Un café en Buenos Aires con la periodista y escritora Tes Nehuén

Tes Nehuén foto

Tes Nehuén es una de las periodistas culturales más reconocidas de España. Sus reseñas y entrevistas son una referencia para infinidad de lectores que precisan una guía honesta ante la avalancha de novedades que mes a mes llega a librerías. Sin embargo en este café no hablaremos con Nehuén de periodismo sino sobre la publicación de su primer libro de poemas. Era un secreto a voces que sus poesías eran un cofre por descubrir, así que no puedo dejar de sentir la llegada de Todos los pájaros que vimos como un acto de justicia. Pero también me pregunto qué significará para su autora abandonar su sitial de entrevistadora para pasar a ser entrevistada, o sea: atravesar, en un parpadeo, el cristal del espejo.        

—Acabás de publicar tu primer libro, lo que me viene genial para que charlemos un poco sobre qué se espera de un escritor cuando publica. Pero antes decime, Tes: tras tanto trabajar como periodista cultural, ¿te da vértigo pasar al otro lado del mostrador?

Por un lado sí pero, como bien sabés, me costó muchísimo publicar este libro, así que ahora estoy intentando desprenderme de mis impulsos inseguros para disfrutar del placer de compartir mis poemas con la gente. ¿Qué se espera de un escritor o una escritora? Que escriba con honestidad y ponga esperanza en el mundo de quien lee. «Escribir para que el agua envenenada pueda beberse», dice Chantal Maillard. Supongo que es lo único que importa.


“No sé si es que poetas y editores piensan que escribir poesía es fácil, pero es verdad que a veces te encontrás publicaciones que son deprimentes. De todas maneras, alguien podría pensar eso de mi libro, porque el del arte es un terreno blando, de mucha relatividad”.

Tes Nehuén foto
Tes Nehuén

—No conocía esas palabras de Maillard, qué belleza. Pero dejame llevarte a una área menos amable: publicar es más que lanzar un libro a la calle, también incluye una faceta que intuyo no te enamora: tener que hablar de tu libro, de vos misma, o sea: autopromocionarte.

No te equivocás para nada. Me cuesta bastante buscar los focos. Me encanta promocionar el trabajo de la gente a la que admiro, pero me cuesta hablar de mí. Pero, por otro lado, me parece desafiante e interesante también. Aprender a sentarnos frente a la cámara y decir: hola, soy Tes y he escrito esto. Pienso que la cara buena de las nuevas tecnologías es que aunque podemos fingir ser alguien que no somos frente a los demás, tenemos la oportunidad, y más que en ningún otro tiempo, de ser nosotras mismas frente a ellos. Hablar de lo que hacemos me parece bonito y en mi caso me ayuda a ejercitar mi amor propio, que bastante vapuleado está. Es hermoso poder compartir con otras personas lo que hago con amor y todo el cuidado del que soy capaz. Todos necesitamos que nos quieran y fingir que no nos importa, que no queremos llamar la atención, etc., es absurdo y un poco hipócrita. De ser así no publicaríamos, ¿no? De todas maneras, hay una cara gris también en todo esto. La gran trampa del capitalismo es invitarnos a pensar que si nos esforzamos podemos lograr lo que queramos, y eso no es verdad. Hay un sistema montado donde no cabemos todos (sobre todo “todas”). Hay una cosa que me sorprende mucho: las editoriales que menos se mueven por la difusión, que tienen pocos ejemplares para prensa o que ni siquiera responden a tus mensajes para difundir sus libros, suelen publicar poesía. En estos años he hecho más amigas y amigos poetas porque se acercan a mí contándome que han publicado con una editorial y les gustaría que leyera su libro; poetas que se ven en la tesitura de buscar reseñas porque nadie lo hace por ellos. Las poetas están totalmente abandonadas; no veo que tengan el respaldo que sí tienen narradores o ensayistas, y eso me da mucha pena. Dicho esto te quiero agradecer por este nuevo café que me llena de alegría.

—Podríamos decir que los poetas hoy ocupan el subsuelo del mundo del libro, lo que no solo habla mal del mundo del libro, directamente habla mal del mundo en sí. Pero una vez dicho esto, dejame ser antipático (me lo vas a perdonar, vos sabés que cuando hago entrevistas me gusta hacerme el malo de la película).

Te encanta. Y con lo buenazo que sos.

—Ja, decime: esta situación de marginalidad que viven los poetas, ¿no es también responsabilidad del mundo del libro? De seguro hay excepciones, pero buena parte de la poesía que se publica solo logra espantar lectores. Es más, estoy convencido de que hay editoriales de poesía que parecieran odiar la poesía. ¿Sabés por qué creo que sucede esto? Porque hay un triste porcentaje de “poetas” y “editores” que creen que escribir poesía es fácil. 

No sé si es que poetas y editores piensan que escribir poesía es fácil, pero es verdad que a veces te encontrás publicaciones que son deprimentes. De todas maneras, alguien podría pensar eso de mi libro, porque el del arte es un terreno blando, de mucha relatividad. Sin pensarlo demasiado se me ocurre que la dificultad de editar poesía  es que podés caer en la trampa de valorar la innovación estética por encima del mensaje o valorar más el fondo que la forma. Y ambos extremos conducen al fracaso. Como lectora busco el equilibrio. No puedo emocionarme si no hay un trabajo estético, pero si el trabajo de forma es puramente de ejercicio léxico tampoco me conmociona. Y eso es lo que busco cuando leo, que la lectura me saque de mis parámetros y me muestre otros mundos o nuevas formas de mirar las cosas. De todas maneras, existen buenísimas editoriales, sólo hay que tener la suerte de encontrarlas.

—Tengo una teoría delirante que absolutamente todos me refutan, de todos modos la volveré a repetir tan solo para que vos también la refutes: quienes aspiran a escribir debieran empezar escribiendo novela (que permite desprolijidades y distracciones), después debieran dedicarse al cuento (que exige perfección) y recién al fin ascender a la poesía. Pero pareciera que el recorrido es a la inversa.

Escribir nos obliga a vivir inmersos en una gran paradoja: buscar la perfección asumiendo lo mejor posible nuestra imperfección. En realidad todo en la vida deberíamos hacerlo apuntando a la excelencia. Pero me vas a perdonar con esto pero yo no creo en la superioridad de un género sobre otro. Tampoco creo que haya géneros más difíciles que otros, la dificultad surge cuando estás trabajando con material que te supera, cuando estás fuera de tu mundo. En mi caso leer poesía se me da mejor que leer narrativa. Escribir también. Siento que ese lenguaje es el que se relaciona más conmigo, y no te estoy hablando de que sea lo que mejor hago sino lo que siento que puedo hacer con mayor honestidad. Por eso esa idea de que hay que empezar por unos géneros para llegar a otros no la respeto. Además, no sé cuánta elección tenemos en los géneros que cultivamos… Y la guerra entre géneros, como la guerra entre consolas en los videojuegos, me parece una pérdida de tiempo.


“La inspiración es traicionera, ¿no? Juan Ramón Jiménez volvía a sus poemas con cierta obsesión: los corregía, cambiaba pequeñas cosas, a veces detalles… Toda la vida puliendo sus poemas”.

Portada de Todos los pájaros que vimos de Tes Nehuén
Portada de Todos los pájaros que vimos de Tes Nehuén

—¿Cómo? ¡La Switch es mucho mejor que la Play! No, no, perdón, no dije nada. Mejor sigamos.

¡Nintenderos somos! Jaja. Lo que quiero decir es que cada género tiene sus complejidades y sus exigencias, que la dificultad depende de la honestidad con la que trabajemos. Por otro lado, pienso que el gran desafío de toda escritura debería ser salirse de los bordes y explorar el territorio colindante entre géneros para que los textos se enriquezcan. Pienso en Larva de Julián Ríos o en V y V. Violación y Venganza de Pilar Bellver, dos novelas que contienen múltiples géneros y un trabajo de composición monumental. O la obra de Sergio Chejfec… Libros que se salen de la norma y que te invitan a pensar en que otro tipo de literatura —mestiza, extranjera, fronteriza— es posible. Y acabo de acordarme de una novela de Lena Yau que leí hace poco y que es una belleza transgénero también. Hormigas en la lengua, se llama. Y hay muchísimas más, por supuesto.

—Ya me estoy agendado esos libros. Volvamos a qué se espera de un autor al momento de publicar su libro, Tes. A mí me parece bien que un escritor le haga publicidad a su libro (a fin de cuentas es un modo de trabajar en equipo con la editorial que apostó dinero y trabajo en uno), pero también me pregunto cuál es el límite. ¿Te acordás que hasta hace apenas unos años bastaba con estar en Facebook? Al poco tiempo eso ya no alcanzaba, te decían que si no estabas en Instagram no existías. Y ahora te sugieren tener también Twitter, y abrir un canal en YouTube, y en los últimos meses son varios los que me queman la cabeza con Tik Tok. Y mi pregunta es, ¿por qué yo debiera ser bueno para moverme en un mundo tan ajeno a la escritura de un libro? 

Entiendo tu desconcierto y rabia, y la comparto. Como decís, lamentablemente en esta era son pocas las personas que pueden darse el lujo de no tener redes sociales y continuar vigentes, y la mayoría de ellas seguramente pueden porque cuentan con una trayectoria fundada antes del bombazo milenial. El mercado del libro parece intentar jugar con los códigos del mundo contemporáneo pero con un sistema anticuado. Falta gente especializada gestionando la difusión y la visibilidad de las editoriales, y se pretende que los propios autores y autoras se ocupen de este trabajo, que parece sencillo pero que para hacerlo bien requiere de ciertos conocimientos específicos. De todas maneras, como ya sabés, mi mayor defecto es intentar ver siempre el lado bueno de las cosas, y creo que las cosas están cambiando. Internet es fascinante: una herramienta con un potencial como no hemos tenido frente a nosotros nunca antes en la historia de la humanidad.

—Hablemos de Todos los pájaros que vimos. Tuve la suerte de disfrutarlo un par de años atrás, cuando era un puñado de fotocopias. En ese momento recordarás que te elogié muchos aspectos del libro, pero debo hacerte una confesión, hubo algo que no me animé a decirte: que te iba a costar mucho, muchísimo publicarlo. Porque más allá de ser un libro bello e inteligente, también es un libro difícil de clasificar, de definir, y eso pone nerviosos a muchos editores. Porque sí, es poesía, pero una poesía con un tono diferente a la que hoy se publica. 

Antes de responder voy a aprovechar para agradecerte. No sólo fuiste uno de los primeros que leyó el libro sino que me acompañaste en todo el proceso, ¡muchas gracias por todo eso, Pablo! ¡Y fijate lo intuitivo que fuiste! Me costó un montón que se publicara. No sé si tuvo que ver con que fuera un libro difícil de clasificar o con la propia aleatoriedad de la vida. Tampoco sé si yo soy la persona más adecuada para decirlo, se me ocurre que es difícil juzgar la naturaleza de lo que escribimos, ¿no? ¿Viste que vos ves una idea y empezás a trabajar sin pensarlo mucho?

—El otro día me preguntaron de qué trata escribir y, para variar, no tenía la menor idea de qué responder. Terminé diciendo que escribir un libro es algo así como andar solo por un pasillo oscuro, tanteando paredes, avanzando entre pasitos y tropezones, con más miedos que certezas. Creo que no fue una respuesta muy desquiciada.

¡Es una alegoría perfecta! No es nada desquiciada, al contrario. Mirá, lo único que tuve claro desde el principio fue que quería escribir un poemario que tuviera cierto hilo narrativo (no en la forma pero sí en el fondo). Esto está estrechamente relacionado con mi formación como lectora. Crecí memorizando versos de nuestra biblia criolla, el Martín Fierro, y del Fausto de Estanislao del Campo, así como también milongueando con la guitarra. Es decir, este territorio de contar cantando forma parte total de mi ADN. Y era algo que tenía pendiente. Cuando leí Patio de locos de Andrés Neuman quedé alucinada porque entendí que ésa era la idea que estaba persiguiendo, pero ejecutada de una forma imposible. Es un poemario que se construye desde la atmósfera de un hospital psiquiátrico y nos va presentando a una serie de personajes quebrados cuyas voces van armando el entramado narrativo. No creo que leamos nada parecido nunca… Es decir, siempre me ha interesado mucho este lugar fronterizo en que la poesía es cuento o canto. Y entonces, esa idea de poema narrativo quise combinarla con otra cosa que me obsesiona que es la identidad, más precisamente, el desdoblamiento identitario. Pero no quería trabajar con el doble en el sentido clásico (la duplicación del yo en un otro sabio, una sombra poderosa) sino desde la conformación de una segunda identidad que partiera del yo pero que fuera una sombra vulnerable, semilla a punto de ser. ¿Podría componerse un doble sin la herida del original, un clon sin la mancha? Bumbum intenta responder a esa inquietud. 

—Esperá. ¿No les querés contar a los lectores quién es Bumbum?

¡Sí, por supuesto! ¡Gracias! Bumbum es una criatura fronteriza, poco definida (sin especie, sin sexo, sin etnia) que intenta simbolizar la inocencia. Una criatura que es creada o invocada por la protagonista (voz narradora, voz poética) con el objetivo de volcar en ella su memoria. Parece creer que de ese modo su historia podrá ser rescatada del dolor, porque está convencida de que Bumbum será capaz de recordar sin la herida, sin la marca de la experiencia… Pero Bumbum es una criatura indómita, y parece que se va a salir un poco de las expectativas de su creadora. 

—Me hablás de los libros con los que creciste y que influyeron en Todos los pájaros que vimos. Hablame por favor del proceso de escritura del libro. Yo tengo una intuición: obviamente hay inspiración en tu poesía, pero también mucho trabajo, mucho picar, limar, pulir y lustrar; lo que va un poco a contramano de esa idea instalada de que la poesía es inspiración y punto.

La inspiración es traicionera, ¿no? Juan Ramón Jiménez volvía a sus poemas con cierta obsesión: los corregía, cambiaba pequeñas cosas, a veces detalles… Toda la vida puliendo sus poemas. Admiro tanto su actitud de entrega y oficio poético. Como lectora me fascina la poesía que se construye desde un lenguaje sencillo pero que alcanza niveles profundos de abstracción y por eso, con mis limitaciones, intento escribir teniendo eso como meta. Todos los pájaros que vimos tuvo varias etapas. Mi escritura parte de una pulsión. No soy capaz de escribir poesía de otra manera. Pero muchas veces hasta que los termino los poemas se transforman rotundamente hasta no parecerse en nada a esa semilla pulsiva. Soy bastante crítica y en este caso en particular he trabajado mucho: reescribiendo, tachando, agregando. Seguro que podría mejorarse más. Juan Ramón lo creería. Y yo también. Pero llega un punto en el que tenés que decir “basta” y asumir tu escritura imperfecta. Pero hay decepción y fracaso también en este proceso. Y creo que tenemos que hablar mal de las cosas que no salen como esperamos. Yo quería escribir una historia infantil, un cuento en verso que contuviera una enciclopedia de pájaros y que apelara a un primer lector de poesía planteando la importancia de sumergirnos en nuestro hábitat y reconocer a nuestros compañeros animales. Pero no pude. Escribir con un lenguaje sencillo sin caer en lo cursi o sin que el tono se desviara constantemente y se oscureciera me resultó dificilísimo. En determinado momento la poesía quería ir para un lado y mi cerebro para otro, algo muy frustrante, y tuve que ceder y postergar el deseo estético en pos de la libertad. A partir de ahí empecé a trabajar desde otro lugar. Al principio un poco a tientas.

—Por ese pasillo oscuro del que antes hablamos. 

 Ese mismo pasillo que decías, hasta que empecé a ver formas en la noche. Pero respondiendo a tu pregunta: procuro el equilibrio entre pulsión y trabajo, y trato de recordar que ciertas obsesiones estéticas pueden desviarme del poema.

—Leí tu libro con el deslumbramiento con el que leo buena poesía, pero (y acá viene lo particular) por momentos también lo leí con la cadencia con la que leo algunos buenos cuentos. Por cosas que mencionaste con anterioridad intuyo que siempre apuntaste a eso.

¡Qué bueno! Sabés que me interesaba que pudiera leerse como una historia que en su interior contuviera otras. Lo pensé como el relato de la amistad entre Bumbum y la voz poética, pero también quería que tuviera ventanas a otras historias que me parecían importantes: el relato de la vida en el hormiguero, en el panal, en el mar donde están las orcas y también la vida de las orcas en las jaulas de concreto, que representan las muchas e “ingeniosas” formas de crueldad con la que nuestra especie trata a los demás animales… Pero más allá de hablar de unas especies u otras me interesaba hacer hincapié en los individuos: en Bumbum pero también en esa curruca, en ese mirlo… El mundo es inmenso y en cada rincón podemos encontrar una criatura a quien salvar y que nos salve, como salva Bumbum a Torcacita… Me gustan los libros que contienen universos y quería escribir un poemario con cierta tensión narrativa donde los personajes estuvieran vivos. Así que me das una gran alegría. 


De más está decir que recomiendo la lectura de Todos los pájaros que vimos (Eolas Ediciones). Y quienes quieran ahondar en el trabajo de periodista cultural del Tes Nehuén, los invito a seguir en Instagram a @bestialectora, allí encontrarán reseñas, entrevistas y mucho más. 

Todos los pájaros que vimos de Tes Nehuén
Todos los pájaros que vimos de Tes Nehuén