No. 6.433, Bogotá, Viernes 14 de Junio del 2013
Leer a Nietszche como respuesta es no entenderlo. Él es una interrogación inmensa.
Nicolás Gómez D.
José Eustasio Rivera, una vida azarosa
A propósito del reciente ensayo de Félix Ramiro Lozada F.
Por: Pablo Di Marco
Bien lo sabemos quienes amamos la lectura: no hay mejor modo de viajar que por medio de los libros. Gracias a Herman Melville navegamos los océanos del mundo en busca de nuestro destino, de la mano de Julio Verne sobrevolamos los sueños en globo, prendidos a la pluma de Victor Hugo subimos cada peldaño de Notre Dame en pos de la redención.
Con el correr de los años descubrí que también se puede viajar escribiendo. Los protagonistas de mis novelas viajan constantemente —a Venecia, a París o a algún pueblo perdido en la Patagonia, lo mismo da—. Ellos sueltan amarras… y me llevan a mí en sus valijas. Y yo me dejo llevar. A veces, feliz; otras, angustiado. Pero me dejo llevar porque creo que las novelas no dependen de sus autores sino de sus personajes.
Ahora, en plena medianoche, solo en mi casa, sentado a mi escritorio, descubro un nuevo modo de viajar. Un modo que no tiene que ver ni con la lectura ni con la escritura de mis novelas. Descubro que soy capaz de viajar gracias a estas líneas que redacto con motivo de la presentación de José Eustasio Rivera, una vida azarosa, la monumental obra de Félix Ramiro Lozada F. Y también descubro que tal viaje logra alejarme de esta Buenos Aires oscura, lluviosa y fría, para llevarme a la cálida y soleada Neiva. Gracias a estas líneas, me siento otra vez allá, a la vera del Magdalena junto a cada uno de ustedes; junto a Guillermo Plazas Alcid, a Julio César Medina, a su esposa Patricia y tantos amigos más. Y, principalmente, me siento de nuevo muy cerca del querido Félix Ramiro.
No necesito preguntarme si Neiva valora en su justa medida la labor de Lozada Flórez: lo comprobé con mis propios ojos caminando por la calle con él, obligado a detenerme en cada esquina ante la devoción de sus tantísimos alumnos —algunos adolescentes, otros ya casados y con hijos—. Lo confirmé ante la admiración de sus colegas escritores, y el respeto de los jurados Marco Tulio Aguilera G. y Héctor Sánchez durante la última Bienal de Novela. Y ni que hablar del amor de su maravillosa esposa y de su familia; en especial, el amor de Guesseppe, un muchacho tan noble como solo puede serlo el hijo de un buen hombre.
Pero Félix Ramiro es mucho más que todo esto: él es también una columna de la cultura colombiana. Sus poemas tienen reconocimiento internacional, sus ensayos son y seguirán siendo material de estudio y consulta, y sus novelas son un tesoro aún por descubrir.
Y, como si todo lo mencionado no fuese suficiente, también debemos recordar otra faceta de Félix Ramiro: su lucha por mantener vivo el recuerdo de la obra de José Eustasio Rivera, autor de La vorágine, libro que Horacio Quiroga consideró como “el más trascendental que se haya publicado jamás en toda América”.
Si es verdad que los pueblos son lo que pueden recordar y que las sociedades se definen por el respeto que le guardan a sus antecesores, la labor de Lozada Flórez es invalorable. Porque él ha dedicado gran parte de su vida a mantener viva la memoria del mayor escritor del Huila. Y lo ha hecho por todos los medios imaginables: sus conferencias, sus clases, su titánico esfuerzo junto a Plazas Alcid en la organización de la Bienal de Novela “José Eustasio Rivera”, que se celebra desde hace ya casi treinta años.
Hoy celebramos un nuevo capítulo de esta historia: Lozada Flórez pone en nuestras manos José Eustasio Rivera, una vida azarosa, recopilación de sonetos, cartas, cuentos, documentos políticos, entrevistas y comentarios críticos. Dos extraordinarios e imprescindibles tomos que tuve el placer de leer y que atesoro con orgullo en mi biblioteca.
Agradezco que me hayan regalado la posibilidad de estar, por medio de estas líneas, otra vez en mi siempre recordada Colombia. Y, mientras cierro mi mensaje y regreso a mi fría y lluviosa Buenos Aires, pienso que Neiva y el Huila entero saben que usted, querido y admirado Dr. Lozada Flórez, es uno de sus mejores hijos. Uno de aquellos irremplazabes. Uno de los pocos que entrega su vida por mantener en lo más alto la historia y la cultura de su tierra.