, el lector será testigo del excelente manejo que se da para introducirlo en el drama, las desapariciones, los homicidios perpetrados, todo servido para entrar al fantástico universo de Erick, el mago, el rey de las trampillas, el famoso fantasma de la ópera parisina. Las descripciones de los camerinos, los retratos que los adornan, los nombres canónicos de la historia musical de la ópera; bailarines, coreógrafos, directores artísticos que existieron y que engalanaron este espectáculo y que deambulan por esta novela en ese matrimonio maravilloso de ficción-realidad en el que el lector ingresará con el desconocimiento de si es un invento de la imaginación o un préstamo que se le hace a la realidad: he ahí la literatura.

El traje negro vistiendo un esqueleto, su cabeza hecha un incendio, el palco número 5 destinado a un fantasma que para los directores incrédulos es inexistente y limita con el chiste y la estafa, cantos lúgubres posteriores a muertes en los sótanos de la ópera y de apariciones fantásticas en plenos actos públicos constituyen todo un misterio. Alusiones a la pintura que convergen con la música, la danza y la literatura son toda una exquisitez para los lectores que se consideren amantes de las artes mayores, esas que estuvieron antes de la modernidad.

París es la ciudad del Fantasma en esta trama, no podía ser otra, aun cuando sus inicios están en Irán, de donde es originario. Y, sin embargo, hay un paseo en la novela por infinidad de culturas y países que lindan con lo mágico y lo exuberante, como la tradición oral escandinava. La hermosa historia entre Christine Daaé y el vizconde Raoul de Chagny desde las tardes y noches bellas de Noruega. La música y la muerte, el canto de las sirenas, la analogía de la música de ángeles de Erick; una demostración genial de la cultura a la que se pertenece.


Ilustración de Carlos Díaz Consuegra
Ilustración de Carlos Díaz Consuegra

Toda la historia gira en torno al genio de la música. Los juegos analógicos con Caronte y el Estigia en relación con los descensos bien abajo del teatro, todas las geniales referencias al mundo antiguo. Una suerte de Paris y Héctor que constituyen los hermanos de Chagny. La poesía bélica en la tinta. El amor jurado de un desquiciado que promete, si es el caso, esconder en un rincón desconocido del mundo a la que se ha robado su corazón solo para que continúe siendo solamente suya. Obnubilados por el sentimiento no vemos ni interpretamos más allá de este, Christine y Raoul probarán al Erick nefasto, pretencioso, conveniente, loco, peligroso, suicida y lo que es peor, enamorado, todo lo que podemos llegar a hacer por amor.

Promediando la página 250 de esta edición el lector aún no sabrá quién es el fantasma, vaya manera de sostener una historia con un ritmo narrativo que no tiene fisuras y un narrador atípico que nos va poniendo al tanto de situaciones que no sabemos, mientras pasan otras de las que si nos enteramos. Gustan mucho los tonos, el lenguaje bien cuidado, la limpieza de la narrativa, el respeto por esa tradición del que escribe. El uso de figuras retóricas que aquí tiene un peso evidente en lo estético salpicando de poesía la prosa constantemente. Otro gran mérito se los llevan los pies de página porque son aquí cómplices de la ficción.

Entren, degusten y comprendan por qué la raza humana, de constante mención en la novela, termina siendo definitivamente la otra orilla de Erick, y estén expectantes a cada movimiento de El maestro de las trampillas, sus palabras geniales y encantadoras, su juego bien montado de puertas y pasadizos misteriosos al interior de espejos. Ah, y no pierdan detalle de los inicios macabros de este oscuro personaje; las horas color de rosa de Mazenderan, horas de diversión a una pequeña sultana, por eso su nombre inocente, pero a causa de la muerte y la tortura de mucha gente. Y pensar que todo empieza sembrado en el corazón de una sensible y frágil Christine Daaé, a la que su padre moribundo le promete el ángel de la música y que por obvias razones no puede volver de la muerte para hacer real lo que sí llego a aprovechar el fantasma de la ópera.

Si la muerte de Erick era necesaria o no, aún no lo sé. Lo cierto es que la historia final de Christine y Raoul de Chagny es confusa, el final impredecible que aguarda al lector lo hará cuestionarse en infinidad de dimensiones. Sean ustedes bienvenidos a este entramado de tinta que no sabremos claramente si es novela histórica, testimonio, una apuesta ficcional brillante o un drama genuino. Lo cierto es que mucho de romanticismo puro y duro se esconde entre estas páginas. Leroux bebe de los odres de sus predecesores malditos y del ícono negro por excelencia del cual reposan sus restos en una tumba de Baltimore.

¿Hasta dónde podemos llegar por amor? ¿Hasta la misma renuncia? A veces solo nos falta eso, que no es para nada poco, ser amados.