La conspiración de los libros

La conspiración de los libros. Por Luis Fernando García Núñez. Grabado de Gustave Doré sobre Don Quijote

“Esta revista que quiere volver por el sendero del humanismo como el único camino que obligará a los ciudadanos del mundo, todos, a transitar por el desarrollo y el progreso.” 

Por y para Jorge Consuegra Afanador. 


Todo ha sido dicho en las páginas de los libros. Y miles, o mejor millones, lo seguirán haciendo. No se sabe cuál lo haya hecho mejor o cuál goce de más simpatías y seguidores, o cuáles hayan sido más leídos, pero es tan prodigioso lo que dicen los libros que algunos los queman o los hacen trizas. Y se sabe que quien quema un libro es capaz, también, de quemar a un niño o a cualquier ser humano. Los sátrapas se estremecen cuando aparece un libro. Se puede decir lo que se quiera de esos ladinos, pero escribirlo es un sufrimiento que ellos convierten en represión y odio. Por eso los queman o los destrozan, porque esa es una evidencia que queda para siempre. Que los denuncia. Que los desnuda. La Ilíada y la Odisea, o la Eneida, van dibujando al ser humano en sus dimensiones más profundas, entre ellas esas dimensiones de la brutalidad y la mezquindad. 

Ahí están Stalin y Franco, Pinochet y Videla. Y tantos, desde los viejos emperadores y los reyes y los papas y los príncipes y otros déspotas que saben que la memoria de los pueblos no desaparece si queda un rescoldo de ella en los libros. Déspota, dueño y amo, señor absoluto, sin ley, o con ley cuando le conviene, ley creada por el mismo… por sus mezquindades de patrón y mesías. Todos han sabido que han hecho mal, mucho mal, y los conturba que quede escrito. Los libros de J.A. Osorio Lizarazo son tan prodigiosos como los mejores de la historia de una época trágica que empieza a concluir para Colombia. Una historia desbrozada en forma patética en unas novelas que revelan la afrenta de un Estado que nunca ha tenido como prioridad al ser humano, al ciudadano. Entre otras están Garabato, El camino de la sombra, Hombres sin presente. Novela de empleados públicos y El día del odio, el relato más desconcertante que tiene la literatura colombiana sobre ese fatal 9 de abril de 1948. Como la novela de Alba Lucía Ángel Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón. 

La conspiración de los libros. Por Luis Fernando García Núñez. Grabado de Gustave Doré sobre Don Quijote
La conspiración de los libros. Por Luis Fernando García Núñez. Grabado de Gustave Doré sobre Don Quijote

Otra forma de censurar los libros, de apartarlos de la conciencia de los pueblos es ignorarlos. No hablar de ellos para que el olvido sea tan efectivo como quemarlos. O comprarlos todos y trozarlos en mil pedazos. O amenazar a los editores. O prohibir su lectura porque son pecaminosos. Los programas educativos de muchos países relegan la literatura para evitar que los jóvenes lean libros que develen ese pasado apocalíptico y pervertido. La obra de Vargas Vila, para dar un ejemplo, ha sido desconocida e infamemente desacreditada por historiadores oficiosos que han optado por considerarla trivial e indigna. Los césares de la decadencia, Los divinos y los humanos, Ante los bárbaros, La república romana presentan, sin ambages y sin dilaciones, a los protagonistas de una época marcada por la intolerancia y el odio… desde los púlpitos de muchas iglesias se promovió la muerte de quienes abrazaban ideas liberales y se castigaba con dureza a quienes leían Flor de fango, El alma de los lirios, Aura o las violetas, Ibis, Laureles rojos. Con Vargas Vila habría que estudiar al Indio Uribe, Juan de Dios Uribe, que murió en el exilio condenado por Rafael Núñez, propulsor de ese pedazo deslustrado de la historia colombiana llamado la Regeneración. 

Juan de Dios Uribe fue desterrado por el ignominioso sátrapa Núñez “por escritor incontrastable de verdad y de venganza”. Un mal conocimiento; En la fragua: política, religión; Prosas del indio Uribe, son algunas de sus obras.Con Vargas Vila fundó Los Refractarios. Hoy no se lee al indio Uribe ni a Vargas Vila, pero los césares de la decadencia siguen ahí. Quizás por las mismas razones que se prohibía a Vargas Vila se prohíbe a este ilustrado Uribe: “Impío, blasfemo, calumniador, deshonesto, hipócrita, pertinazmente empeñado en que le compren por recto, sincero y amante de la verdad; egoísta con pretensiones de filántropo y, finalmente, pedante, estrafalario hasta la locura, alardeando de políglota con impertinentes citas de lenguas estrambóticas y, en algunas de sus obras, de una puntuación y ortografía en parte propia de perezosos e ignorantes; aunque en honor de la verdad, él la usa no porque no sepa bien esa parte de la gramática, sino por hacerse singular”, dice uno de los más singulares libros que se hayan escrito para censurar, y de paso quemar, libros y autores Lecturas buenas y malas a la luz del dogma y de la moral, del jesuita A. Garmendia de Otaola. Sí, a la luz del dogma y de la moral, dice el título. 

Los libros siguen ahí. Y de vez en cuando reaparecen. Alguien les devuelve su prestigio tan acre e ignorantemente mancillado. Con seguridad muchos han desaparecido para siempre… pero otros reaparecen y se vuelven notorios. Fernando Báez en su clásica Historia universal de la destrucción de los libros. De las tablillas sumerias a la guerra de Irak dice que “Uno de los primeros volúmenes en plantear la defensa del libro contra su destrucción fue el Philobiblon de Richard de Bury (1281-1341), dueño de una de las mayores bibliotecas de su tiempo. Consiste en una serie de reflexiones personales que estaban destinadas a ser la normativa de la biblioteca del Durham College de Oxford. De Bury señaló a las guerras como principales fuentes destructivas de libros”. El subtítulo del libro de Báez, De las tablillas sumerias a la guerra de Irak hace referencia a uno de los crímenes más abominables de la historia universal, pues los libros, el arte, la historia fueron las víctimas de la inopia, la prepotencia y las falsedades de George W. Bush, un déspota que nunca ha leído un libro y de sus macabros cómplices que le cercenaron parte de la memoria a un pueblo con las más profundas y ricas raíces de la vida humana y del saber universal. En ese universalismo, en esa intensidad y riqueza estaba el detonante que llevó a la destrucción de Irak. 

Y sigue la cita sobre Bury: “Defendió los libros por ser depósitos de sabiduría, y expresamente invitó a cuidarlos como modo de servir a Dios. De alguna forma, confesa o no, creía que solo podía destruir libros alguien poseído por el odio a la sabiduría. Esta explicación teológica, no obstante, apareció a la muerte del autor. La primera edición fue póstuma, y apareció en Colonia en 1473, en París en 1500 y en Inglaterra la hizo publicar Thomas James entre 1598 y 1599. 

“En el siglo XX, dice Fernando Báez, debo resaltar dos teorías sobre el porqué de la destrucción de libros. La primera fue de Jacques Bergier, fundador de un género periodístico conocido como ‘realismo fantástico’. Bergier, como se sabe, señaló que existe una conspiración mundial organizada por una sinarquía que repudia los textos que puedan contribuir a ‘una difusión demasiado rápida y extensa del saber […]’. 

“Esta conjetura fue apoyada por toda una generación de lectores acostumbrados a las cofradías, los cenáculos y los espías de las novelas de John Le Carré. Según Bergier, ‘hace muchísimo tiempo que se practica la destrucción sistemática de libros o documentos sobre descubrimientos peligrosos antes o en el momento mismo de su publicación’. Desde los libros de Thot hasta el caso de La doble hélice de James D. Watson, el ingenioso francés indagó las razones de la persecución de diferentes textos a lo largo de la historia, y forjó una paranoia más o menos intensa sobre sus seguidores”. 

Y la segunda teoría viene del psicoanalista Gérard Haddad, “autor de Manger de Livre (1984) y Los biblioclastas (1993), realizó el primer estudio riguroso sobre el tema. Veía en el libro ‘la materialización del Padre simbólico freudiano canibalísticamente devorado en la identificación primaria […]’. Con esta premisa –una obra es el padre de un determinado pueblo-, asumió dos posiciones para explicar la destrucción de los libros. Si se come un libro, es para recibir su don generativo, su poder de engendrar. Si se quema, por el contrario, es para negar su paternidad, rechazar la función de ser padre: ‘[…] El auto de fe actúa en forma velada y extrema el odio y el rechazo al Padre […]’”. 

Pero Haddad va más allá, “con vigor irresoluto, desemboca a menudo en el racismo, pues el racismo niega el color de otra cultura, entendida como acto de generación de otro pueblo. Por otra parte, Haddad también ha descifrado los movimientos milenaristas al identificarlos ‘con un culto cuyo sacrificio central seria el holocausto del libro […]’”. 

Muchas conjeturas hay sobre esa idea de borrar toda huella que indique otros caminos y nuevas visiones del universo. Cien años de soledad las traza con una maestría solo comparable, en su dimensión espiritual y de delación, a la Divina Comedia, o al Ulises de Joyce. Macondo es el mundo del descubrimiento, de la magia y la destreza, con esa maravilla que es el imán, pero también es el mundo de la delación, de la traición, de la rebeldía, de la inutilidad: infierno, purgatorio y cielo. También sería útil volver a esa maravillosa novela que es La montaña mágica. Y aquí viene la larga lista de libros que la humanidad tendrá que leer para reconfigurar el universo de la paz y la felicidad. Macbeth de Shakespeare, el Bardo de Avon, y toda su obra, en especial Hamlet y La tempestad. Son las visiones de un lector, no de todos. 

Al final, el primer final, revisar lo que significa El Quijote, esa novela sin fin de la que Sancho, el inmortal es el más extraordinario personaje creado en lengua española. Sin Sancho, don Quijote, el gran conspirador, no habría podido tejer el monstruoso complot que lo enfrentó a una realidad escabrosa de inciertos y desviados propósitos. Sus batallas y enfrentamientos los vive el mundo todos los días y los asume con sus tantos designios fatales. Ricardo V. Pinzón en su soneto “A Sancho Panza” dice: “Al noble Caballero alucinado / acompañaste tú, sobre el jumento, / y fuisteis juntos, en fatal momento, / heridos por un leño despiadado”. Rafael Pombo en su “Lección del ‘Quijote’” dice: “Ojalá tanto paladín demente / Que patria y pabellón ama a jirones / Con el Manchego alumbre sus visiones / Y con sus aventuras escarmiente; /Y regrese, sano él, al propio campo, / ‘Vencedor, no de hermanos, de sí mismo, / Que es la más ardua y óptima victoria’”. Tomados ambos poetas y poemas del extraordinario libro de Vicente Pérez Silva “Don Quijote” en la poesía colombiana, una de esas obras que son mil libros a la vez. 


La conspiración de los libros. Por Luis Fernando García Núñez. Grabado de Gustave Doré sobre Don Quijote
La conspiración de los libros. Por Luis Fernando García Núñez. Grabado de Gustave Doré sobre Don Quijote

Apenas se ha hablado de unos pocos libros. Pero es preciso y necesario, recordar el casi reciente de Irene Vallejo, El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. El libro de los libros, un apasionado ensayo sobre la historia de los libros viejos y destacar, además, Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita de Orlando Figes. 

Es preciso parar. Las páginas podrían ser infinitas, y hablar de los libros una conversación eterna… Pero está Libros & Letras y los colaboradores y los amigos de esta revista que llega a los 100 ejemplares y a los 22 años de aparecer de mil formas. Ellos seguirán hablando de libros y de letras para continuar esta tarea hermosa que inició Jorge Consuegra Afanador, esta revista que quiere volver por el sendero del humanismo como el único camino que obligará a los ciudadanos del mundo, todos, a transitar por el desarrollo y el progreso… lo demás serán cifras y estadísticas frías y codiciosas. Cifras para el desasosiego y la enfermedad.