La huella dactilar de Dios. La literatura neerlandesa moderna

No. 7385 Bogotá, Martes 19 de Abril de 2016 


Parte I 

Por: Onno Blom 

Traducción: Nathalie Schwan y Nathalie Gallardo 

“Con un poco de suerte, de vez en cuando te tropiezas en el extranjero con un intelectual que sepa dónde están los Países Bajos”, escribió Gerrit Komrij a finales de los años ochenta del siglo pasado. “O por lo menos, dónde se encuentran aproximadamente. En algún lugar cercao bajo Dinamarca. Es increíblemente difícil hacerle entender a alguien así que los Países Bajos tienen, por ejemplo, un idioma propio. 
¿Un idioma propio? 
Sí, claro, un idioma propio, independiente y particular. 
¿Seguro es algo similar al alemán? 
No, no es alemán. Ne-er-lan-dés. Una expresión sumamente particular de una emoción sumamente particular.” 
Los Países Bajos, no más que una estampilla en el planisferio, hasta el presente se ven afectados por el anonimato que suele golpear a los países pequeños del mundo. Y como reza un refrán neerlandés, lo que no es conocido mal puede ser querido. 
Nunca les ha tocado a los Países Bajos el honor de recibir el Premio Nobel de Literatura. Si bien es cierto que en los últimos años Cees Nooteboom, cuya obra ha sido traducida a decenas de idiomas, ha disfrutado de gran popularidad entre los apostadores, pero su número nunca ha sido sorteado. En la etapa tardía de su vida, en vísperas de la premiación del comité sueco, Harry Mulisch solía será cosado sin tregua por los periodistas. Él siempre señalaba que aceptaría el premio, pero que con igual gusto seguiría perteneciendo al grupo de aquellos que no lo recibieron: Proust, Kafka, Tolstói y Nabókov. 
¿Se justifica que nuestra literatura moderna reciba tan poca atención? Claro que no. A pesar de que la literatura neerlandesa es conocida por su capacidad de autoflagelación y de que existe una rica tradición de escritores que demonizan su patria y le dan la espalda, prevalece la conciencia de que incluso en comparación con las literaturas inglesa, alemana y francesa (geográficamente próximas),la neerlandesa tiene muchas cosas extraordinarias que ofrecer. 
Al ser un país pequeño, estamos acostumbrados a dirigir la mirada no solo hacia el interior, sino también hacia el exterior. Lo mismo es aplicable a los editores, impulsados por el espíritu comercial neerlandés. En las librerías uno encuentra mucha literatura traducida al neerlandés, mientras que en el extranjero se ofrecen cada vez más títulos neerlandeses a los lectores. 
En el fin de siècle del siglo XX y al inicio del XXI, las letras neerlandesas han estado floreciendo. Para el tamaño reducido del país, cuentan con una compleja y amplia red de librerías, un número particularmente alto de lectores y, notable, de escritores. Una investigación arrojó que de los dieciséis millones de habitantes, no menos de un millón se consideraba “escritor”. Desde luego, dicha cantidad no dice nada sobre su calidad, pero sí sobre el amor generalizado por la literatura y la intensidad con la que esta se experimenta. 
Por lo tanto, no ha de sorprender a nadie que los Países Bajos tengan una vida literaria fuertemente desarrollada. Existen muchas revistas literarias donde los escritores publican sus nuevos trabajos, entablan polémicas entre ellos o manifiestan su acuerdo con colegas: De Gids existe desde el siglo XIX. Relevantes durante el siglo pasado fueron, por ejemplo, Tirade, Hollands Maandblad y De Revisor. Recientemente, Das Magazin, foro habitual para muchos talentos jóvenes, se ha vuelto muy popular. En todo el país hay festivales literarios y eventos donde los escritores ponen su trabajo bajo los reflectores. 
Todo periódico o revista que se precie de serlo tiene un suplemento semanal sobre libros, en el que los escritores son entrevistados y se debate de modo crítico la oferta literaria actual. En cierto sentido, los periódicos se han ido convirtiendo en parte de la literatura al publicar las reseñas realizadas por escritores. Las críticas abrasadoras de Gerrit Komrij en el semanario VrijNederland en los años setenta del siglo pasado encendieron la crítica literaria obsoleta y tediosa. Desde entonces, el genio de la polémica se ha escapado de la lámpara. 
Muchos periódicos les conceden a los escritores un espacio fijo como columnistas. El espíritu de Simon Carmiggelt, cuya columna “Kronkel” en el diario de Ámsterdam HetParool fue famosa,, sigue rondando todavía por ahí: primero en las columnas de Ischa Meijer y de Martin Bril –quienes murieron jóvenes–, ya ún en las de Silvia Witteman en De Volkskrant, quien describe su vida doméstica como Carmiggelt solía hacerlo: de manera contagiosa, llena de ironía y burla de sí misma. 
Un cierto número de las éminences grises entre los escritores todavía utilizan un periódico como plataforma. H.J.A. Hofland (1927), quien en la década de los sesenta del siglo pasado aún fuera jefe de redacción del NRC-Handelsblad y coronado en 1999 como “periodista del siglo” en los Países Bajos, tiene un espacio de reflexión semanal muy leído. También RemcoCampert, el eterno joven siendo casi nonagenario, uno de los mejores escritores y poetas del país, todavía mantiene un espacio semanal en De Volkskrant
Tal vitalidad también se manifiesta en la gran cantidad de editoriales. A pesar de que el paisaje literario ha cambiado mucho desde hace unos veinte años a causa de fusiones, rompimientos y la inclemente crisis económica que se instaló desde 2011, aún existe una amplia y compleja red de editoriales con largas y renombradas trayectorias literarias, como por ejemplo, De BezigeBij, Atlas Contact, De Arbeiderspers y Querido. Las dos últimas unieron fuerzas con algunas otras editoriales agrupándose en Singel Uitgevers. 
Existe, además, una gran cantidad de pequeñas editoriales independientes que pueden brindarle a “sus” autores la atención muy personal que estos requieren, como por ejemplo, la Uitgeverij Van Oorschot, fundada hace setenta años por Geert van Oorschot, uno de los editores más extravagantes e intrigantes del país. La gran mayoría de las editoriales y redacciones de los periódicos están ubicados desde antaño en la zona de los canales, que encierra el centro histórico de la capital, Ámsterdam. 
En Advocaat van de hanen (Abogado de los gallos), cuarto tomo de su magistral saga De tandelozetijd (El tiempo desdentado), A.F.Th. van der Heijden comparala estructura laberíntica de la capital –con todos sus canales de curvas paralelas y aguas resplandecientes, las vías y puentes– con “la huella dactilar” del propio Dios. Es una metáfora para la morfología de Ámsterdam, donde Van der Heijden, al igual que su alter ego en la novela, vagaba con placer, errante de bar en bar, recopilando historias y contándolas. Pero es también una metáfora para la propia literatura neerlandesa. 

País de predicadores 

De la misma manera que la zona de canales concéntricos de Ámsterdam empezó a crecer desde finales de la edad media y es esa historia la que define su apariencia actual, la literatura neerlandesa también se ha configurado de manera histórica. Al surgir la República de las Siete Provincias Unidas, un estado pequeño rodeado al sur y al oriente por enemigos, y al norte y al oeste por el mar –enemigo y fuente de vida al mismo tiempo–, se sentaron las bases para el desarrollo de los rasgos más propios de la cultura neerlandesa. Desde la insurrección contra la dominación española y la lucha enconada por la libertad religiosa –es decir, la Reforma que hizo que la fe protestante fuera la preponderante–, la literatura neerlandesa se ha caracterizado por el calvinismo y el individualismo, unidos a una firme conciencia moral. 
Es posible que dichos rasgos distinguieran a la gente en los Países Bajos aún antes de la Reforma, por más fuertes que hayan sido los impulsos quela iconoclastia protestante dio al arte y a la cultura. Hasta el día de hoy, el símbolo por excelencia de “el escritor ´neerlandés´ independiente” (los Países Bajos todavía no existían como Estado), sigue siendo Desiderio Erasmo, quien en su Elogio a la locura de 1511 no tuvo recato para dejar en ridículo a todos los altos dignatarios y miembros del clero en un elogio satírico de la locura. 
Menno ter Braak y E. Du Perron representaban la conciencia política y cultural de los Países Bajos antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. En la literatura situaban al “hombre”–a la personalidad del autor–, por encima de la “forma”. No por nada, uno de los libros más importantes de Ter Braak se intitulaba Politicuszonderpartij (Político sin partido)(1932). Ambos murieron durante los primeros días de la ocupación alemana; Du Perron murió a causa de un ataque al corazón tras la llegada de las tropas de Hitler y Ter Braak se suicidó por miedo de ser detenido por la Sicherheidsdienst debido a sus escritos antifascistas. 
La Segunda Guerra Mundial produjo una colisión gigantesca en la historia moderna de la nación. Fue la primera guerra desde la Revolución Francesa en la que los Países Bajos se vieron realmente involucrados y que cobró víctimas bajo el régimen mortífero del invasor. Hasta el momento la guerra (el artículo determinado lo dice todo) sirve como punto de referencia moral en los debates actuales. 
El diario de Ana Frank se considera el documenthumaine supremo que nos fue transmitido de la época de la guerra. Contiene el relato conmovedor de una chica judía que junto con su familia vive en la clandestinidad en la casa de atrás de un inmueble a la orilla del canal Prinsengracht en Ámsterdam. El diario termina de manera abrupta cuando Ana y su familia son traicionados y detenidos por los alemanes. A Ana la asesinan en un campo de concentración, pero su padre, Otto Frank, sobrevivió la guerra y publicó el libro en memoria de su hija y de las víctimas del Holocausto. 
Tras acabarla ocupación alemana, que duró de 1940-1945, fueron precisamente los escritores literarios los que supieron matizar la perspectiva moralista sobre la guerra, en la que sólo parecía haber existido lo malo y lo bueno. Lo anterior no sólo lo hicieron autores reconocidos tales como SimonVestdijk en Pastorale ´43 (Canción pastoril 1943), sino también y sobre todo, tres jóvenes que cambiarían la prosa neerlandesa de una manera drástica y que se llegarían a conocer como “Los Tres Grandes” de la literatura neerlandesa moderna: W.F. Hermans, Gerard Reve y Harry Mulisch. 
En De Tranen der acacia´s (Las lágrimas de las acacias)(1949) y De donkerekamer van Damokles (El cuarto oscuro de Damocles) (1958), Hermans echó abajo la imagen de un pueblo valiente y del papel heroico de la resistencia. Describió la guerra como un turbio universo sádico, en el que la gente actúa de modo pragmático e irracional y en el que con frecuencia no se logra sacar en claro “la verdad”. En una novela tan inquietante y a la vez estupenda como El cuarto oscuro de Damocles, el héroe de la historia, Osewoudt, recibe durante la guerra encargos secretos de un misterioso hombre llamado Dorbeck, quien se le parece como dos gotas de agua. En la parte final, varias preguntas cruciales quedan sin responder: ¿Realmente existió Dorbeck? ¿Osewoudt era un héroe o colaboraba con los alemanes? Hasta la fecha estas interrogantes son tema de debate. 
Cuando Gerard Reve debutó con la novela autobiográfica De Avonden (Las noches), según sus propias palabras, se hizo “mundialmente famoso en las provincias de Holanda septentrional y meridional”. El libro convulsionó a críticos y lectores por la nitidez con la que refleja la desolación de la posguerra a través de la vida aparentemente sin perspectiva de un tal Frits van Egters, a quien seguimos en la novela durante las diez últimas noches del año 1946. Aún ahora el debut de Reve no ha perdido un cierto aire mágico, aunque en estos días se lee sobre todo por su sentido del humor irresistible que en aquel entonces era difícilmente comprensible para los críticos. En Las noches, Reve consiguió representar con claridad suprema e ironía a sus parientes, sus amigos y lo deprimente de la época. “Se ha visto, no ha quedado desapercibido”, reza la famosa última frase de la obra. 
En los años sesenta, la fama de Revese acrecentó al publicarse sus Cartas de viajero, una colección de cartas desgarradoras en las que Revedio cuenta de su vida privada. En Opwegnaarheteinde (En camino hacia el final) y Nader tot U (Acercándome a Usted) reveló su homosexualidad y escribió sobre su conversión al catolicismo. Al hacerlo allanó el camino para muchos, pese a que también suscitó enojo e irritación, situación que empeoró por el tono irresistiblemente burlón en el que redactaba las cartas. 
La entrada de Harry Mulisch en las letras neerlandesas tampoco pasó desapercibida. Su ópera prima Archibald Strohalm ganó en 1952 el galardón Reina Prinsen Geerligs. Experimentó su triunfo literario definitivo en 1958 al publicar Hetstenenbruidsbed (La cama de piedra), novela que trata de un criminal de guerra norteamericano (una contradictio en terminis, según el propio Mulisch, pues alguien que gana la guerra es un héroe), que regresa al centro de Dresde, ciudad que destruyó con bombas durante la guerra. 
La guerra representa el hilo conductor en la obra de Mulisch, hecho que tiene mucho que ver con sus antecedentes personales. Fue el hijo de un padre austríaco que apoyaba al enemigo durante la guerra y de una madre judía. Esta contradicción interna extrema lo sedujo para decir las palabras provocadoras “Yo soy la Segunda Guerra Mundial.” 
Dicho desgarramiento interior lo plasmó en De Aanslag (El atentado)(1985),su libro más traducido. Es una historia emocionante que hoy en día sigue teniendo muchos lectores jóvenes. Mulisch narra la historia de Anton Steenwijk, un muchacho cuyos padres son arrestados y cuya casa es incendiada como represalia por parte de los alemanes, después de que en la puerta de dicha casa un policía es abatido por la resistencia. Posteriormente resulta que el policía pro-alemán no fue abatido allí, sino que fue depositado en la puerta. ¿Por qué? ¿Hay otro secreto detrás? 
Es el mismo caso de un número considerable de escritores cuya historia familiar hizo de la guerra el tema predominante de su obra. Un ejemplo es G.L. Durlacher, judío que de joven sobrevivió a los campos de concentración; otro lo constituye Marga Minco, cuyos padres fueron llevados a Auschwitz, donde murieron en las cámaras de gas. En Hetbitterekruid(La hierba amarga)(1957), Minconarra dicha experiencia causando una fuerte impresión por su estilo meticuloso y casi frío. En fechas más recientes, se han presentado varios escritores hijos de judíos, traumatizados para siempre por la guerra. En la obra de Leon de Winter, experimental en sus inicios y como por arte de magia muy accesible para el público lector, retumban los ecos de la guerra que vivieron sus padres judíos. God’sGym (El Gimnasio de God)y Hetrechtopterugkeer (El derecho a retornar) alcanzaron tirajes importantes. 
Asimismo, en el trabajo de Arnon Grunberg la guerra se asoma entre líneas, aunque esto no explique el enigma de este joven y brillante autor. En Blauwemaandagen (Lunes azules) (1994) y Figuranten (Figurantes) (1997), pero también en las novelas que publicó bajo el seudónimo de Marek van der Jagt, vincula lo espeluznantemente trágico con un estilo humorístico, desenfadado y repetitivo, revelando un parentesco estilístico con Gerard Reve. Hombre extraordinariamente prolífico, escribe todos los días una breve columna llamada “Voetnoot” (Nota a pie de página) que aparece en la primera plana de De Volkskrant, además de otras columnas que se publican aquí y allá, y casi todos los años produce una novela nueva. Tirza, una historia oscura al estilo de Dostojevski –o sea, incluyendo una buena dosis de absurdo y una trama escalofriante–, ganó varios premios.




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