Eunice Odio y Ramírez Mercado: entre el adormecimiento y el grito

Foto: Ileana Bolívar R.

Por: Álvaro Mata Guillé*
En los años sesenta, la
Embajada de Costa Rica en México, ante la visita del presidente de ese
entonces, organizó un encuentro con la comunidad costarricense. En un momento,
ya entrada la tarde, Eunice Odio
golpeando su vaso, llamó la atención de los presentes diciéndoles: “Brindo por la puta más puta de Costa Rica, o
sea, yo
”, burlándose como hizo siempre acompañada de su gran carcajada, de
lo políticamente correcto, las poses y la presunción del que se dice saber pero
nada sabe; del mediocre que todo lo justifica, todo le parece bien y perfecto; de
la estupidez, que junto al sentimentalismo, han inundado nuestra época
convertida en conformismo, barbarie, muecas, estafa, tonterías.
Contraria a la risa
irónica, la trasgresión o la búsqueda de lenguaje y significados que emprendió Eunice Odio en  La
fugitiva
, novela escrita por Ramírez
Mercado
, como en mucha “literatura” de ese tipo, anclada en las buenas
formas y costumbres que no alteran lo cotidiano ni lo convencional, ajustándose
a las leyes, al ruido y el morbo del consumo que procura que sus “productos”
(las cosas que fabrica) se digieran con facilidad y rapidez: mercadotecnia que
convierte el empobrecimiento del lenguaje en un propósito, la banalización de lo
disidente (del pensar y lo pulsional) en una condición del mercadeo. Ramírez hace de Yolanda Oreamuno (personaje central de su libro), un espectro, el
fantasma que atraviesa la noche y pena en el río, la que solo encontrará
salvación si vuelve a ser madre y arrepentida (llena de culpa) recupera su
puesto como ama de casa y reina del hogar. A Eunice la tilda de borracha, cosa que efectivamente fue, pero
además, con ello la descalifica: descalifica su voz, su inteligencia, su
provocación, pasando por encima del extrañamiento y desasosiego de estar en el
mundo; su ética vinculada intrínsecamente a la poesía, al pensamiento, a la creación,
como también lo hizo su época, dominada culturalmente por lo masculino (por los
hombres que ejercían la cultura), oscureciéndola, pues es fácil excluir (inutilizar,
hacer a un lado, despreciar), a aquel o aquella que no nos gusta o nos cae mal,
nos cuestiona, no comprendemos o se ríe de nosotros: de nuestra visión, de
nuestros valores y estereotipos, de nuestra autoridad y poder cuando queda en entredicho
y sin efecto, cuando se burlan de todo aquello que creemos perenne e inmutable,
de tal forma que al hacerlo, no solo descalificamos y excluimos, no solo
oscurecemos, perpetuamos, sin darnos cuenta posiblemente, la tradición que ha
negado lo distinto (a), al otro (a): a la mujer que quiere ser ella, tener su
voz, dominar su cuerpo, burlarse de sí misma o de aquel que tiene enfrente.


A Eunice la tilda de borracha, cosa que efectivamente fue, pero además, con ello la descalifica: descalifica su voz, su inteligencia, su provocación, pasando por encima del extrañamiento y desasosiego de estar en el mundo; su ética vinculada intrínsecamente a la poesía, al pensamiento, a la creación, como también lo hizo su época, dominada culturalmente por lo masculino… 


Milán
Kundera
, señalaba que
la novela (agreguemos también a la poesía), si quiere seguir siendo ella,
deberá estar en contra del espíritu de la época, por lo tanto, deberán (novela
y poesía) confrontarse al tiempo-época que vivimos: al sentimentalismo y frivolidad
que todo lo desprecia y banaliza; a la corrupción, el deterioro de la
convivencia y la invalidez de lo plural; al deseo que tienen muchos, ahogados
en la tiniebla, de eliminar toda expresión que no se adapte a la unilateralidad
de sus prejuicios o caprichos; a la regresión que nos ata al infantilismo, a la
risa idiota convertida en legión, como dramatizó Ionesco en “Rinocerontes”, con el agravante de saber,
que cuando se vacía el lenguaje, se derruyen las instituciones o se corrompen
los referentes, retorna la barbarie, regresa el fascismo.
Volver a las preguntas:
a lo humano viendo a lo humano sumergido en su no saber, encontrándose con el
misterio que nos rodea y a la vez nos constituye, con la vitalidad y extrañeza
que nos alimenta, nos ha hecho estar y permanecer, los que han nutrido, desde
los inicios de lo que somos, la formación de cultura, de significados: a la
novela, a la poesía, a los nombres. Es decir, si el humano que somos quiere
seguir siéndolo, si la persona debe seguir siendo persona y no desfigurada en
espectro o sombra, deberá reencontrase consigo misma: con su niebla, con lo
ausente, conversar de nuevo con el silencio.  
Eunice buscó en contra de todo y de sí misma,
sumida en el canto que emerge como grito y alimenta tanto a la poesía como al
deseo de vivir. Sabía (lo sabemos) que el destierro (el exilio) es necesario a
veces para evitar la mutilación, caer en el mutismo o la parálisis; sabía también
que a veces la convivencia solo es posible cuando no-estar permite estar y ser,
aunque nos destruya. 



*ÁLVARO MATA GUILLÉ
Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía (México, Costa Rica, Argentina, España). 
Síguelo en twitter: @alvaromataguill




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