No. 6.039, Martes 15 del 2012
Es cualquier libro discreto (que si cansa, de hablar deja) un amigo que aconseja y que reprende en secreto.
Lope de Vega
La literatura siempre fue mi destino: Élmer Mendoza
Por: Yaneth Aguilar Sosa/ Tomado de El Universal, México/ Fragmento. Una conversación con el autor de Balas de plata sobre cómo, en 20 años, logró el éxito como narrador con obras traducidas a seis idiomas, y ahora es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
Dice Élmer Mendoza que decidió ser escritor una madrugada de 1977; desde entonces pasaron 21 años y ocho meses para que viera publicada su primera novela Un asesino solitario; dice que con los años confirmó que ser escritor era su destino y que poco a poco se fijó tres metas que sin duda rigen su carrera: tomar al toro por los cuernos, escribir la línea que nadie ha escrito y tener voluntad de estilo. El escritor nacido en 1949 y colaborador de El Universal, dice también que con los años y persiguiendo esas tres metas, ha ido alcanzando verdades: que cada autor es un sistema de escritura, que hay que crear una literatura que toque las fibras más sensibles y delinear personajes que se vuelvan entrañables; también, que hay que tener la escritura como laboratorio y la literatura como arte.
Ese narrador que en 12 años ha publicado seis novelas, entre ellas El amante de Janis Joplin, Cóbraselo caro, Balas de plata y Efecto Tequila, aún no se cree que haya sido elegido, por aclamación, académico correspondiente en Culiacán, por la Academia Mexicana de la Lengua, igual que sus compas Javiar Marías y Arturo Pérez Reverte, sólo que ellos en España. Lo que dice que sí sabe es que su tarea en esa institución es encontrar vocablos, proponerlos y definirlos para el Diccionario de Mexicanismos. “Si nosotros aspiramos a que nuestra región sea más explicable tenemos que dar las pistas, las definiciones de cómo hablamos para que la gente entienda por qué somos como somos”. Con todo el éxito que Élmer ha alcanzado, que sus novelas se traduzcan a varios idiomas, que sea un autor casi de culto en Francia, que tenga varios premios y ahora sea un académico de la lengua, sigue siendo el mismo tipo sencillo, gran promotor cultural e impulsor, a través de talleres literarios, de jóvenes aspirantes a escritor.
Como siempre estoy leyendo encuentro expresiones que digo ‘está la tengo que usar’ y la agregó a la lista, no siempre la uso porque igual es parte del juego.
– ¿Te crees lo de la Academia?
– La invitación viene del lenguaje que utilizo en mi obra, soy de los autores que trabajan ese territorio lingüístico… escribo porque tengo vocación y tengo que escribir, utilizo el lenguaje que me acomoda, el que se me facilita contar lo que quiero contar. Como cualquier autor no me cuestiono las expresiones que utilizo, incluso mi primer editor –Aurelio Major, de Tusquets, casa a la que pertenece- me preguntó “qué crees que has hecho”, le respondí “una novela del lenguaje”, él me dijo: “No, has hecho una novela de la violencia aunque una de las virtudes que tiene es el lenguaje de la calle; pero eso lo verán después”.
– ¿El lenguaje es una virtud que te dio ser catedrático de la Universidad?
– No creo, tiene que ver más bien con que soy vago, que tengo buen oído y siempre que escuché a personas hablar como hablaran nunca me provocó gracia sino curiosidad e interés y entonces como que me fui haciendo de un acervo de habla amplio.
– ¿Reflexionas mucho sobre el lenguaje antes de sentarte a escribir?
– No, yo me siento y ahí tiene que salir. Si tiene que salir va a salir. Lo que sí hago es un registro de expresiones, pero eso ya es en el proceso de creación, yo en un principio elijo una o dos maneras para decir que alguien ha muerto, por ejemplo, siempre son populares, de la calle, pero después hago una lista más amplia y lo pongo en tarjetas y los tengo a mano. Como siempre estoy leyendo encuentro expresiones que digo ‘está la tengo que usar’ y la agregó a la lista, no siempre la uso porque igual es parte del juego.
– ¿Qué tan exigente eres?, ¿cuántos tratamientos haces de una novela?
– En la primera versión nada exigente porque tiene que salir, pero conforme voy avanzando en las correcciones sí, mis novelas son producto de la reescritura, estoy hablando que pueden ser 20 o 30 versiones, y además tengo una fijación, tengo que empezar de la página uno, no puedo llegar a corregir en el capítulo 30; tengo que ir a la página uno, escuchar la novela durante todas las páginas hasta que llegó al sitio que corrijo, por eso soy lento. Después de la segunda versión soy absolutamente exigente, nunca la doy a leer, cuando decido que alguien tiene que leerla, que siempre es Leonor -su esposa-, es porque siento que ya tengo algo para compartir y Leonor es una lectora muy sagaz y muy clara.