Entrevista con Andrés Neuman sobre su libro Umbilical

“Yo no sabía que tenía piel hasta que acaricié a mis hijos pequeños”: Andrés Neuman

Andrés Neuman empezó a registrar en un cuaderno todas las reflexiones e impresiones que le provocaron la gestación y los meses iniciales de la vida de su primer hijo. Fue un periodo colmado de inquietudes sensoriales, recuerdos propios y emociones inesperadas que el escritor argentino recogió en su libro Umbilical, una especie de poema extenso con preguntas y máximas afectivas que reivindican una forma de paternidad que aún hoy en día es poco tradicional pero, por fortuna, cada vez más común.

Umbilical es una dádiva narrativa sobre la experiencia de ser padre que ha sido poco retratada estéticamente desde la perspectiva que se propone aquí. Para romper ese “silencio del relato colectivo” sobre la paternidad, Neuman, ganador de los premios Herralde, Alfaguara y Rómulo Gallegos, contribuye al arte de la crianza como género literario e inicio de una conversación futura con un bebé que ya está en el mundo desde que habita el vientre de la madre.  

-Usted llevaba un cuaderno íntimo donde iba registrando sus impresiones sobre todo el proceso de la gestación de su hijo. ¿En qué momento decidió convertir esas notas en un libro?

Más que una decisión fue un proceso gradual y natural. Al principio fueron notas que respondían a la emoción y que iban siendo escritas desde la primera ecografía en la que pude ver el borrador de mi hijo, por así decirlo. Sentí unos enormes deseos de conversar con él cuanto antes y contarle todo eso que no recordará, incluyendo ese misterio abismal de la memoria y la condición humana que es nuestra vida prenatal. Me fascinaba ir contándole cómo fueron los sótanos de su memoria. Después ese proyecto fue adquiriendo un matiz más relacionado con la educación sentimental masculina porque iba pensando que habitualmente a los hombres se nos educa para llegar tarde a la paternidad. Es una llegada tarde en todos los sentidos: el biológico, pues el hecho de que la mamá aloje a la criatura mucho antes de que nazca, le permite tener un contacto sensorial, íntimo y profundamente extraño durante mucho tiempo, y cuando nace suele haber una intimidad muy grande entre madre y bebé. En cambio, el lugar del padre es una especie de amor con delay, entonces toda mi obsesión era: ¿habrá alguna manera de generar un vínculo cuanto antes? Me preguntaba cómo podría huir un poco de esa imagen de los padres en el cine en blanco y negro en la que está el hombre esperando en el hospital y le dan la noticia de que ha sido padre y fuera de campo, fuera de la imagen hay alguien que está poniendo el cuerpo, dirimiendo la línea entre la vida y la muerte. Esa imagen de cuando te traen la criatura, el bebé, es muy sintética y muy simbólica de cómo está organizada la iniciación en la paternidad.

-¿Puede entenderse como una especie de preparación?

¡Claro! Empezar a escribirle antes de que naciera era un modo de hacerle un regalo de bienvenida y de ir preparándome en la interlocución, al principio imaginaria, con el hijo, que poco a poco, incluso antes de nacer, se fue volviendo sutilmente sensorial. De pronto empiezan los movimientos en el vientre, empieza a haber una capacidad de respuesta -en el libro se le dice “tan-tan”, como quien se comunica con tambores- en una tribu muy ancestral que es la humana. Y después esa última fase, muy alucinante para mí, que vengo de una familia de músicos, en que el feto puede escuchar, reconocer e identificar voces. Eso me pareció una metáfora preciosa: realmente puedes hablar con tu hijo antes de que nazca y te va a reconocer. Me pasé todo el último tramo del embarazo cantándole y escribiéndole, y eso propició -y era un poco el objetivo- que su nacimiento no fuese una primera cita, sino un reencuentro. Seguí escribiendo cuando nació y cuando empezamos a conocernos, y le mostré esas notas a mi círculo íntimo; la reacción fue de mucha emoción y entusiasmo. Entonces empecé a sospechar que quizás había escrito un libro sin darme cuenta. Llegué a esa idea al ver las reacciones a mi alrededor que me expresaban, sobre todo, la impresión de que no se suele hablar de esto, que la literatura de la relación entre hombres y bebés, o de la paternidad desde la crianza diaria, o de la espera de la gestación, era un territorio literariamente poco explorado y que podía ser interesante hacer una pequeña contribución para empezar a romper colectivamente ese silencio.


Andrés Neuman. Foto archivo particular

-¿A qué cree que se debe ese silencio?

Igual que está sujeto a transformación colectiva, critica e ideológica el rol de las madres, no puede ser que ese silencio de los padres sea solo porque no podemos parir. Tiene que haber una cuestión que exceda. Si abrimos un poco el foco, más allá del marco biológico está nuestra cultura familiar y conyugal que hace que en el reparto de los roles nos hayamos dedicado muchísimo menos a la crianza. Eso va generando una menor memoria colectiva de la relación con la criatura y hace que hayamos ido delegando en las madres no solo la crianza sino la conversación al respecto. Ahí llegamos a la tercera cuestión: esto hace que nuestro imaginario literario, fotográfico, audiovisual, filosófico, dificulte el vínculo con los bebés porque no tenemos una enorme cantidad de libros de poemas, canciones, películas que nos hayan ayudado a pensarnos como padres, como individuos que crían, como compañeros y cuidadores de los bebés, y esto ya es un problema que está en las antípodas de lo biológico.

-¿Podría afirmarse que se trata, en parte, de una ausencia de referentes?

Tiene mucho que ver con nuestras referencias. Si yo pienso en mis poetas hombres favoritos, no puedo recordar poemas sobre bañar niños, cambiar pañales, empujar carritos, cosas que los hombres hoy en día hacemos cada vez más. Hay un bloqueo en el imaginario que va limitando nuestra autopercepción y nuestra imaginación en cuanto padres. Es ahí donde puede intervenir, me parece, la literatura. Como tú decías: no sabemos cómo lidiar con un bebé. Es que no nos educan para eso, igual que a las mujeres las educan para sentirse obligadas a saber lidiar con los bebés, lo cual muchas veces no se cumple porque todos tenemos amigas que nos cuentan que han vivido sus embarazos como un proceso alienígena. Conocemos mujeres que no se han sentido cómodas con sus embarazos o que tienen sensaciones siniestras durante la maternidad. Igual que no todas las mujeres se sienten naturalmente equipadas y perfectamente preparadas para ser madres (es un mandato social), los hombres hemos recibido el mandato de “no podrás, no sabrás, no es asunto tuyo”.

-¿Podría decirse que Umbilical es un libro que honra el recordar?

Por supuesto. Escribir este libro también era una manera de jugar a recordar lo que era imposible de recordar para mí. Desde la primera ecografía yo decía: así fue estar adentro de la abuela de mi hijo, así fue llorar por primera vez, estar en una cuna. También hay algo de la reconstrucción de la memoria de la especie que me interesaba mucho y que conecta con cualquier persona a quien le interesen los huecos de la memoria. Y finalmente te comento lo de mi papá: por supuesto que la mater-paternidad está llena de incógnitas y ansiedades respecto al futuro. Eso te lo dicen siempre: qué rápido pasa el tiempo, el cruce de velocidades -que es medio monstruoso- entre tu lento declive como ser humano maduro y el veloz crecimiento, la desesperada velocidad con la cual se dirige hacia su plenitud una criatura. No solo hay una diferencia de edad; hay una diferencia en la velocidad del tiempo: tú envejeces lentamente y ellos crecen rápidamente; eso es vertiginoso. Y si encima le sumamos las preocupaciones de toda familia burguesa: ¿a qué escuela irá?, ¿tendremos plata suficiente? Todo eso me lo imaginaba, pero no imaginaba eso otro que dices: ¿qué pasa con el pasado?, ¿cómo se relee con la mater-paternidad? Me sorprendió muchísimo que se me presentaron mis ancestros de nuevo; que volvieran con angustia preguntas que jamás me había hecho y que creía que no me importaban: ¿cuándo empecé a dormir sin mis padres?, ¿por qué no me dieron el pecho?, ¿cuán lejos estaba mi cuna de la cama de mis padres en mi primer año de vida? Son preguntas que nunca me preocuparon y ahora me parecen dramáticas. Mi mamá no está acá para contármelo y mi papá no se acuerda, y no saber eso de pronto me importa muchísimo.

-¿Cómo se relee a usted mismo ahora que es padre?

Es que con un hijo te haces preguntas sobre tu memoria remota y, por supuesto, hay una relectura de la figura de la madre y del padre. En mi caso, de la madre, con mucha tristeza porque perdí a la mía muy joven y el duelo más o menos ya lo había hecho. No se deja nunca de extrañar a una madre, pero el duelo por su pérdida después de tantos años yo creía haberlo procesado, y de pronto, con el nacimiento de mi hijo, la evidencia impactante de que él no conocerá nunca a la mujer que me dio vida, me resulta insoportable… nunca mejor dicho: inconcebible. Entonces me siento más huérfano ahora que soy padre y esa contradicción, esa paradoja no me la esperaba. Yo no sabía que me iba a pasar esto. Respecto a mi padre, te lo resumo con una anécdota. Poco después de nacer mi hijo, mi papá me dijo: ¿me enseñas a cambiar pañales? Esa pregunta me generó dos emociones muy divergentes. Me pregunté: ¿cómo es que no sabe cambiar pañales? Y lo otro, la gratitud de que un hombre de setenta años estuviera dispuesto a aprender y a ser un abuelo diferente del padre que fue. Hubo una especie de soledad retrospectiva, por un lado, y de esperanza en el futuro, por la otra. De soledad y esperanza está llena la crianza todo el tiempo.



-Aunque no soy padre, me sentí muy tocado por Umbilical. ¿Algún lector se ha acercado a usted para decirle que se sintió muy conectado, que vio el libro como una inspiración o que lo ha tomado como una guía?

Tu pregunta incluye varias cuestiones que me interesan mucho. Una, el tema de la figura del padre en la literatura. Hay muchos libros sobre padres pero muy pocos de padres. Cuando se habla de la literatura de la paternidad esta es una etiqueta muy confusa; los libros sobre padres son la mitad de la literatura. Libros depadres que crían, ahí ya hay menos. Libros de padres y bebés, silencio. Entonces las figuras paternas que han sido contadas por mujeres y hombres tienen unos arquetipos esenciales: el padre castigador, el violento, el bíblico, el que encarna la ley y castiga en consecuencia, el complementario. Está el ausente, el fantasmagórico -estamos en el territorio de Pedro Páramo-. Gran cantidad de libros, películas e historias de vida tienen que ver con alguien que sale a buscar a su padre porque nunca lo tuvo, porque se fue, porque no lo conoce, porque quiere saber quién es, porque se quiere reconciliar antes de que se muera pero nunca lo conoció bien antes… salir a buscar al padre porque no lo conocemos literal o figuradamente. Después está el padre heroico: el hombre proveedor, salvador, que todo lo sabe, que todo lo puede, Superman y que muy en el fondo sufre y es muy triste porque no puede compartir su vulnerabilidad, sus dudas, sus miedos. El padre heroico trabaja para alargar la infancia de sus hijos y está aterrado de que sus hijos crezcan y se den cuenta de que su padre no es un héroe porque los héroes no existen. Estos tres arquetipos están una y otra vez reproducidos por la cultura, pero fuera de esas figuras el padre vulnerable, emotivo y que cría con todas las dificultades y dudas del mundo, eso todavía no es un arquetipo literario; está por contar. Existe cada vez más en la realidad pero no es todavía un personaje de la literatura. Hablamos mucho de los padres pero siempre en el mismo sentido.

-Está generando toda una conversación sobre un tema sobre el que, como bien lo dice, aún hay mucho silencio.

Es una manera de contribuir a una conversación que nos hace falta a muchos hombres, y obviamente esa conversación requiere de muchísimos libros, no solo de uno, pero esta es una pequeña piedra en esa construcción colectiva. También me conmueve mucho el encuentro con hombres que han sido padres hace mucho tiempo y tuvieron emociones parecidas pero no contaron con el espacio ni el momento histórico habilitado para conversar sobre eso. Te cuento una anécdota preciosa: llega un señor de una edad entre la mía y la de mi padre, muy formal y bien vestido con traje, buen lector; venía con varios libros antiguos míos para que le firmara. Empezamos a hablar y me susurra, como diciendo un secreto: yo no sabía que tenía piel hasta que acaricié a mis hijos pequeños. Esta frase bellísima, llena de ternura, de poesía y de síntesis conceptual que me pareció digna de un poema me emocionó muchísimo, casi me echo a llorar. Le pregunté si esto se lo había dicho a sus hijos tal cual y me dijo: no, se lo estoy contando a usted. Nos dimos un abrazo largo, fuerte, con emoción, y le dije: hágame un favor, cuando vuelva a su casa, cuénteselo a su hijo. Me dijo: pero ya tiene veinte años. Le dije: por eso mismo, ¡lleva toda la vida necesitando saberlo! Estoy teniendo esos momentos que no me esperaba para nada y con toda clase de personas que desde diferentes lugares piensan en su pasado familiar por alguna razón.

-“Voy naciendo al decirte”: usted se arriesgó con una obra escrita en un lenguaje nuevo y con un tema tan poco abordado en la literatura.

Exacto. Ese es el punto: no solo contar el nacimiento de alguien, sino pensar en tu nacimiento en términos literales, ¿cómo habrá sido mi nacimiento?, ¿qué persona nueva nace al aprender de la crianza? Hace casi veinte años escribí un cuentito que se llama “Alumbramiento” que está en un libro que lleva el mismo nombre, publicado por Páginas de Espuma hace más de quince años. Empieza con el relato de un hombre que entra al hospital y de pronto se pone de parto. Tiene distintas lecturas: una más fantástica, otra más simbólica; se puede leer de varias maneras esa escena. Ese cuento partía de la cita de un diario que informaba del ingreso de hombres en la planta de obstetricia. Me parecía un titular muy divertido de leer literalmente: obviamente la razón era que no quedaban camas y tuvieron que habilitar una zona de obstetricia para ingresar a unos señores. Yo dije: ¿y qué tal si lo tomamos literalmente? De pronto, no se sabe, por qué empiezan a ingresar hombres ahí. Esta cuestión me interesó desde un costado menos íntimo pero literario y ahora he terminado, muchos años después, exactamente en esa situación de ir naciendo al aprender de mi hijo.