La necesidad de comprender nuestras violencias: entrevista a Juan Miguel Álvarez

Entrevista con el escritor Juan Miguel Álvarez

El reportero independiente Juan Miguel Álvarez, ganador del Premio Anagrama de Crónica Sergio González Rodríguez ha edificado una carrera de quince años como cronista en torno a las violencias y el conflicto armado en Colombia. 

Siempre lo han guiado, dice, dos preguntas centrales: “¿qué fuerzas morales y materiales hay en este país que logran convertir a una persona del común en un sujeto armado y sin hígados para matar? y ¿cómo vuelve a la vida una persona a la que le han despojado incluso de su dignidad?”. 

Con estas cuestiones en mente y el firme objetivo de pensarlas desde una mirada narrativa donde todas las voces tienen cabida, Álvarez ha escrito los libros Balas por encargo. Vida y muerte de los sicarios en Colombia (2013), Lugar de tránsito (2021) y La guerra que perdimos (2022).

Libros y Letras conversó con el autor sobre su libro más reciente en el que, mediante un conjunto de ensayos cortos y una serie de crónicas que recogen testimonios en todos los bandos, reflexiona sobre nuestra dificultad como país para comprender el origen de tantas violencias, y la necesidad, cada día más urgente, de restablecer la dignidad de las víctimas.

¿Dónde nace la idea de los ensayos, esto de explicar ciertos términos desde una perspectiva académica que enriquece los relatos y testimonios?

Hay un ensayo que se llama “Trampas de esta guerra 2” donde hablo de los eufemismos que se han usado en la guerra para moderar realidades terribles. Me apoyo en el ensayo de George Orwell, cuyo argumento central es que los eufemismos se usan para presentar lo impresentable; es el fracaso de la política. Ahí menciono varios conceptos. Es un ensayo con el cual ayudo a entender a los lectores que pasaron por las dos crónicas anteriores −la del pintor asesinado por policías y el de los falsos positivos del cabo Mora−, donde los victimarios son la fuerza pública, que limpieza social es un eufemismo con el cual toda la vida se ha querido reducir el golpe moral que significa un exterminio sistemático de gente de la calle, raponeros, drogadictos o lo que sea, con el afán delirante de hacer supuestamente una ciudad mucho más bella y mucho más impoluta. Esto fue en los años ochenta, cuando tenía esa acepción. 

También está el concepto de los falsos positivos.

Ese es básicamente un tecnicismo que se vuelve eufemismo, y explico por qué me parece que sí es preciso, que ahí sí no vale la pena tratar de cambiarlo. Los falsos positivos incluyen toda la carga moral; en cambio, limpieza social esconde la carga moral. Eso es lo que trato de mostrar en ese ensayo. También hablo de otros eufemismos en los cuales hemos caído como sociedad. El tema de las pescas milagrosas que hacían las FARC es un eufemismo para decir secuestros masivos y despiadados. El otro tema es no hablar de conflicto de orden interno, sino de lucha antiterrorista o amenaza terrorista, que fue el caballito de batalla de Uribe. Esa es la manera en que el lenguaje y la semántica se han usado y manoseado en función de hacer más sostenible moralmente la guerra. Hubo uno que no pude incluir por razones narrativas, pues me desajustaba la carga argumentativa, y es cuando José Obdulio Gaviria, en una reunión en Estados Unidos dijo que aquí no había desplazados internos ni desplazamientos forzados, sino migrantes. Es una manera de usar eufemismos para tratar de vender cosas supuestamente mejores. Con ese tema había que hacer un paréntesis porque es dramático, porque permite básicamente legitimar objetivos en una guerra y lavar la cara pérfida de los violentos. De eufemismos están hechas todas las guerras, no solo la de Colombia. Si hablamos de la guerra Civil española, por ejemplo, a todos los que eran liberales, anarquistas, comunistas los enredaban bajo una sola etiqueta: “Eres un rojo” y ser un rojo implicaba que había que exterminarlo. Bajo una etiqueta, bajo un eufemismo se agrupaba toda una sociedad. Se han usado históricamente para lavar la cara de algunos objetivos inmorales en la guerra.  

¿Cree que en Colombia es posible dar la batalla contra la impunidad? 

Habría que estudiar todo el sistema de justicia a ver si tiene la posibilidad de responder mejor en el futuro, pero ese es un análisis muy complejo que se me sale de las manos. Lo que te puedo decir es que mientras no haya justicia efectiva en delitos muy representativos, que logre construir símbolos de autoridad en el país, siempre va a haber gente que entiende que no existe justicia y que esta debe imponerse por mano propia. Es una cosa evidente que funciona en los regímenes democráticos. Por eso la justicia tiene algunas sentencias que son ejemplarizantes a partir de las cuales se hacen las otras sentencias. Un solo acto que sea penado como se debe envía un mensaje público y construye un símbolo de autoridad desde el cual se hace todo lo demás. Por eso a ese pendejo ricachón de Bogotá que mató a la niña Samboní le clavaron todo el peso de la ley: porque necesitaban construir un símbolo de autoridad a partir de un caso. Esa sentencia se vuelve ejemplarizante para todos los demás casos. Si la justicia no construye un símbolo de autoridad a partir de sentencias ejemplarizantes la gente en general termina aceptando la justicia por mano propia como un mecanismo. Entonces vienen los ajusticiamientos, estos asesinatos siguen generando venganza y así se arman las pequeñas guerras individuales que muchas veces terminan crispadas, catalizadas por dinero y se vuelven guerras grandes. Mucha gente que termina vinculada a los grupos armados ilegales, de la guerrilla o del paramilitarismo en su momento, aún hoy están escondiéndose de las violencias domésticas que generan venganzas. También las víctimas rurales que fueron víctimas del conflicto armado han sido reclutadas por las FARC o los paramilitares que buscan venganza. El fotógrafo Jesús Abad Colorado tiene una historia muy bella en su documental El testigo: cuando va al Urabá llega a una comunidad donde hubo una masacre y ve ese destrozo, el montón de muertos. Se encuentra con una niña, la fotografía y un tiempo después se entera de que esa niña se volvió guerrillera, básicamente porque los paramilitares le mataron a toda la familia. Es el ejemplo clarísimo de la guerra en Colombia, y también ha pasado lo mismo cuando el Ejército entra haciendo daños, pues la gente se vuelve guerrillera, sobre todo en la selva; ¿por qué? Porque la guerrilla aparece, aprovecha la desolación, la soledad, el encono y dice: venga para acá con nosotros y verá que aquí se le apaga ese dolor. Lo de si el sistema de justicia en Colombia va a ser capaz en algún momento de llevar justicia a estos lugares, no tengo ni idea. Ojalá.


Juan Miguel Álvarez
Juan Miguel Álvarez

¿Cuál cree que es la razón por la que la guerra en Colombia ha sido tan prolongada?

Eso ha sido analizado y tiene básicamente once factores determinados por la Comisión de la Verdad, de los cuales yo he señalado tres o cuatro en mis trabajos. Tiene que ver con el sentido de la venganza como un acto justiciero; la falta de justicia estatal para un montón de hechos frente a los cuales el Estado no alcanza, como el desplazamiento forzado, la pérdida de una tierra, el asesinato, el reclutamiento, y entonces la justicia por mano propia se vuelve un estímulo para la guerra. Muchas de las personas que entrevisté, de un bando u otro, tenían una cosa que ellos llaman causa: “Usted tiene causa” les decían a los comandantes cuando los reclutaban. Causa es que a usted le hicieron algo y se quiere desquitar, entonces la venganza a falta de justicia estatal ha sido uno de los grandes factores por los cuales la guerra se ha mantenido. Otro es la facilidad del dinero que entra por el narcotráfico. La guerra es muy costosa, las armas, las municiones, los uniformes, la alimentación de la tropa, todo lo que se llama material de intendencia es muy costoso. No se entiende de qué manera los paramilitares llegaron a juntar un ejército de treinta mil hombres con ese montón de frentes; solo el bloque de Macaco tenía alrededor de quince mil hombres, ¡una cosa salvaje! El bloque de Miguel Arroyave ya tenía cinco mil hombres; ¿cómo hace uno para enrolar cinco mil hombres en una misma función?, pues pagándoles, ¿y de dónde sale la plata?, pues del narcotráfico. La única manera de mantener ese montón de gente armada y unida bajo un propósito específico es pagándole; eso no es por motivación ideológica. Ninguno de los campesinos que las FARC reclutaron en el último tiempo estaba ahí por convicciones revolucionarias; eso es ridículo, por más que les hubiera intentado difundir doctrina, y lo mismo con los paramilitares. Entonces ha durado también porque ha habido plata para mantenerla. Si no hubiera habido plata se habría acabado como pasó en Perú con Sendero Luminoso, pues estaban sin recursos, desbaratados, con dos tropas por ahí en una montaña lejos y una tropa élite en la ciudad. Los agarraron y los desbarataron, no tenían recursos, no tenían poder… pero la guerra en Colombia dura porque el narcotráfico ha sido todo. Lo otro es la venganza, la falta de justicia y el narcotráfico; esos son los tres elementos que yo descubrí por mi propia cuenta, a partir de mi trabajo, que después cuando la Comisión de la Verdad saca todo ese montón de factores, veo que esos tres están ahí.

¿Y piensa que esta guerra va a terminar algún día? 

La guerra tiene un montón de factores ahí y hay que ir apagándolos todos, uno a uno, lentamente. Yo diría que si los gobiernos se ponen en la misma dirección, se alinean en un mismo propósito y con unas estrategias en común, no importa si el Gobierno es de derecha o izquierda, la violencia en Colombia sí puede apaciguarse muchísimo en dos o tres generaciones. Gente joven que está naciendo y que puede crecer con ejemplos distintos, con otros horizontes, puntos de comparación distintos, y entiende que la violencia no es la manera de responder, y que el asesinato no es la única herramienta para cobrarse las diferencias. Pero esa es una idea que tiene que establecerse como parámetro de conducta, como comportamiento, y para que eso se establezca debe haber todo un trabajo en un montón de aspectos en la cultura, la política, la economía, la educación, la salud, que permitan entender que la violencia no es la respuesta. Ese es un trabajo de varias décadas; habría que pensar en dos o tres generaciones para que nazcan personas sin ese horizonte tan firme de la violencia enfrente. Eso habría que entenderlo como propósitos comunes de un país y no de Gobiernos específicos. 


Portada de La guerra que perdimos de Juan Miguel Álvarez
Portada de La guerra que perdimos de Juan Miguel Álvarez

En este ejercicio de trabajo de campo, entrevistas, investigaciones, ¿ha sentido miedo o estuvo en riesgo alguna vez?

Claro, varias veces. En La guerra que perdimos hay una crónica cortica que se llama “Una moto en la puerta”. Cuando la hice estuve en un sitio que en ese momento era muy peligroso. La historia ocurre en un caserío al sur del Caquetá que en ese momento estaba dominado por las disidencias y, la verdad, ahí nos arriesgamos mucho mi compañero y yo. Desde que entramos estábamos todos súper tensionados, nerviosos, con la sensación de que cualquier cosa puede pasar. Pasaban los carros con los disidentes y las armas, los fusiles ahí por la ventana, todo era terrible. Entré a la casa de esa señora y ella estaba muerta del miedo. Cuando finalmente terminamos y salimos de ahí en el taxi que habíamos contratado y nos fuimos por esa carretera arriba, fue un alivio. Si nos quedábamos dos horas ahí no habríamos contado el cuento. Había tanta tensión con el dominio de la disidencia en ese sector, que si el rumor de que había dos periodistas en una casa de una señora a la que le habían matado una persona, hubiera llegado muy rápido a los jefes de la disidencia y hubieran ido allá a preguntar, cualquier cosa habría pasado cualquier. Ir, escuchar, preguntar, estar en ese momento, ver las cosas y salir, fue muy tensionante.

¿Considera que vamos a seguir hablando del conflicto dentro de nuestras crónicas?, ¿va a seguir siendo un tema presente en la crónica colombiana y latinoamericana?

Yo creo que sí. No sé si mucha gente lo va a hacer, si lo usará como tema de trabajo para escribir libros, pero sí va a haber gente haciéndolo, y durante bastante tiempo más. La película argentina 1985, que salió el año pasado, versa sobre un episodio de 1985 de la guerra interna que ellos tuvieron. Las películas de la dictadura española siguen saliendo y son muy premiadas. El tema de la guerra no pasa nunca porque la guerra destruye todo, transfigura todo y la de Colombia, imagínate; si ni siquiera ha terminado del todo. ¿Cuánto tiempo más va a seguir siendo tema? Muchísimo tiempo más; no sé si para mucha gente, pero sí va a seguir siendo un tema de discusión narrativa.