Entrevista con Fernando Cruz Kronfly

Por: Marcos Fabián Herrera/ Tomado de “Con-fabulación”. La entrevista completa se puede leer en www.confabulación.com 
Un ingrediente seductor integra esta prosa que la hace plena de musicalidad, lejana del cliché y zurcida con precisión de filigrana. Los personajes de sus ficciones están barnizados de una singular universalidad y gozan del halo atemporal de la verdadera literatura; pero al tiempo, husmean las miserias humanas que siempre se sobreponen a las veleidades de la historia. 
¿Se proponen sus novelas develar los pliegues ocultos del lustre de gloria que abrigan a los heroísmos y los mitos? 
– No es fácil para un autor decir, responsablemente, qué es lo que se proponen sus novelas. Hay tantas cosas que se atropellan cuando alguien escribe con las tripas puestas en el asador del teclado. Detrás de los hombres convertidos en mito, sólo hay la miseria humana que es común a todos los seres humanos por igual. Lo que sucede es que la miseria de los grandes hombres se convierte en paradoja, porque resulta inimaginable. No se trata de “humanizar” simplemente, porque al fin y al cabo el héroe por alguna razón de mérito es héroe. Cuando se develan los pliegues sombríos de la gloria, lo que aparece no es el héroe humanizado solamente, sino ante todo su desgracia. Esa es la paradoja verdadera. 
¿La filosofía y la literatura son líneas que el actual extravío de la novela obliga a que confluyan? 
– Lo que le está sucediendo a la literatura y a la cultura en general es algo simplemente aterrador: que fueron convertidas en mercancía. Lo que convierte en mercancía una cosa no es sólo el hecho de que se compre y se venda. En el mundo moderno capitalista, hasta la fuerza de trabajo se convirtió en mercancía, y eso en sí mismo no tiene nada de reprochable. Es algo que corresponde a las lógicas reales del modelo occidental y que incluso permite otra mirada sobre la vida y las relaciones entre las cosas y los seres humanos. En esa dirección no va mi reproche. La mercancía existe desde el renacimiento o incluso desde los tiempos de Platón o quién sabe desde cuándo, bajo el supuesto de que haya una moneda por ahí dando vueltas y de que las cosas tengan un valor de uso y un valor de cambio. Tales condiciones son suficientes. A este respecto, Aristóteles dijo bastante y muy bien dicho en La Política. Lo que es realmente preocupante, aunque no signifique el fin del mundo, es que la literatura y la cultura terminaron por quedar atrapadas en las redes de esa cosa que se conoce como “marketing”, en el sentido de que el cliente siempre tiene la razón y que es necesario escribir para él, lo que él quiere que le escriban en medio de su medianía. De esta manera, las casas editoriales terminaron por tratar las obras literarias como si fueran calcetines o jabones. Y todo esto en un contexto de declive absoluto de la cultura letrada, de predominio de la farándula banal, de absoluta levedad “light”, en fin. La “fuerza estética” de la literatura y las artes, en términos de Harold Bloom, se volvió ripio y estorbo en manos del marketing, puesto que la fuerza estética requiere complejidad de tratamiento en las imágenes, componentes cognitivos fuertes, lenguaje de perfección. Y muy poco de esto le interesa al lector masivo, sumido en la banalidad y la medianía. De este modo, los escritores que lo hacen para el marketing literario, se encuentran atrapados en las exigencias de la clientela banal, y sólo escriben para su gusto degradado. Este y no otro es el verdadero “extravío” de la literatura en nuestro tiempo. Una escritora tan inmensa como Herta Müller, sólo interesa a las “masas” consumidoras por el hecho de ser Nobel, pero las masas que la compran por esta sola circunstancia para nada entender de su extraordinaria factura literaria, muy poco percibirán su grandeza de lenguaje y mucho menos su mundo desgarrado. Y puedo apostar hasta mi casa y mi perro, que apenas dentro de un año nadie la recordará, salvo la minoría de los auténticos lectores que seguirán maravillados por una obra que honra a la humanidad. Pero el marketing literario no sabe nada de esto ni le interesa. Cosa muy diferente es la vieja tradición literaria que incorpora pensamiento e ideas a las obras de ficción. Algo así como presencia del ensayo en la novela. Pero esto no es nuevo y no pretende salvar del extravío a la novela. 
Carlos Marx infravaloró a Simón Bolívar al cuestionar su mitificada obra emancipadora. ¿Hay ribetes de desproporcionada leyenda en la consagración de la figura del libertador? 
– Los pensadores europeos decimonónicos, generalmente eurocentristas, tuvieron muchas dificultades en el momento de pensar otros mundos diferentes del suyo. Es que pensaban que la historia de la humanidad era una sola, la del Centro, y que las demás historias de otros mundos no eran historias realmente sino apenas estornudos de catarros demasiado locales. Por otra parte, el viejo Marx no valoraba suficientemente sino aquellas revoluciones sociales que pretendieran la toma del poder por los oprimidos, y este no fue precisamente el caso de la revolución de independencia liderada por Bolívar, que ni siquiera podía considerarse una revolución burguesa, puesto que para que pueda hablarse de esta manera es condición necesaria que exista burguesía, y nada de esto había detrás del proyecto de Bolívar en la Nueva Granada en 1810. En este contexto histórico tan particular y tan inédito, el Viejo Marx no pudo ver sino lo que sus esquemas de entonces le permitían ver. Porque los seres humanos no vemos lo que queremos, sino lo que nuestros marcos culturales de referencia nos permiten ver. Por otra parte, la premodernidad absoluta de nuestra élite neogranadina puso a Bolívar en un sitio ambiguo y no siempre el mismo. Al principio fue la apoteosis. Luego, Bolívar se convirtió en un estorbo del que muchos querían deshacerse. Fue expulsado. Y cuando ya estaba muerto y no ofrecía peligro, empezó a ser recuperado en estatuas y en exageraciones. Pero es evidente que la obra militar y civilizadora de Bolívar fue inmensa. Aunque también es evidente que la manera como él imaginó el futuro de los pueblos liberados no se parece mucho a lo que después fue de ellos. Todavía andan por ahí algunos presidentes de la región, queriendo regresar a Bolívar, de un modo que a Bolívar francamente le daría vergüenza. 
En La cenizas del Libertador subyace una urdimbre literaria con notoria familiaridad con La Muerte de Virgilio de Herman Broch. ¿Atesora su novela ecos de ésta cimera obra del siglo XX? 
– La literatura es hija de la misma literatura, ya se sabe. En García Márquez está vivo Rabelais, William Faulkner y los cronistas de Indias como Colón, Cabeza de Vaca, Pigafetta, etcétera. Pero, también, la visión de mundo de las tribus guajiras. Y no es posible que sea de otro modo, supongo. En Las cenizas del Libertador, hay al menos la presencia de La Muerte de Virgilio, Las memorias de Adriano y La ceremonia del adiós. Esta presencia se debe, pienso, a una cierta desgracia en común de Virgilio, Adriano y Sartre, imagínese usted este trío de cantores. Se trata del declive de la gloria en cada uno de ellos, del descenso a la muerte, del final. Simón Bolívar debió bajar a la misma trampa que la historia le tiende a los grandes hombres: dejarlos inermes, abandonados, enfermos y convertidos en ruina delante de su propia inmensa obra, donde ya ni siquiera se reconocen. Sólo con la esperanza de trascender, como Sartre lo predijo, de manera horizontal rumbo a la memoria humana. Este es el contexto, la visión de mundo que está detrás de La ceniza del libertador.

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