No. 7156, Bogotá, Viernes 14 de Agosto del 2015
Homenaje a mi padre
(Palabras de Carolina Díaz-Granados)
Bogotá. A lo largo de mi vida he podido asistir a innumerables recitales en los que mi papá ha sido el protagonista. Y siempre ha sido desde el mismo sitio: como espectadora. Y es que siempre lo he observado desde ese lugar, en silencio, deseando descubrir en cada lectura algo nuevo, un sentimiento, una idea o una palabra que me logren estremecer profundamente y que me recuerden que mi capacidad de asombro ante las cosas sencillas, ante los instantes eternizados a través del acto poético, está intacto.
Asimismo, cada vez que releo un libro o un poema escrito por mi papá encuentro en cada línea la manera de recobrar el júbilo, estado del alma que en un mundo como hoy no aparece de manera recurrente, y que cada vez parece alejarse más ante la posibilidad de que el hombre esté más apartado de sus semejantes, debido a la invasión de la tecnología en su vida que ha tenido como consecuencia un alejamiento de la relaciones reales entre uno y otro ser, de lograr el contacto físico y emocional con el otro y con nosotros mismos, porque es alejarnos de nuestra propia naturaleza humana. Es así, como la poesía nos recuerda la posibilidad de estar en un mundo en el que todavía hay una oportunidad de recobrar la esencia del ser humano, que no somos seres solitarios, y que buscamos crear constantemente relaciones en las que queremos que primen el respeto, la solidaridad, el amor y la comunicación.
Igualmente, desde mi mirada expectante he podido ver que la poesía de mi papá es, precisamente, un canto al júbilo, una pedagogía que nos conduce a la alegría de vivir, que nos ayuda a comunicarnos con nosotros mismos, con nuestra existencia y con nuestra naturaleza comunicativa y amorosa. Es una poesía que nos invita al diálogo con el mundo. Que nos recuerda que hoy en día debemos cantar, amar y retornar a nuestro pasado para rescatar los recuerdos de la infancia, que en el caso de mi papá, se materializan en aquella casa de Palermo en la que escribió sus primeros versos, y en la que oyó hablar de Macondo, incluso antes de que su fabulista lo nombrara como tal y le diera el lugar eterno que tiene ya asignado en la literatura universal, gracias a la voz materna, aquella voz impetuosa, que le encantaba narrar las historias que había oído y vivido también, en su ya remota niñez, y que hacían que aquel niño se transportara, de pronto, hacia tierras más cálidas en las que se encontraban la Calle Grande o aquel camellón que bordea la bahía de la ciudad que vio morir al Libertador Simón Bolívar.
Incluso, desde el exilio en La Habana, la infancia era el refugio por el cual podía recobrar esa Colombia ausente, y sentir la alegría de estar caminando por la calles de su amada Bogotá, de estar jugando nuevamente con sus amigos del Gimnasio Boyacá, o de vivir el reencuentro, a través de la memoria, con sus primeros amores.
Y es debido a ese retorno constante a aquellas edades tempranas, que siempre he pensado que mi papá es un romántico, por ese deseo recurrente de recobrar aquel “paraíso perdido” que alguna vez tuvimos, y del que tanto nos hablaron aquellos poetas europeos de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Igualmente, lo veo como un seguidor del Romanticismo, porque en su poesía podemos encontrar su mirada crítica y rebelde sobre la sociedad. Porque vivimos en un mundo que está inmerso y enceguecido por el consumismo, en el que se cree en el “amor a plazos”, en el que el artista y su arte han sido desterrados, y en el que miran con desdén a las personas que aún creemos que se puede lograr una sociedad más justa y más igualitaria.
Es así como en su poesía hay una escogencia por el amor, por la solidaridad y la fraternidad de los pueblos. Él le apuesta a la primavera, a Neruda, a Rafael Alberti y a Picasso. Él, en últimas, le apuesta al partido de la vida. A la alegría de vivir.
Finalmente, el hablar de mi papá ha sido, a lo largo de mi vida, algo muy natural. Describirlo, imitar sus gestos, contar anécdotas familiares, es una actividad diaria, y que realizo con una mucha gracia y una infinita felicidad. Pero la oportunidad de presentar a José Luis Díaz-Granados, el poeta, es una tarea que nunca se me había encomendado, y es por eso que he hablado desde mi papel de espectadora y de lectora de su poesía, y de la experiencia que ha sido para mí oírlo innumerables veces.
Son, en fin, estas palabras y este homenaje una manera de reafirmar nuestra cercanía, no sólo como padre e hija, sino como amantes de la literatura, como amigos y como seres comprometidos con las causas nobles y justas de la humanidad.
II Encuentro Internacional de Poesía «La Casa del Viento» y 5a. Jornada Poetas por la Vida (Jardín Botánico de Bogotá «José Celestino Mutis»).