Goyech, el Presidente ¿El mejor candidato?

Por: Germán Borda, especial para Libros y Letras.
La sabana ha ejercido y produce una
extraña fascinación, primero en Jiménez de Quesada y sus hombres, que
decidieron fundar la capital. Posteriormente, como en una obra del absurdo,
toda la población colombiana parece desear venir a ubicarse en Bogotá. Es una
 rara imantación, pues la mayoría termina detestándola. Hace unos años,
antes de la globalización, teníamos pocos locos, muy reconocidos y admirados,
los habitantes de la lúgubre villa andina nos divertíamos con sus ocurrencias.
La loca Margarita, de quién hoy en día he
olvidado sus acciones; el del tranvía, tuerto, con parche, que andaba vestido
en algo que el presumía de almirante,  corría detrás de los vehículos y
quitaba la conexión con la electricidad. Imagino murió de depresión después del
9 de abril, sin comprender, —como nadie tampoco entendió— que tenían que ver
los tranvías para merecer un deceso simultaneo con el caudillo. Pomponio, un
bizarro mensajero de invitaciones, cuando las direcciones eran lejanas, botaba
las misivas al rio arzobispo, mientras decía; manteco. Manteco en el argot
bogotano era un ser de clase indigno de mezclarse con la clase alta. Pomponio
en verdad se llamaba Quijano, pero enloqueció por un exceso de queso
proporcionado por un niño habitante de su casa, de nombre Pomponio. Pero quien
se atrevía a llamarlo por su sobrenombre podía recibir una reprimenda con
palabras soeces o en el peor de los casos, una pedrada.
Goyeneche fue un candidato eterno a la
presidencia. Pequeño, enjuto, con un traje gris, brillante, que parecía haber
superado toda la resistencia posible de materiales. Como muchos calvos,
inconsolables, cubría  la cabeza que buscaba desnuda el sol, con el poco
pelambre que le quedaba. La corbata simulaba una gastada y vieja cinta de máquina
escribir Olivetti, sus pantalones acordoneados dejaban sobresalir la punta de
unos zapatos desgastados sobrevivientes a eternas remontadas.
Siempre, desde tiempo inmemorial,
permanecía en campaña por el primer puesto de la nación. Su campo de acción,
 la Universidad
Nacional
, a donde llegaba muy temprano, con un maletín
antediluviano, con inscripciones chibchas, repujadas,  bajo el brazo. Los
estudiantes lo recibían con  aclamaciones estruendosas; Goyeneche futuro
Presidente; viva el candidato de la unión; por el socialismo, viva Goyeneche.
Apenas esbozaba una sonrisa napoleónica, un mínimo gesto, no había que
prodigarse, luego levantaba el brazo, con peligro que se la salieran los puños
postizos de la camisa y saludaba.
—No represento a ningún partido, soy el
candidato de la unión de todos —grandes vítores. Mientras tanto, un pequeño
ayudante, de ojos vivaces y en continuo movimiento acercaba un cajón que le
servía de tarima.
—Construiré un colegio en Zipaquirá, allí
se enseñarán todos los idiomas, las literaturas de todos los tiempos y
continentes, con dormitorios suficientes para albergar a toda la población
estudiantil del país. Fin al analfabetismo. Pavimentaré el rio Magdalena, será
la vía más importante del continente, por ella transitarán los camiones llevando
alimentos, viandas, ropa, toda clase de enseres para eliminar la pobreza.
Crearé otro canal, cada ciudadano se llevará una manotada de tierra en el
bolsillo, eso será suficiente. Cobraremos menos que en Panamá, la economía se
verá fortalecida —bravo. Viva el salvador de nuestro país. Goyeneche está
entusiasmado, la audiencia ha crecido.
– ¿A ustedes no les molesta la continua lluvia de este
páramo? —un sí, cerrado, unitario, le responde.
– Construiré una campana gigante de
vidrio, penderá puesta sobre toda la urbe. Nunca más nadie llegará empapado a
su casa. Habremos derrotado a los torrenciales aguaceros.  Y no he
terminado, congelaré una porción de los océanos, construyendo así una vía para
vehículos especiales. El mundo se unirá por medio de esas carreteras
intercontinentales, cobraremos por su uso. Los científicos encontrarán la
manera de reducir el tamaño de los seres, de esa forma dejará de existir el
problema de la vivienda, en una casa, convertida en rascacielos, encontrarán
amparo miles de personas.
Quizás, a la fantasía fantasiosa,
desbordada e incontenible del loco político, le he echado una mano sacando
parte de mi novela Goyenech presidente.
 Una especie de homenaje, a quién creo sintetizaba de alguna forma,
dignificaba y retrataba, de manera genial a uno de los personajes de nuestro
continente, el candidato.
Y de manera ingenua, sin malicia, a veces
me pregunto ¿no hubiera sido Goyeneche, un excelente candidato en la contienda
que se avecina?

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