El poeta Santiago Espinosa habla sobre “Cuadernos de California”, su más reciente libro publicado por Himpar editores.
Un viaje de dos a la tierra de los sueños, California. Una pareja que recorre el estado viendo el mar por la ventana, los pinos, las rocas lunares, las estrellas de verdad. Viajan para encontrarse, para que las almas importen más que la realidad conocida, la rutina; y la aventura del amor los ilumina, los hace salirse de sí mismos, ver al otro y a partir de ahí al prójimo que sufre. California es un lugar de contrastes, la opulencia tecnológica está al lado de los que viven en la calle, “a los que no se debe mirar a los ojos». Esto le dijo un hombre tal vez de corbata y tenis Nike, un “liberal”, a Santiago Espinosa mientras observaba a una buena cantidad de homeless tirados en la acera.
Cuadernos de California es un diario, es poesía de la mejor y también puede ser un cuento largo. En el libro los tiempos y espacios se superponen, los amantes son eternos, el paisaje es fondo de dos que vuelan. En la odisea se encuentra el alma, y el alma se comparte. En esta bella edición de Himpar —que sigue haciendo joyas— hay homenajes a poetas como Ceslaw Milosz; también a la cultura pop, a los Beatles; y al padre de Espinosa, un ingeniero experto en sismos. El talento del autor es generoso, así como sus respuestas en esta entrevista.
Santiago Espinosa nació en Bogotá en 1985. Ha publicado los libros de poesía Los ecos, Lo lejano y El movimiento de la tierra. En 2106 ganó el premio de poesía Jaime Sabines. Sus poemas han sido traducidos al italiano. También es ensayista, traductor y profesor, en la actualidad es rector del Gimnasio Sabio Caldas en la localidad de Ciudad Bolívar.
¿Qué te da el viaje a un país lejano? ¿El mayor viaje es el interior?
Todo viaje es un retorno, creo que la frase es de Cortázar. Cuando dos personas viajan juntas esos retornos se entrelazan y se curvan. Sentimos que los sueños se superponen. Siempre me ha llamado la atención que un lector, o una lectora de poesía, asiste a una memoria ajena como si fuera su propia memoria. Esto también pasa en el amor, que para mí es la gran aventura…. La literatura de estos días se ha empobrecido mucho, porque los escritores casi siempre viajan solos.
¿Qué es el amor de pareja, una trampa biológica como decía Schopenhauer? ¿Algo mágico, místico? ¿Algo entre esas dos consideraciones?
Tiene un poco de ambas cosas. En mi caso es una forma de mirar. El Cuaderno de California es un libro de animales y de carreteras junto al mar, de lo que vemos a través de las ventanas de un auto en movimiento. Hay algo de esto, por supuesto. Pero no viajamos solos. Me gusta pensar que este libro es la conversación de dos amantes con las luces apagadas.
¿Qué de California se parece a Colombia, qué no se parece?
Hace 200 años, en 1830, California era un lugar prácticamente deshabitado. Después vino la fiebre del oro y la fiebre del petróleo, sin la cual Hollywood, entre otras cosas, jamás hubiera existido; la fiebre espectral de las nuevas tecnologías, que han hecho de esta delgada costa la cuarta economía del mundo. John Muir, uno de los padres de la ecología, le pidió al presidente Abram Lincoln que protegiera las secuoyas, esos árboles gigantes, porque en muy pocos años los colonos podrían extinguirlos de la tierra. Y lo consiguieron de algún modo, porque estos árboles milenarios sólo pueden ser vistos en los parques naturales que personas como Muir y Lincoln protegieron. En ningún otro lugar podemos ver este reloj paranoico en que se ha convertido toda América, aquella sensación de estar viviendo entre el origen de todo y la extinción, la promesa siempre presente de encontrar una quimera, llámese oro o redes sociales, y la situación de millones de inmigrantes, la mayoría de ellos latinos, personas sin casa, gritando al pie de los edificios donde trabajan los gigantes del Apple y de Facebook. Mi padre fue un ingeniero experto en sismos. Desde que era un niño me enseñó que las montañas que veía todos los días eran en verdad un desborde continental, viajando desde los Andes hasta los volcanes y las fallas de Norte América. Me sorprendió tanto cuando encontré en San Francisco los árboles que en Colombia llamamos Siete Cueros. O cuando vi en las montañas de Ciudad Bolívar en Bogotá, el lugar en el que trabajo actualmente, los bosques de manzanita que podemos encontrar en los poemas de Robert Hass, el gran poeta californiano. A veces el comienzo es nuestro fin, lo recordó T.S. Elliot.
¿Qué le da la poesía a la realidad? Creo que la realidad es poesía (en buena parte) si sabemos verla, y no la realidad que nos venden: el tiempo del reloj, las obligaciones, rutinas, etc. En tu libro por ejemplo hay confluencia de tiempos y espacios. Háblanos un poco de la relación realidad y poesía.
Cuando los indígenas de Colombia explicaban la realidad, hacían poemas. La vía láctea era un inmenso río de esperma, o dos anacondas entrelazadas, o una canoa cósmica. Los filósofos, a los que seguramente les debemos esa idea de “realidad” en abstracto, cuando explicaban ese concepto con palabras no tuvieron otra opción que hacer poemas. Tales decía que “el mundo estaba lleno de pequeños dioses”, o Heráclito que era un gran fuego, “prendiéndose y apagándose” en “la discordia”. Nuestra realidad, sea lo que sea esa realidad, ya es inseparable de una visión poética del mundo. Sigo pensado que la definición del ser humano es la de un animal que hace poemas. Antes en las cavernas como ahora en el metaverso. Los lectores de poesía, siempre nos hemos acercado a los poemas para tratar de recordar aquellos ecos del origen. Eso que somos o dejamos ser, seres humanos, ese niño que pregunta.
El poema a Milosz es maravilloso. ¿Qué significa este poeta para ti?
Gracias. Le tengo aprecio a ese poema. Tuve la oportunidad de traducir a Robert Hass, mi maestro y mi amigo, y uno de los poetas vivos que más admiro. Hass, a su vez, tuvo la oportunidad de traducir a su vecino de barrio Ceslaw Milosz, el premio nobel lituano-polaco que tuvo que huir de Hitler y de Stalin para vivir parte de su exilio en California. Y este poema habla de esto. Y de una conversación en que Hass, ya en San Francisco, nos mostró el sitio en que besó por primera vez a una mujer, la hija de un general que la alquilaba el primer piso a su familia. Me gusta pensar que la poesía, aparte de la intimidad, puede restablecer aquellos lazos de la herencia. Nos deja hablar con los muertos. Creo que vivimos en un mundo de un Narcisismo exasperante. Lo bueno es que cada vez que leemos un poema se abren mundos y más mundos, sólo tenemos que estar atentos para rastrear sus conexiones invisibles.
En el mundo actual de dictadura del celular qué nos aporta la poesía en formato de libro.
Donde quiera que haya un libro sobrevive la posibilidad de la introspección. Esto lo recordamos en la pandemia, un poco hastiados de las pantallas. No quiero satanizar a las nuevas tecnologías que nos han permitido tantas cosas, pero si desparecen los libros físicos estoy seguro de que seremos menos libres y sensuales. Mucho más predecibles y aburridos. ¿Te has dado cuenta de que todos hablamos de las mismas tendencias y de los mismos memes, de las mismas fotos y de las misas frases? Esto no nos pasa con alguien que esté leyendo en su cama a Emily Dickinson o Dante, libros en los que sentimos que hay un territorio tan opaco como inconmensurable. Ahora que se habla tanto de la inteligencia artificial creo que la pregunta no es cómo ni cuándo seremos reemplazados por un robot. Es que ya nos estamos convirtiendo en uno.
¿Qué poetas son los que más te influencian?
La escritura es un viaje en el que participan dos o más personas. Escribimos sobre las montañas en que otras y otros escribieron. Así no lo sepamos…. Al lado de nuestros viajes pasan y suceden otros viajes. La mal llamada literatura de auto ficción siempre me ha parecido una patraña, porque la buena poesía es también conversación, se desdibujan las fronteras entre los sujetos y escuchamos voces. En este libro me acompañaron las voces de otros viajeros. Sería injusto que sólo mencionara algunas. Tampoco creo que la influencias se reduzcan solamente a poetas, cualquier cosa puede ser el detonante de un poema: una canción, un colibrí, “mirar los segundos pisos de las casas”, como dice Federico Diaz-Granados.
Recomiéndanos un par de libros.
Me gustaría recomendar algunos libros de las editoriales independientes en Colombia: Tragaluz, por ejemplo, Cardumen, la Sibila, entre tantas otras. Los libros de poesía de la colección de Himpar, no porque esté incluido en ella sino porque mis compañeras son poetas increíbles: Dios es una perra, de María Paz Guerrero, Sembré nísperos en la tumba de mi padre, de Johanna Barraza Tafur, y en unas semanas la reedición de Desastre lento, de Tania Ganitsky.