Jorge Luis Borges: una bestia pop para el mundo

Entrevista a Daniel Mecca, creador del BorgesPalooza y el Borges Tour

Un rockstar. Eso parecía Jorge Luis Borges cuando, en 1978, una multitud se agolpó para verlo en la Biblioteca Nacional de Colombia… el escritor argentino solía causar sensación.

Para una estrella de rock, un festival. El periodista, poeta, gestor cultural y docente bonarense Daniel Mecca se puso en la tarea de traer al Borges deidad y ponerlo en un plano más humano. Con esa intención creó BorgesPalooza, un evento que reúne a académicos para conversar y debatir sobre el autor de El Aleph, y que este año tendrá lugar del 24 al 26 de agosto en @borgespalooza y https://borgespalooza.com/

A esa iniciativa se suman el Borges Tour, Borge´s Jazz y #BorgesChallenge, proyectos con los que Mecca comprueba que la obra de Borges es de todos.

¿De qué se trata el BorgesPalooza?

Borges es una figura contemporánea, una figura pop -la gran bestia pop, como lo dirían los Redonditos. Lo único que hice yo es ponerle un título a eso que ya estaba. Hice un festival cuyas tres primeras ediciones se transmitieron vía streaming porque coincidió con los años de la pandemia; todo se puede ver en YouTube de manera libre y gratuita. El formato consiste en que yo entrevistaba a algún personaje vinculado a Borges desde uno de sus costados; tratamos de trabajar los diferentes ángulos. Por ejemplo, Guillermo Martínez con Borges y la matemática, Alberto Rojo con la física cuántica, Claudia Piñeiro con la literatura policial, Cecilia Roth con su lectura de él. Hemos tenido alrededor de treinta invitados y el año pasado llegamos a la cuarta edición del festival, que por primera vez se hizo en un espacio físico muy prestigioso, el Centro Cultural San Martín. Hubo invitados de primera, igual que en las anteriores ediciones, y en esta ocasión de manera presencial, como Luis Chitarroni, Luis Guzmán, Anick Louis sobre Borges y las revistas en las cuales participó, Jorge Fondebrider, Peto Menahem sobre Borges y el humor, Claudia Fernández Speier que es la dantista más importante de Argentina, de Borges, Dante y la Divina Comedia. Ella tiene una lectura crítica de Borges leyendo a Dante…

… y los Nueve ensayos dantescos, me imagino.

Yo la invité precisamente porque esto no es una iglesia borgeana; acá no venimos solamente a hablar bien de Borges. La invité por su posición crítica y eso para mí es fundamental -no con el ánimo de generar polémica, lo cual también estaría muy bien porque Borges era un especialista en eso-, sino porque creo que el oficio de la palabra de Borges es el desplazamiento, el movimiento, y si hacemos de él una palabra sagrada, lo dejamos quieto, lo matamos. Si lo convertimos en un hecho religioso lo vamos a leer al pie de la letra. Yo propongo al revés: leerlo con la letra al pie; es decir, casi como jugadores de fútbol, como moviéndonos ahí en una cancha y pegando pelotazos. Por eso a estos festivales va gente que habla bien de Borges pero también quienes lo leen desde una posición crítica. En el caso de Dante, Claudia Fernández Speier dice que él lo leía de una manera que ella no comparte, y tiene argumentos muy interesantes. El formato es abordar a Borges desde sus diferentes ángulos, desde el humor a la física cuántica, a través de entrevistas. Es un espacio para roquear a Borges y una invitación también para todo ese perfil milenial y centenial, sobre todo entendiendo que no hay ninguna distancia entre el lector adolescente y Borges, que puede leerlo, entusiasmarse y flashear con él sin ningún tipo de distancia. El jardín de senderos es un texto del año 42 y ya hablaba de un universo paralelo; el tema es cómo transmitirlo y el festival busca aportar a eso: dar una mirada que entusiasmarte desde otros lugares y formas de entrar. Borges es un laberinto y a la pregunta de cómo salir de ahí yo propongo una respuesta: no es necesario salir del laberinto; ¿por qué no nos quedamos en el laberinto? O, mejor: la mejor manera de salir del laberinto de Borges es entrando.

¿En qué consiste el Borges Tour?

Busco trabajarlo desde su conquista del espacio público, algo que no está muy estudiado o dicho, pero que para mí es fundamental. Ya desde su primera revista, Prisma, una revista mural que pegaba en las paredes de Buenos Aires, él tiene una idea de conquistar territorio y el espacio público. Lo hace en su sentido intelectual con la idea de usar las revistas como tribunas de polémica para avanzar sobre el otro, pero también lo hace caminando Buenos Aires: Palermo, Belgrano, San Telmo, Constitución… ¡caminaba! No metafóricamente; es que le gustaba caminar. Ahí hay una idea de territorialidad de él que me parece fundamental. El Borges Tour empieza en el cementerio de Recoleta donde está toda la familia, menos él; están los lugares por donde caminaba y esa también es una forma de ubicarlo en un lugar espaciotemporal específico. En Argentina hubo una banda muy importante en los ochenta que se llamaba Sumo, su vocalista era Luca Prodan, un personaje con quien todo el mundo se tomaba una ginebra. Yo digo: todo el mundo tiene una anécdota con Borges porque es real.


Daniel Mecca. Foto de Pedro Lázaro Fernández

Volvamos a Recoleta.

Allá está gran parte de la familia: el abuelo, el coronel Suárez, el coronel Borges, la madre, el padre y además están Bioy, Silvina Ocampo, Victoria Ocampo, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, José Hernández. El cementerio me permite abordarlo desde todo el siglo XX. El único que falta es él, que está en Ginebra… yo siempre lo digo cuando empieza el tour, por las dudas: “Ahora les quiero decir que Borges no está acá”; lo digo para que nadie se vaya frustrado. El chiste funciona porque se sabe que Borges está en Ginebra no solo desde junio del 86 que lo enterraron, sino desde noviembre del 85 cuando se fue de Buenos Aires para no volver. En algún momento quizá se debatirá la repatriación de sus restos, pero por ahora el tema borgeano está en otros en otros asuntos como el “no testamento” de la señora.

Precisamente, es casi imposible hablar de Borges sin mencionar a “la señora”, sobre todo con lo que pasó más recientemente. ¿Qué opina sobre la manera en que Kodama abordó en los últimos casi cuarenta años los derechos sobre la obra de Borges y todo su legado?

Yo creo que acá hay que separar cómo era ella como persona. Yo no la conocí, no la traté y tampoco quise tener contacto con ella, pero conozco gente que dice que era una persona muy muy amable y generosa, entonces corro todo eso porque no tengo modo de saberlo. Puedo opinar sobre su rol y ahí no comparto la manera en que ejecutó un rol casi policial en torno a la figura de Borges. Uno de repente veía a Borges en una esquina y aparecían todos los abogados de Kodama acechándote, como con el señor Burns, que toca un botón, se abre una compuerta y salen todos los abogados. Eso hace más sorprendente aún la incertidumbre en torno al testamento, casi kafkiano en algún punto. Me parece que la forma en que quiso custodiar el legado de la obra de Borges pasó a ser muy policial y le daba la posibilidad, por ejemplo, de acceder a manuscritos y demás solo a quienes le caían bien a ella.

Incluso algunos autores han tenido problemas judiciales, enfrentamientos, denuncias de plagio.

Mirá, Pablo Katchadjian escribió El Aleph engordado en el que hizo un juego dadaísta, incluso borgeano en algún sentido al agregarle palabras a El Aleph cuando Borges lo terminaba, y eso le valió un juicio por plagio por parte de la señora. Suena como un despropósito cuando aquel sobre el cual estás defendiendo un legado tenía el mismo procedimiento de trabajo. Ahora bien, uno no puede decir que fue un juicio para tratar de evitar que haya lucro de ganancia, porque eran pocos ejemplares. No tenía que ver con la plata en sí; era más bien una acción para disciplinar, tipo: si yo dejo pasar esto van a venir cien borgeanos a hacer lo mismo. Ahí es cuando yo enfatizo el rol policial de disciplinar y actuar como un Estado sobre la obra de Borges. Yo me manifesté también a favor del escritor, a quien tampoco conozco, pero se trataba de defender un principio de acción en la literatura. Me parece que ella fue, de hecho, la mejor agente de prensa de ese libro porque le dio un valor. Ahora, si nos ponemos a hablar de estrategia política, lo hizo mal; no vio la antipatía que ya tenía dentro del mundo de la literatura, por lo menos en Argentina, teniendo en cuenta además algo fundamental, y es que la obra de Borges es de todos.

Y debe ser para el acceso de todos.

Claro. Esto que ocurrió ahora es una oportunidad para que la obra quede en manos de la Biblioteca Nacional, por ejemplo, un organismo autárquico que está fuera de la órbita del Gobierno de turno, para que eso no pase a no se politice en el peor sentido del término, que no se limite quién puede acceder o no según su simpatía política. Es decir, que haya un comité de expertos con diferentes ideas en torno a la obra de Borges que custodian ese legado y que ahora los manuscritos que quedaron acá no vayan a parar a una venta a Suecia, Harvard o Cambridge. Claro que están buenísimas esas universidades, pero pensémoslo en términos concretos: para alguien de una universidad pública que quiere hacer una tesis sobre Borges y quiere verificar los manuscritos, tiene que ir a Harvard o a Austin para poder acceder a eso. Hay muchos textos de Borges que están en la Biblioteca Nacional porque Borges fue su director y quedaron ahí. Yo tengo la credencial de investigador de la biblioteca y la manera en que custodian la obra es fabulosa. Para acceder a los textos para una investigación que estaba haciendo tuve que ponerme guantes de látex; doy fe de que realmente se lo cuida, hay una preocupación y además se puede acceder sin pagar un peso. Entonces me parece que todo este escenario kafkiano permite pensar una nueva discusión sobre qué lugar debe dar el país a la obra de Borges.

Pasemos a su propia biblioteca: ¿qué firmas tiene de Borges?

Tengo firmado Otras inquisiciones. Uno de los libros más valiosos que tengo no es de su autoría, es el Borges de Bioy y siempre digo que vendiendo ese libro uno paga la deuda externa argentina con el Club de París y con el FMI porque tiene mil seiscientas páginas, está descatalogado, se consigue acá en las plataformas de compraventa online muy caro y pienso que es un manual de literatura; esos diarios son una joya. Ahora Borges pasó a Random House y hay que ver qué pasa con los nuevos herederos en torno a eso. Volviendo a lo que tengo, para mí Ficciones y El Aleph son el Álbum Blanco de Borges. Lo hizo todo, incluso más. Diría que Ficciones es Abbey Road. Ahí está todo; de hecho, empezar un libro con “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius” es romper todo. Es casi un gesto antimarketing porque es el texto más difícil del libro y probablemente de los más difíciles de toda la literatura de Borges. Difícil, no en el sentido de que no se pueda entender, sino de la cantidad de lecturas que pueden hacerse en ese texto. Para quien nunca leyó nada de Borges, imagínate darle “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius”… se queda perplejo. Si le das “El sur” que es un texto muy playero, “El hombre de la esquina rosada”, “Emma Zunz”, “Ulrica” o “El otro”, son textos más amables para un lector que empieza la obra de Borges. Si le das “Tlön” te dice: ¿qué es esto?, ¿por dónde?, ¿en qué idioma está? No empieza con el primer cuento como el hit de la banda; empieza con “Tomorrow never knows”, Harrison tocando guitarras al revés o haciendo solos que pasan al revés. Eso es un gesto antimarketing, un texto arriesgado para empezar un libro me parece fundamental. Lo mismo pasa con El Aleph, empieza con “El inmortal”, otro texto que parece que uno avanza pero de repente no sabes quién está narrando. Son elecciones de Borges y no podemos evitar acentuar eso porque él estaba realmente preocupado por las ediciones de sus libros. Casi diría “sobrepreocupado”, al punto que en algunos libros decía: bueno, este no va. Por ejemplo, en muchos textos de los años 30… un día hice la cuenta y creo que borró dieciocho poemas, algunos los modificó y después agregó tres.


Foto Borges Palooza

¡Recortaba todo!

Y eso nos habla de dos cosas: primero, de su rol como como lector y traductor de sí mismo. Borges nunca deja de ser un traductor; de hecho, dice en un ensayo que el verdadero tema y el verdadero problema de la literatura es la traducción. ¡Tiene razón! Y por otra parte él está preocupado de cómo va a ser leído. Es un tipo muy astuto, quería estar de los dos lados del mostrador. No solo estaba preocupado de cómo escribir sino de cómo iba a ser leído aquello en lo cual estaba preocupado cómo escribir. Quería ser juez y parte, tener control de cómo iba a ser leído. Por supuesto, es imposible controlar muchos factores que determinan eso, así que no importa si tuvo éxito o fracaso en ese intento; lo que importa es esa maniobra. No es un escritor que decía: bueno, está bien, tenía veintidós años cuando escribí este libro… no, él va lo revisa, lo reelabora, lo reescribe. A lo Borges, dice: bueno, limé algunas asperezas. ¡Era un chanta! ¿Qué “limé algunas asperezas”? ¡Me sacaste dieciocho poemas, Georgie! Es fantástico lo que hace, pero siempre con esa actitud: bueno, apenas toqué el texto. Era muy gracioso, irónico y sobre todo se reía de sí mismo. Cuando hago los monólogos de Borges siempre cuento anécdotas fantásticas.

Cuéntenos algunas.

Por ejemplo, la del periodista que le dice: Borges, usted es el mejor escritor del siglo y él responde: bueno, caramba, habrá sido un siglo muy malo. O lo paraban por la calle y le decían: Borges, yo soy escritor, y él decía: caramba, en la actualidad yo también. Algo que me contó el sobrino pero que también cuenta Rodríguez Monegal en Borges, una biografía intelectual -libro muy difícil de conseguir acá, por cierto- es que cuando estaba en la casa y quería ir a mear, decía: ya vengo, le voy a dar la mano al monseñor. Lo decía cuando había señoras en la casa en un intento de no ser ordinario, casi protocolar; entonces había una vez una señora muy católica, aparentemente y cuando Borges volvió, dijo: ah, yo también quiero darle la mano al monseñor, y le explicaron que el monseñor ya se había ido pero ella insistió hasta que alguien le dijo: no, ya se fue, será en la próxima, y entonces ella entró enojada, indignada y aleccionadora y dijo: bueno, está bien, Borges, pero a los monseñores no se les da la mano, se les besa el anillo. Otra anécdota es que Borges iba a dar una charla a un pueblito llamado Pehuajó y había un groupie que lo estaba molestando en el sentido de: ¿qué quisiste decir al final?, ¿Juan Dahlman muere o no muere? Borges se lo quería sacar de encima y le dice: ¿usted conoce esa famosa copla de Pehuajó?; el tipo le dice: no, y Borges: en el centro de la plaza de Pehuajó hay un letrero que dice andate a la puta que te parió. El otro se queda como perplejo, pensando y le dice: ¿sabe que, Borges?, ya lo conocí. A mí me encantan sus anécdotas; manejaba muy bien el registro del humor y eso es un signo de inteligencia.